Sáb 12.01.2002

EL PAíS • SUBNOTA

El cacerolazo terminó con piedras, gases y detenidos

› Por Carlos Rodríguez

La protesta contra el Gobierno y el corralito financiero que se realizó entre la noche del jueves y la madrugada del viernes terminó con gases policiales, piedras de pequeños grupos de manifestantes y un tendal de vidrieras rotas, desde la Plaza de Mayo hasta más allá del Congreso. La manifestación, que había sido absolutamente pacífica más allá de la bronca que a cada instante manifestó la multitud, comenzó a desbarrancarse cuando la mayoría se iba retirando de la Plaza de Mayo. Un grupo pequeño –es difícil saber si adrede o por accidente ya que muchos jóvenes hacían un pogo de protesta que tenía más de jolgorio que de furia– tiró las vallas que separaban a manifestantes y policías. Allí aparecieron los olorosos gases y las hirientes piedras, que se cruzaron en mutuo reproche. Como autómatas, los hombres de la Guardia de Infantería comenzaron a barrer las calles llenas de gente y como fin de fiesta hubo diez detenidos. Los únicos heridos fueron los vidrios de muchos negocios, aunque también hubo desmayos producto del efecto “disuasivo” de los gases lacrimógenos.
Las fuentes policiales, que confirmaron que hubo “diez detenidos y ningún uniformado herido”, acusaron por los disturbios a “pequeños grupos de activistas políticos y rateros que aprovecharon las circunstancias”. La imputación, que está lejos de ser un análisis científico, se basa en que “la mayoría (unas 6500 personas según las fuentes) eran hombres y mujeres de clase media que habían salido a manifestar en forma pacífica”. En la Plaza de Mayo, el primer atisbo de incidente comenzó con el festejado logro de varios jóvenes que treparon hasta la cúpula del Cabildo para hacer sonar las campanas, proclamando un nuevo 25 de Mayo.
Hasta allí, todos festejaron una simple humorada, pero después se produjo un revuelo cuando las cámaras de TV comenzaron a tomar imágenes de una fogata, en Bolívar e Hipólito Yrigoyen, captando también a los jóvenes que revoloteaban alrededor, alimentando las llamas con maderas o el plástico de los cestos de la basura. Los jóvenes se retobaron por lo que consideraron “un escrache”. Y el grueso de los manifestantes protestó por otras razones: “Le dan más importancia al quilombo que a la manifestación pacífica”. En los momentos pico, muy por encima de la estimación policial, unas 20.000 personas retozaron a su gusto por la Avenida de Mayo, desde la Casa de Gobierno hasta el Congreso. Durante cinco horas, todos –a pie, en autos, motos y bicicletas– ocuparon la calzada circulando a mano y a contramano, sin que la policía interfiriera y sin que se rompiera nada.
A la hora de los disturbios, la actitud de los grupos minoritarios fue también diferente: algunos –chicos y chicas– rompieron vidrieras en forma selectiva, poniendo el énfasis en los bancos y las multinacionales, mientras que otros, por lo general varones, se llevaron algunas cosas de recuerdo. Como es tradición desde mediados de los ochenta, las amplias vidrieras de Modart, en Perú y Avenida de Mayo, fueron rotas y allí hubo saqueo. La persiana metálica estaba baja, pero como se asemeja a un grueso alambre tejido, permite meter las manos y los brazos, una vez roto el vidrio, y retirar la ropa como si fuera hecha a medida.
Una recorrida por Avenida de Mayo es fiel reflejo de lo ocurrido. Rompieron los vidrios de todas las cabinas callejeras de Telefónica y todos los locutorios donde aparecía el logo de la empresa española. El destrozo alcanzó a las sucursales del Banco de Galicia, del Banco Francés, del Itaú, del Correo Argentino, de la Federación Patronal y del PAMI. En el Cabildo, donde se realizan trabajos de reparación, rompieron todos los vidrios de las ventanas y los reflectores que iluminaban la fachada.
Tal vez por reflejo de la furia antihispánica destrozaron la peluquería Llongueiras, en Avenida de Mayo 568, y el Hotel Asturias, en el 916, y por razones antiimperialistas el Bazar Wright, en el 853. Lo que escapa a la lógica es la bronca contra la platería Parodi, en el 720, que sólo vende mates, voleadoras y otros productos de la más genuina argentinidad. De allí también se llevaron algunos recuerdos de viaje. A lo largo de laavenida Callao, entre Rivadavia y Córdoba, los objetivos fueron los mismos. Cuando un joven robó una bandera argentina, luego de romper la vidriera del Banco Francés, la multitud estalló en aplausos.
Otro negocio destrozado, pero sin saqueo, fue la sucursal de Supermercados Norte de Rivadavia 2243 y también tembló la estructura del Banco de la Provincia de Buenos Aires de Rivadavia 1936. Más allá de los focos de violencia, enderezados hacia objetivos que simbolizan de algún modo la raíz del malestar popular, la inmensa mayoría manifestó en paz. Los cánticos estuvieron dirigidos, por lo general, al presidente Eduardo Duhalde y al ex presidente Carlos Menem. A Fernando de la Rúa nadie lo quiso nombrar, salvo en forma indirecta cuando se coreaba casi con furia: “Sin radicales ni peronistas vamo’a vivir mejor”.

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