Mar 10.10.2006

EL PAíS • SUBNOTA

Incertidumbre, angustia y dolor en el día más triste de Villa Crespo

Durante la mañana, alumnos, padres y docentes fueron llegando a la escuela de Serrano al 900. Hubo llanto y mucha inquietud por conocer la lista de muertos y heridos. También hubo reclamos para que la prensa no invadiera la intimidad del dolor. Cómo es el colegio y su proyecto solidario.

› Por Mariana Carbajal

El regreso estaba previsto para ayer a las 10 de la mañana. Como en cada vuelta desde el paraje El Paraisal, departamento chaqueño de Quitilipi, el contingente solidario llegaría cargado de anécdotas y fotos para compartir con el resto del colegio. Pero esta vez la tragedia cayó sobre Ecos Escuela Secundaria y tiñó de dolor y tristeza esta comunidad educativa, de perfil progresista, en el barrio porteño de Villa Crespo. “Se acabó la alegría que sentía por volver a encontrarme con los alumnos chaqueños”, expresó, con desconsuelo, Jennifer, una de las alumnas sobrevivientes del accidente en la ruta 11, frente a la pérdida de sus compañeros.

El viaje al Chaco había comenzado el jueves, en el marco del proyecto de padrinazgo de una escuela rural, a la que desde hace una década le donan útiles escolares y ropa, como parte de un proyecto educativo solidario promovido por la escuela, de formación bilingüe. El contingente de alumnos de tercero, cuarto y quinto años y algunos egresados iba acompañado, entre otros adultos, por el director de la institución, Eduardo Guelerman, y el responsable del Departamento de Orientación, Daniel Levy. “Acaban de llamarnos a la escuela para informarnos que están muy bien y desayunando en Quitilipi”, se escribió el viernes en la página web del colegio, en la sección “último momento”. Nadie imaginaba a esa altura que tres días después todo sería luto.

Ayer, mientras padres y madres de los chicos accidentados se trasladaban a Santa Fe –donde estaba internada una treintena de sobrevivientes–, en la escuela secundaria ubicada en Serrano 930, se multiplicaban los rostros llorosos y angustiados. Un cartel pegado en la reja negra, junto a la puerta de ingreso al moderno edificio escolar, anunciaba la suspensión de clases “hasta nuevo aviso”. Adentro, en el salón de actos, en el patio de las palmeras, en las aulas, grupos de padres y de alumnos, amigos de las víctimas, trataban de encontrar consuelo. Desde temprano, la incertidumbre los ahogaba, al no tener información fehaciente de los nombres de los fallecidos y de los sobrevivientes.

Contra una de las paredes del patio, dos adolescentes lloraban de la mano, con una cajita de pañuelos de papel entre los pies. “Una amiga nuestra viajó, Julieta. Y no sabemos si está bien, o se murió...”, contó a Página/12 una de ellas, entre sollozos. No eran alumnas de Ecos, pero se habían enterado de la tragedia a la mañana a través de un noticiero de televisión. Recién cerca del mediodía, dentro de la escuela, se leyó un listado con los nombres de los estudiantes internados. En la lista estaba Julieta. Pero sobre los fallecidos seguía la incertidumbre.

Sentado bajo una de las palmeras, sobre el cantero, un señor de cincuenta y pico, de camisa a rayas, pantalón claro y saco sport, lagrimeaba, todavía shockeado: su hijo adolescente se había salvado de milagro de estar en el micro siniestrado. “Le pedí que no viajara, porque el hermano mayor está enfermo internado en terapia intensiva, y no viajó. Me hizo caso, que raro ¿no?”, comentó a este diario, con los ojos vidriosos y el corazón tembloroso. Padres como él, cuyos hijos no subieron al ómnibus rumbo a Chaco aunque tenían previsto viajar, buscaban contención con los terapeutas voluntarios de la ONG Emergencias Psicosociales, que fueron llegando al lugar, del mismo modo que personal del SAME. “Un papá nos comentó que su hijo tenía el bolso hecho y le impidió viajar porque le descubrió el boletín y tenía bajas notas. El chico pensaba mostrarle el boletín a la vuelta. Por eso se salvó. Otra mamá, desolada, nos dijo que a su hija no la dejó ir porque ella no le había insistido demasiado”, contó a este diario la psicóloga social Gagy Natenzonas, de Emergencias Psicosociales.

A metros de la entrada a la escuela, justo frente a un kiosco, Mauro Accurs, de 19 años, egresado hace dos años de Ecos, se encontraba con otros ex compañeros convocados, como él, por la tragedia. “Tres amigos nuestros, también egresados, estaban en el grupo que viajó a Chaco: Jeremías, Lucas y Nicolás, los tres están internados”, contó Mauro. Supo del choque a la madrugada: Antonella, la novia de su hermano menor, integraba el contingente y había llamado a su casa a las 2 de la mañana para avisar que estaba bien. Al mediodía, Antonella ya estaba camino a su casa.

Abrazos prolongados entre jóvenes, algunos adolescentes descompuestos por el llanto, rostros desencajados. Esas eran las postales de la pena que inundó al secundario privado de Villa Crespo.

La calle Serrano, a la altura del colegio, fue cerrada por la policía desde temprano. Los móviles de televisión se plantaron frente al edificio escolar. Pero la comunidad educativa prefirió esquivar a los periodistas y desde Ecos sólo se difundió un comunicado de prensa con información escueta sobre lo sucedido. Y se prohibió a los cronistas el ingreso al establecimiento, cuya entrada estaba custodiada por dos agentes de la Federal. A tal punto era el clima de recelo y desconfianza hacia la prensa, que en un momento un adolescente increpó a los gritos, fuera de sí, a un camarógrafo que lo estaba filmando mientras lloraba.

Los únicos que hicieron declaraciones a la prensa fueron los funcionarios porteños que desfilaron por el lugar. El jefe de Gobierno, Jorge Telerman, llegó después de las 12.30, tras decretar tres días de duelo en la ciudad. Lo recibió el ministro de Educación, Alberto Sileoni, que estaba en la secundaria de Villa Crespo desde media mañana. “Tengo un particular vínculo con esta escuela que promueve valores a chicos de clase media que sin necesidad toman este compromiso yéndose a rincones del país para ayudar”, dijo Telerman al retirarse del colegio, después de saludar a padres, docentes y alumnos. Un par de horas antes, Sileoni había declarado: “En la escuela hay tranquilidad de que este viaje estaba siendo realizado con todos los recaudos normativos, con los docentes que tienen que estar y que no era un viaje de placer, sino un viaje de solidaridad”.

También concurrieron a Ecos, entre otros funcionarios de la ciudad, la directora de Niñez, Marisa Graham, y la titular del Consejo de Derechos del Niño, María Elena Naddeo.

Parada frente a la reja del colegio, una adolescente de flequillo bien tupido y cabellos lacios renegridos, con pantalón de gimnasia verde, parecía congelada. No era alumna de Ecos. Pero una amiga suya, que hacía tiempo no veía, sí lo era, de cuarto año, y quería saber si estaba entre los estudiantes que habían viajado a Chaco y se habían accidentado. Pero no se animaba a entrar a preguntar. Temía escuchar la peor respuesta.

Nota madre

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