EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Cinco candidatos se mocionan para disputar el segundo puesto en las elecciones del domingo que viene. En democrático orden alfabético son Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Ricardo López Murphy, Alberto Rodríguez Saá y Jorge Sobisch. A primera vista, aparentan ser demasiados. Si se ahonda el análisis, son demasiados.
El escenario reconocible desde el vamos daba por hecho el primer puesto de la candidata oficialista, con perspectivas de ganar en primera vuelta. Frente a ese cuadro, el archipiélago opositor optó por jugar el 28 de octubre su propia interna, apostando a que Cristina Fernández de Kirchner no llegara al 40 por ciento de los votos, puesto que también se dio por hecho que ninguna alternativa superaría de entrada el 30 por ciento.
No es serio descontar los guarismos del domingo. Nadie llegó a la Casa Rosada por haber primado en uno o mil sondeos, se deben esperar los votos. Pero sí se puede especular que, aun si hubiera segunda vuelta, los candidatos que salgan de tercero para abajo tendrán un futuro muy espinoso. Con pocos legisladores nacionales propios, deteriorados por su magro desempeño, tendrán que reengancharse como en el chinchón, muy a la zaga de Mauricio Macri, Hermes Binner o quien logre la medalla de plata. Aun ést@ se hamacará si no hay segundo turno.
La táctica política da para todo, pero los libros sugieren que el conjunto de candidatos se chispoteó y dispersó en exceso. Un teórico de fuste, el politólogo norteamericano Gary Cox, sugiere que lo racional, en sistemas de doble vuelta, es un número acotado de fuerzas con voluntad de llegar al gobierno. Dado que se pelea por dos lugares, no caben muchos más que tres. “Cuatro son demasiados”, sintetiza el autor, que da para más y al que se remite. En cualquier caso, cinco son un batallón.
Algunas de las causas ya forman parte del menú cotidiano de cualquier discusión versada de café. Un par son básicas.
- La falta de partidos desordena el conjunto, debilita las posibilidades de jugadas tipo “bájese ahora, cobre después”. Los partidos perdurables no sólo tienen disciplina, también son una relativa fuente de inversión a futuro.
- El personalismo extremo, cuando no el divismo de los postulantes que impidió acciones cooperativas o cooperativo-competitivas (internas abiertas como tuvieron en el pasado la izquierda, el Frepaso y la Alianza).
Puede añadirse una especulación que hicieron varios, que fue minimizar las potencialidades de Cristina Fernández. Algunos lo expresaron en voz alta, casi todos la leyeron menos competitiva que el Presidente. Lavagna sospechó durante meses que su candidatura era un bluff, un amague que distraía la atención y que Néstor Kirchner iría por la reelección.
Ese cálculo compartido se adicionó con otro: la proliferación de “lemas” opositores sumaba para ese conjunto y, por ende, serruchaba el piso de la senadora.
El contrafactual “Néstor vs. Cristina” jamás podría corroborarse. Cualquier esfuerzo de extrapolación deberá contar con los datos duros del domingo. A cuenta, da la impresión de que la intención de voto de la senadora no es sideralmente diferente de la del Presidente, que andando los meses fueron convergiendo.
Pero, además, la apuesta conjunta rengueó de otra pata. Tal como señala agudamente el consultor Eduardo Fidanza, la brecha entre la primera y el pelotón impacta en la campaña: drena los apoyos económicos, el concurso de voluntarios para la logística, el interés del ciudadano despolitizado en la compulsa. Es peliagudo galvanizar sponsors, dirigentes o potenciales militantes con la utopía de atravesar el 20 por ciento y esperar que la favorita trastabille. La palpable falta de motivación general consolida las perspectivas de un oficialismo sólido, en cualquier comarca.
En ese contexto superpoblado, Carrió y Lavagna sobresalen con mayores aspiraciones que el resto, un hecho también predecible ab ovo. Las encuestas más recientes le adjudican a la líder de la Coalición Cívica una luz de ventaja. Créaselas o no, el sentido común dominante concuerda: entre ellos está la medalla de plata.
Carrió tiene experiencia previa en campañas y es de aquellos dirigentes que se encienden en esas circunstancias. Es infatigable, hiperkinética, posee destreza mediática. También ocupa un lugar determinado en muchos imaginarios: es la más opositora de los opositores. Con ese bagaje produjo un viraje en los últimos meses, atenuando su discurso denuncista (un capital ya ganado) y sumando a figuras moderadas con aroma a gobernabilidad como Rubén Giustiniani y Alfonso Prat Gay. Encasillarla ideológicamente es un karma, ni qué decir partidariamente tras sus renuncias al ARI, a su banca y varios de sus aliados recientes. Pero, si se mira bien, la alquimia que propone empalma con lo que (como explica el politólogo Andrés Malamud) fue una parte de la tradicional oferta del radicalismo a partir de 1945: el lugar del otro frente al peronismo. El opositor indoblegable, con ciertas virtualidades de éxito.
Los blasones de Lavagna son otros, es el ministro de Economía que acompañó la salida de la crisis, con Eduardo Duhalde y en el primer tramo de la gestión Kirchner. Esa característica mitiga su polaridad con el gobierno. Su fuerte es la experiencia como funcionario a la que quiso montar sobre los restos de los partidos tradicionales. Su opción por el duhaldismo remanente fue floja, pues todo sugiere que la fidelidad peronista se dividirá entre Cristina y “el Alberto”. El kirchnerismo conservará muchos votos en los bastiones clásicos del peronismo: provincia de Buenos Aires (conurbano especialmente), más las provincias del NOA y del NEA. Y el gobernador de San Luis se llevará una tajada de la fidelidad de los compañeros.
Si de targets tradicionales se trata, sólo le queda, potencialmente, la UCR.
Así las cosas, con casi todo el sabó jugado, Raúl Alfonsín salió a la palestra (ver nota principal). El ex presidente tiene su carácter y sus broncas, pero no obró urgido por su temperamento, ni profirió un exabrupto. Hizo una movida racional, de resultados difíciles de vaticinar: un último llamado a la herida identidad radical para salvar del diluvio a su partido y a su candidato. Su pertinaz resistencia al declive de los boinas blancas lo llevó a varias heterodoxias. Primero admitió una coalición, la Alianza, en la inteligencia de que Fernando de la Rúa sería el presidente. Ahora se resignó a poner a lo que le queda de su partido detrás de un peronista. Los auspicios no son buenos, la derrota de Angel Rozas en Chaco sonó a premonición.
Resuelto a no darse por vencido, Alfonsín condimentó con pimienta la brega por el podio. Castigó a Carrió con todo, le dio centralidad, algo bastante semejante a haber asumido que les sacó ventaja. Pero puso toda la carne que tiene en el asador, buscando polarizar el apoyo de votantes radicales de estirpe, de toda la vida. ¿Cuántos quedarán? ¿Cuántos lo oirán?
El domingo a la tardecita, los resultados resignificarán la salida al ruedo de Alfonsín y todo lo demás que se reseña en esta columna.
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