EL PAíS
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Quién es el enviado de EE.UU. para el Cono Sur en crisis
Por Claudio Uriarte.
El embajador de la nada
Por tremebundo que resulte su prontuario como anticastrista y veterano de la guerra “contra” en América Central, Otto Reich, el secretario de Asuntos Hemisféricos que ayer realizó una visita de reconocimiento a Buenos Aires, integra el ala blanda de la administración Bush hacia la Argentina. Las diferencias al respecto pueden sumarizarse rápidamente: el ala dura (el secretario del Tesoro Paul O’Neill y su segundo John Taylor) dice que no dará plata a la Argentina; el ala blanda (el secretario de Estado Colin Powell y su subordinado Reich) dice que no tiene plata. En realidad ambas cosas son ciertas, pero en el modo de enunciación del Departamento de Estado late una preocupación por la estabilidad regional que está ausente en O’Neill y Taylor, esos aislacionistas estadounidenses que fallaron en aislar la crisis argentina. En otras palabras, el veterano de la guerra “contra” está preocupado por el efecto dominó del desplome económico regional y muy especialmente por Colombia, que está al borde de una guerra interna total para la que no dispone de los fondos necesarios; su dureza geopolítica se traduce en un superior estado de alerta ante los padecimientos regionales, pero, como un alto funcionario no identificado del Departamento de Estado declaró antes mismo de la salida de Reich hacia la región (y que seguramente era el mismo Reich) “no habrá rescate para la Argentina”.
Por eso, la gira de Reich por el Mercosur se parece, más que nada, a un ejercicio en futilidad. Pese a las amenazas de vacío de poder que se proyectan hoy en Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Paraguay y tal vez Brasil, América del Sur no ha entrado aún en el radar de alarma temprana de Estados Unidos contra el terrorismo. Que el Departamento de Estado se preocupe carece de mayor importancia: por una parte es su rutina, y por otra Colin Powell viene perdiendo sistemáticamente todas las internas a manos del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, cuyos ejes de atención son Estados Unidos, Medio Oriente, Asia Central y Filipinas. Reich también vino con las manos vacías respecto al célebre Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), el mayor elefante blanco de Estados Unidos hacia la región, que carece de toda voluntad de concreción en la medida en que Washington está levantando y no bajando barreras arancelarias en torno a su economía. Y si se tiene en cuenta que Reich fue metido por Bush en su cargo entre gallos y medianoche –para evitar el rechazo del Congreso–, y que su mandato dura sólo un año, la noticia de ayer cabe en una sola frase: el presidente que no fue recibió al embajador de la nada.
Por Martin Granovsky.
Mr. Venezuela
Todo en los Estados Unidos, últimamente, termina en las mismas tres letras. Si George Bush es un presidente Enron, Otto Reich, el subsecretario de Asuntos Interamericanos que visita desde ayer la Argentina, es un funcionario ron. Y en los dos casos se trata de negocios.
Hace diez años, en 1992, el Congreso norteamericano recibió un proyecto de ley para prohibir a filiales de empresas norteamericanas radicadas en otro país que hicieran negocios con Cuba. Lo aprobó en 1996 y se llamó oficialmente Ley Helms-Burton. Pero todas la conocían como Ley Baccardi. La gran empresa fabricante de ron quería perjudicar, así, al Havanna Club cubano basado en sociedades en Canadá y Europa. Y el empleado de Baccardi que durante cuatro años pateó el Congreso era un lobbyista nacido en Cuba pero con antecedentes en el servicio diplomático norteamericano: Otto Juan Reich.
En los años de Ronald Reagan, Reich fue una pieza clave de la Oficina de Propaganda Diplomática cuando los Estados Unidos alentaba a los contras antisandinistas. Periodistas con base en Washington sospecharon incluso en 1986 que de las oficinas de Reich salió una versión sobre la llegada de aviones Mig soviéticos que tomó aire justo cuando Reagan buscaba su reelección. El funcionario tenía el fervor del converso. Como Jeanne Kirkpatrick, que después viró al conservadurismo, también Reich había colaborado con la campaña del progresista George Mc Govern, del Partido Demócrata, antecedente que después no le impidió aplicar el mismo esfuerzo a los contras que jaquearon al sandinismo.
Si hay que medir a Reich ahora, desde que es subsecretario de Asuntos Interamericanos de Bush, la clave no son sus expresiones vagas sobre la democracia sino su actitud de indiferencia hacia la continuidad democrática. La prueba fue Venezuela. Cuando Hugo Chávez fue derrocado, por primera vez en 15 años los Estados Unidos dejaron de accionar la cláusula gatillo que había funcionado ante cada intento de golpe: la condena inmediata y la amenaza de desconexión del nuevo gobierno. Una anécdota circula entre los diplomáticos de Washington. Dice que después del fracaso del golpe Reich reunió a los embajadores o a los segundos de las representaciones latinoamericanas. Cuando uno de ellos le reprochó que Washington no evaluó que el Pedro Carmona era cualquier cosa menos un presidente democrático, la respuesta fue: “¿Acaso la Argentina no tuvo cinco presidentes en una semana?”. Un diplomático sudamericano recordó que la Argentina podía estar viviendo una gran crisis pero al menos había seguido la Constitución. Reich se quedó callado.
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