Lun 10.12.2007

EL PAíS • SUBNOTA

La Concertación Plural

› Por Marcelo Leiras *

Si alguien recién llegado a la Argentina quisiera saber a qué partido pertenece el Presidente, le bastaría con prestar atención a lo que dice del peronismo, su tradición y sus figuras históricas frente a las cámaras de televisión. Si no pierde oportunidad de elogiar a Evita y al pueblo peronista o, alguna que otra vez y con menos entusiasmo, al General Perón, seguro que no es peronista. Si, en cambio, señala cada vez que puede la necesidad de “adaptar el peronismo a los nuevos tiempos” e insiste en proponer “fórmulas superadoras”, si en los actos canta la marcha medio a regañadientes y sólo cuando lo pide la tribuna, no lo dude: ese presidente es afiliado al PJ. Este gesto revisionista no es reflejo del trauma producido por la derrota de 1983, ni herencia del desparpajo de Carlos Menem. Siempre ha sido parte de la retórica peronista y el primero en ensayarlo fue, por supuesto, Juan Perón.

Cuando los presidentes justicialistas toman distancia de la organización que los llevó a la Casa Rosada no están imitando el genio táctico del fundador del movimiento, ni alimentando la inefable capacidad del peronismo para “reinventarse permanentemente”. Hacen lo que, sospecho, haría cualquier persona en una posición semejante: tratan de bajarles el valor a las deudas políticas que contrajeron para llegar a ese lugar y de ganar un poco de espacio para gobernar, al peronismo y al resto del país, durante cuatro años. De paso, abren la posibilidad de sumar nuevos socios a sus coaliciones electorales de apoyo.

Néstor Kirchner eligió dos nombres para esta vieja táctica: primero, transversalidad y, luego, concertación plural. Con estos nombres, el Presidente abrió un interrogante: ¿apostaría por el peronismo o se animaría a jugar fuerte por la fórmula superadora? Muchos analistas y dirigentes políticos, dentro y fuera del justicialismo, algunos con esperanza y otros con preocupación, se pasaron estos cuatro años espiando los naipes del Presidente para adivinar para qué lado se inclinaría. Cuatro años y dos elecciones después, Kirchner sigue jugando con los naipes sobre la mesa y sin hacer señas, de modo que sólo queda conjeturar. Si hay que guiarse por conjeturas, yo jugaría mis porotos a que no hay dos caminos posibles y, si los hay, seguro no son incompatibles.

No hay dos caminos posibles: en un sentido, decir “peronismo” y decir “concertación plural” es decir lo mismo. La historia registra dos fórmulas presidenciales justicialistas con candidato a vicepresidente radical. Una, la más reciente, reunió a Cristina Fernández con Julio Cobos. La otra, la más remota, llevaba a Juan Perón con Jazmín H. Quijano. Los liderazgos presidenciales justicialistas siempre resultaron atractivos para muchos radicalismos provinciales. Las relaciones entre presidentes justicialistas y gobernadores radicales han sido siempre poco conflictivas y, en algunos casos, han dado lugar a colaboraciones electorales exitosas. Cristina Fernández no hubiera superado el 40 por ciento de los votos sin los votos radicales de Mendoza, Río Negro y Catamarca. Tampoco Juan Perón hubiera ganado la elección de 1946 sin el apoyo de la UCR Junta Renovadora. No quiero decir con esto que el peronismo electoral tenga siempre una pata radical. Señalo, simplemente, que el apoyo de las organizaciones justicialistas muchas veces no alcanza para ganar elecciones presidenciales. En este sentido, la estrategia electoral del justicialismo es, siempre, concertada y plural.

Pero también podría ser que “transversalidad” o “concertación plural” refieran a la voluntad de buscar apoyos ideológicamente afines al Presidente por fuera del justicialismo. El problema que plantea esta segunda conjetura es que la definición ideológica y la decisión de jugar “por afuera” por parte del Presidente genere una rebelión interna entre los justicialistas que tienen la orientación ideológica opuesta. El problema existe: la profesión de fe liberal de Carlos Menem produjo el éxodo de numerosos dirigentes y, en combinación con el Pacto de Olivos, alimentó el crecimiento del Frepaso. La retórica setentista de Néstor Kirchner irritó a muchos que en los ‘70 creían y siguen creyendo que existe una ortodoxia peronista y que es más bien de derechas. Es muy probable que estos peronistas, que seguramente son muchos, hayan votado a Alberto Rodríguez Saá en octubre. Pero Carlos Menem ganó su reelección en 1995 a pesar del éxodo y Cristina Kirchner sobrevivió al fastidio de los “peronistas de Perón”.

En 2007, como en 1995, como siempre desde 1983, la arquitectura electoral del justicialismo se sostuvo sobre idénticos pilares: la mitad de los votos de la provincia del Buenos Aires, triunfos cómodos en varias provincias del Noroeste, el Noreste y la Patagonia más alguna otra provincia que varía entre elección y elección. Los presidentes justicialistas, independientemente de sus retóricas y apuestas ideológicas, cultivan con sumo cuidado estos apoyos provinciales. Los gobernadores justicialistas, independientemente de la retórica e ideología presidenciales, nunca restan su apoyo electoral.

Peronismo y concertación plural son, entonces, la misma cosa y, si son distintas, la diferencia es electoralmente irrelevante. Sospecho que Néstor Kirchner pensó algo parecido. Por eso, entre otras cosas, del caudal electoral el Frente para la Victoria es a fines de 2007 dos veces más grande que en abril de 2003.

* Director de las Carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés.

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