EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
“Piense en Fellner, por ejemplo”, propone el dirigente peronista, café de por medio. El hombre ocupa un lugar en el actual “dispositivo”, se piensa que seguirá bien situado. Es portador de alguna historia, respeta a Néstor Kirchner pero no lo quiere, lo seguirá mientras dure su estrella, no termina de entenderlo. Es un dirigente promedio del Frente para la Victoria, clasifica Página/12. Y, obediente a la consigna, piensa en Eduardo Fellner.
Kirchnerista casi de la primera hora, el gobernador jujeño iba por autopista a la reelección. Tras la catástrofe de Rovira en las elecciones constituyentes en Misiones, le concedió al Presidente un gesto de amor. Se apeó de una convalidación segura para compensar un escenario nacional que se nublaba para el Gobierno. Hoy día, su delfín Walter Barrionuevo, con mucha menos imagen positiva e intención de voto que él, es fija para sucederlo. Fellner se garantizó un lugar en la lista de diputados. Venir al Congreso es un destino melancólico para un gobernador, si es del NOA será peor. El peso relativo de los distritos, la población, el PBI sobredeterminan su peso futuro en el Parlamento.
El bonaerense Felipe Solá, que replicó de mala gana el gesto pionero de Fellner, tiene muchas más chances de presidir la Cámara, aunque depende más de la aprobación de Kirchner para encabezar la lista de diputados. Volviendo al jujeño, es deprimente haber ofrendado una gobernación para terminar en una banca, a la zaga de tantos bonaerenses, porteños, santafesinos, cordobeses.
“Kirchner tendría que garpar, si no los gobernas se van a ir apartando”, racionaliza el dirigente, provinciano él también. No innova mucho, lo suyo es un sentido común expandido de “la política”. En el supuesto de un triunfo de Cristina y de Daniel Scioli cundirá una desocupación expandida entre protagonistas que ayudaron a la gobernabilidad K. La pax romana con el peronismo realmente existente, sellada después de la victoria electoral de 2005, se cimentó en pactos de convivencia con José Manuel de la Sota, Jorge Obeid, el susodicho Fellner, Solá, Jorge Busti. Dejarlos en el mero llano o en un puesto político menor, un menoscabo que Eduardo Duhalde jamás hubiera cometido, puede equivaler a promover un operador pro Macri o (aun) pro “Scioli anti K” en cuestión de meses.
A su dilema ocupacional-político, la dirigencia peronista agrega un agravio simbólico, pues se los excluyó de la discusión y hasta de la información sobre la fórmula presidencial. “No pedimos un debate pero sí un asado para charlar un rato”, retoma nuestro interlocutor, perdedor aun en ese regateo.
“A Cristina la bancamos”, redefine (horas después, por teléfono) un gobernador que está de salida “pero lo de Julio Cobos no lo podemos digerir y menos transmitirlo a nuestra militancia”. La alusión a la militancia es un artificio de lenguaje, lo que rodea a hombres de poder arraigados durante años ya no corresponde a ese rótulo, es más bien una corporación política, un funcionariado. Su libido no se estimula ante la gesta política, su pregunta favorita es “¿cuál es la mía?”. De todos modos, la soldadesca quiere certezas, tiene un ancestral amor por la (convengamos camaleónica) camiseta peronista. Ceder paso a los radicales los estufa a niveles exacerbados.
“Kirchner no le ahorra nada a los compañeros”, tira la bronca el dirigente promedio. “Autorizó a Rubén Daza a competir contra la lista de Fellner. No le hará cosquillas, agregará para Cristina pero en el territorio eso subleva.” Daza es un diputado jujeño, que armará una suerte de interna abierta que el Presidente (vaya usted a saber) consiente, estimula o no tiene peso para frenar.
“Ese rebusque, el de promover líneas que contiendan entre sí, es un clásico peronista”, comenta Página/12, con razón y con ganas de jorobar.
Del otro extremo de la mesa de diálogo surge una serie de apóstrofes acerca de cuán peronistas son el estilo de conducción, la fórmula presidencial, el porvenir nacional.
Esa nómina de aspirante a pagos no se está mencionando mucho en el ágora pero seguramente cobrará vigor después de octubre, si Cristina llega a la presidencia. “Por ahí, el Gallego de la Sota vuelve como embajador a Brasil, al Turco Obeid podría pintarle la embajada en Cuba, es amigo de Fidel.”. El dirigente promedio no maneja información calificada, apenas intuye. La nomenclatura de los gobiernos de provincias, de momento, no brota en las especulaciones, anticipos o análisis sobre un futuro gabinete.
Conseguirles un conchabo, máxime si de embajadas se trata, podría ser una de las tareas del Presidente durante la transición. Se supone que también podría resolver el otorgamiento de la personería de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), darle un toquecito a las tarifas de servicios públicos, cimentar las negociaciones con el Club de París. Alisar la cancha, que le dicen.
Es sensato imaginar que relacionarse con los rostros torvos de la gobernabilidad (la nomenclatura de provincias del peronismo, la cúpula de la CGT) podría ser uno de los menesteres cotidianos de Kirchner, si llega a ser “primer ciudadano”. Contenerlos, hacerles sentir el peso del poder, “conducirlos”. La dirigencia promedio no quiere mucho a Kirchner pero su feeling hacia Cristina es peor.
De ese futuro ocupacional, sin precedentes en la Argentina, poco se sabe y mucho se imagina, por ahora.
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