La historia de Volkswagen está íntimamente ligada al trágico recorrido de la Alemania moderna. Su nacimiento tiene que ver con la llegada de Adolf Hitler al poder y su intención de apuntalar la industria alemana a través de la fabricación de coches. Para eso ideó un concurso para conceder la fabricación de un “automóvil de pueblo”, literalmente volks wagen, que debía ser económico y durable. Ferdinand Porsche –el abuelo de Ferdinand Piëch que ayer se reunió con Cristina Fernández de Kirchner– finalmente quedó a cargo del proyecto. Para construirlo, Hitler pretendía levantar la fábrica de autos más grande del mundo. Eligió el pueblo de Fallersleben. Por entonces, Wolfsburgo era sólo el nombre de un castillo vecino. La fábrica se inauguró en 1938, en pleno auge del nazismo. Pero no fueron muchos los escarabajos que pudieron salir terminados antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial y la factoría se destinara por completo a la producción militar. Fue recién en 1950 que el modelo diseñado por Porsche –encarcelado por su vinculación al nazismo– se convirtió en el auto de mayor aceptación tanto en Europa como en América, superando con más de 15 millones de unidades el record que tenía el mítico Ford T. Llegó un momento en que el modelo se dejó de fabricar en Alemania, pero continuó en otras partes, como en México, donde siguió teniendo gran éxito. Aún hoy, la línea “verde” de taxis que circula en el DF son en su mayoría escarabajos. Volkswagen se diversificó y hoy mantiene su vigencia dentro del mundo automotor. Su participación en el mercado mundial de autos es del 12 por ciento y el grupo dispone de unas 45 fábricas distribuidas por veinte países. Con un origen artificial como ciudad, VW hace lo posible por dotar a Wolfsburgo de cierto atractivo. Al espectacular estadio de fútbol que construyó para su equipo, hace unos años le agregó la llamada “ciudad del coche”. Hoy, los directivos de la empresa que ayer estuvieron con Cristina inaugurarán una exposición del automóvil con las últimas novedades del mundo.