EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
El presidente Néstor Kirchner dedicará un párrafo a Irán en su discurso del martes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. La cuestión es la más delicada que haya enfrentado la política exterior argentina en setenta años. Si el envío de un chinchorro menemista a la expedición estadounidense al desierto de Irak en 1990 fue una de las causas de los atentados de 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la AMIA, la situación es más peligrosa ahora: el declinante gobierno estadounidense de George W. Bush tiene el plan de atacar Irán, acaso con armas nucleares, por obvias razones económicas y geopolíticas, y sólo necesita el casus belli que le permita presentarlo ante el mundo como un acto altruista. El endeble dictamen del fiscal Alberto Nisman, acordado entre organismos de inteligencia de Estados Unidos y de la Argentina, en los que siguen ocupando cargos decisivos funcionarios de la dictadura, puede ser una base para reclamar la cooperación del actual gobierno de Teherán en el esclarecimiento de los atentados, pero no para fundamentar la ruptura de relaciones ni la acusación rotunda al gobierno de Mahmud Ahmadinejad que le exigieron a Kirchner en el aniversario del atentado a la AMIA una lobbysta española del gobierno israelí y las organizaciones comunitarias judías de Buenos Aires. Que el primer misil estadounidense arrojado sobre Irán pudiera llevar en la nariz saludos de Buenos Aires sería el más grave error, de consecuencias bien previsibles.
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