Sáb 02.02.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › EL CAMBIO CULTURAL, EN EL ANALISIS DE TRES ESPECIALISTAS

Jaque a la larga dominación masculina

› Por Pedro Lipcovich Roberman

“El cambio al doble apellido es un avance democratizador”, sostuvo Irene Meler, psicoanalista e investigadora en temas de género, respecto de la ley que el Congreso se dispone a tratar: “El régimen de dominación masculina se ha puesto en cuestión, y se empieza a restituir a las mujeres derechos elementales como el de nombrar a la prole con su apellido”. Nelly Minyersky, profesora titular de derecho de familia en la UBA, discrepó con “la obligatoriedad del doble apellido, que de hecho ya es tradicional en países de Iberoamérica y ha tenido un sentido discriminatorio para el que, sin padre que lo haya reconocido, cuenta con un solo apellido”; estimó oportuno, en cambio, “que la madre, sin mediar consentimiento del padre, pueda exigir que el hijo lleve su apellido junto al paterno”. El psicoanalista Germán García consideró que la incorporación del doble apellido “parece más bien una vindicación formal: está en el orden de dignificar a las mujeres, de manera parecida a las reivindicaciones de género en el lenguaje, que requieren dejar de lado expresiones machistas”. El autor de esta nota consultó también, introspectivamente, a la memoria de su madre, tal como puede leerse más abajo.

Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), recordó que “según postuló Engels, cuando se desarrollaron históricamente la agricultura de arado y la ganadería, se constituyeron como tareas de varones, por requerir mayor fuerza física; cuando la agricultura era sólo horticultura, sin uso de arado ni de animales de tiro, se trataba de una actividad femenina. A partir de esas formas de producción, fue posible salir de la economía de subsistencia y los hombres, es decir, algunos hombres, por primera vez acumularon excedentes, que no alcanzaban a gastar en el curso de sus vidas. Desearon entonces legarlo a sus descendientes. Pero en esa época, según Engels, la familia estaba en la etapa de los matrimonios ‘sindiásmicos’: monogámicos pero acotados en el tiempo, sucesivos; hay que decir que es la forma de matrimonio que prevalece hoy en día. Bueno, en ese contexto los hombres necesitaban establecer quiénes eran sus descendientes, y su triunfo histórico fue poder sellar con su apellido a la progenie: el patrilineaje expresa la dominación social masculina”.

“Actualmente, las sociedades están cambiando y el régimen de dominación masculina se ha puesto en entredicho: empiezan a aparecer nuevas instituciones que restituyen a las mujeres derechos elementales como el de nombrar con su apellido a la prole. Las mujeres siempre estuvieron a cargo de la crianza y hoy es incluso frecuente que, en casos de divorcio, los padres dejen de sostener a sus hijos y las madres se tornen progenitoras únicas. El cambio al doble apellido es un avance democratizador”, afirmó Meler, quien presidirá el Congreso de Psicología que la APBA efectuará en julio.

A esta altura, el cronista efectuó su primera consulta a la memoria de su madre, para tratar de saber si ella hubiera estado de acuerdo con la inclusión obligatoria del apellido materno: “¿No le molestará a tu padre?”, se inquietó ella.

Nelly Minyersky –profesora titular de Derecho de Familia en la UBA– estimó preferible “que la madre, en cualquier momento y sin mediar consentimiento del padre, durante el matrimonio o en caso de divorcio, pueda requerir que en el hijo su apellido se agregue al paterno”.

En cambio, “la obligatoriedad del doble apellido es, de hecho, una práctica tradicional en muchos países de Iberoamérica, con un sentido discriminatorio: quien no tiene un padre que lo haya reconocido queda expuesto porque cuenta con un solo apellido –advirtió Minyersky–. Por eso sería preferible mantener la voluntariedad en cuanto al doble apellido; salvo en algunas familias de clases sociales dominantes, lo habitual en la Argentina es el apellido único, y esto tiene una raíz democrática y de respeto a los derechos civiles”.

Aquí el cronista volvió a la memoria de la madre, quien dio su segunda respuesta: “Para mí no tiene ninguna importancia, dejemos las cosas como están. Ya bastantes problemas hay”.

El psicoanalista y escritor Germán García recordó una experiencia personal: “Alguna vez estuve por agregarme mi apellido materno, Fernández; había otro Germán García escritor, que todavía publicaba cuando yo empecé a hacerlo. Pero decidí que no: me parecía un remedo de los aristócratas, que eran los que usaban doble apellido”.

Por lo demás, recordó García, “etimológicamente, ‘apellido’ proviene del latín apellitare, que literalmente sería ‘llamar excitando’. Diríamos: llamar con vehemencia, llamar a los gritos; es la misma etimología de ‘apelar’. En los apellidos llamados naturales esto se hace más evidente: llamar a alguien ‘¡Herrero!’ fue, en su origen, apelar a un herrero”.

“En realidad –agregó Germán García–, ya los romanos distinguían entre genitor, el que había engendrado a ese hijo, y pater, el que le daba el apellido. La finalidad era, como tantas veces, económica: garantizar que las herencias fuesen a las personas consideradas adecuadas. Esto se mantuvo durante milenios: actualmente el ADN permite verificar la correspondencia entre genitor y pater, aunque en términos legales la situación no haya cambiado.”

En cuanto a la obligatoriedad del doble apellido, “creo que tiene un valor simbólico, no me parece de mucha importancia en los hechos –estimó García–. En rigor, esto ya rige desde el punto de vista patrimonial: cuando uno compra un departamento, debe consignar nombres y apellidos del padre y de la madre. El cambio propuesto parece más bien una vindicación formal: está en el orden de dignificar a las mujeres, de manera parecida a las reivindicaciones de género en el lenguaje, que requieren dejar de lado palabras o expresiones machistas”.

Antes de terminar la nota, el cronista consultó una vez más a la memoria de su madre, que parecía más distendida: “Al fin y al cabo, este tema ha servido para que me recuerdes. Y, la verdad, me gusta eso de que hayas firmado con mi apellido: me hace sentir que estoy presente”.

Nota madre

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