EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Norma Giarracca y Miguel Teubal *
Y la chimenea comenzó a marcar una herida pestilente y oscura en el aire que atraviesa los cielos y las aguas azules del río Uruguay. La fábrica y la chimenea que por siglos nos contaron que eran símbolos de progreso, prosperidad, trabajo y desarrollo se pusieron en funcionamiento en Fray Bentos, Uruguay. Gustavo Esteva, uno de los críticos latinoamericanos más agudos de “este desarrollo”, dice que con él nos privaron de definir modos de construir la producción material y social de la vida basados en nuestras propias especificidades culturales. Se nos hizo creer que los procesos económicos, agrega, se desenvuelven con la misma fuerza de las leyes naturales. En estos días en que Botnia comienza a funcionar, consideramos importante deconstruir ciertos “mitos” que se utilizan para justificar estas inversiones capitalistas que tienen como centro los recursos naturales.
El crecimiento económico en particular de los países capitalistas desarrollados, pero también de la India y China, requiere crecientes recursos naturales, generándose “escaseces”, dado que son bienes que no pueden ser producidos fácilmente o en cantidad suficiente por los países altamente industrializados (que los esquilmaron en sus propios territorios). Por otro lado están las tecnologías “modernas” o de “última generación” y sus efectos devastadores sobre el medio ambiente y la salud pública. En los países centrales existen regulaciones o controles que tienden a limitar estas actividades, pero esto acarrea un aumento significativo de sus costos, reduciéndose sustancialmente su rentabilidad. Como consecuencia, sea por la escasez o por sus efectos contaminantes, las empresas que utilizan los recursos naturales en escala mundial tienden a instalarse en los países fuera de sus territorios de origen, donde los mundos sociales de quienes toman las decisiones están a salvo. Asimismo, tienden a generar enormes súper ganancias, o “rentas diferenciales a escala mundial” que –tras décadas de privatizaciones y desregulaciones– son apropiadas por estas grandes empresas y por un puñado de Estados del Norte. En la periferia, la explotación de estos recursos naturales genera no sólo fabulosas ganancias, sino sobreganancias que denominamos “rentas”. Se trata de recursos no producidos por el trabajo humano: son la tierra, el agua, los ríos cercanos, los cerros, etc. Por más dinero que genere el Norte, por más capital que acumule, por más que suban sus “bolsas”, no puede recrear los montes nativos, que son los que cobijan la biodiversidad, los ríos con agua potable, la tierra fértil...
Por otro lado, una tecno-ciencia al servicio del capital concentrado argumenta que esos recursos sin las nuevas tecnologías no son explotables y “no sirven para nada”. Gran falacia: desde que el hombre es hombre se relacionó con los bienes naturales y con los otros seres vivientes para la propia reproducción de la vida material y generó técnicas, herramientas para usarlos en forma sustentable. El resultado es que unas culturas los cuidaron y aún los poseen y otras –las del Norte– los esquilmaron. Otro argumento que circula es “¿cómo vamos a estar en contra de la producción de papel?” y raudamente se mencionan los libros, para tocar algo valorado por nuestros pueblos. Basta recorrer la ciudad de Nueva York a las siete de la tarde para comprobar lo que significa la sociedad del desperdicio: kilos y kilos de papel como basura que diariamente los habitantes de las grandes ciudades del desarrollo usan y tiran para que el molinete de la producción papelera vuelva a comenzar y a obtener sus superganancias.
Este desarrollo, el modelo del agronegocio, que también es el forestal, el minero, etc., es devastador no sólo para Uruguay, sino para Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, y debería ser materia de debate no sólo en las Asambleas de Autoconvocados de toda la América Latina, sino en el marco del Mercosur, en la Comunidad Andina (CAN), en el seno de las sociedades en general.
* Giarraca es socióloga y profesora de Sociología Rural (UBA); Teubal es economista e investigador superior del Conicet.
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