En un vasto y ambicioso recorrido histórico que se inicia en 1890 y llega hasta 2003, el sociólogo Saúl Blejman plantea un minucioso análisis de la corrupción como aspecto inescindible de las estrategias de acceso y conservación del poder en la Argentina. El gesto que propicia su estudio Hegemonías, crisis y corrupción, publicado por la Universidad Nacional de Cuyo, parte de la decisión de –atendiendo a la persistencia del asunto– separar el abordaje ético de las prácticas corruptas y desanudar su funcionalidad política en democracia. La tesis se apoya en conceptos gramscianos: “La corrupción como instrumento político aparece con mayor nitidez en las situaciones en que los gobiernos, por diversos motivos, van perdiendo el consenso activo o pasivo de la mayoría de la población; en las que el uso directo de la fuerza o la violación grosera de las normas constitucionales (...) se convierte en un camino muy peligroso (...) La corrupción es una de las manifestaciones más claras, señalaba Gramsci, de que todo el organismo político está corrompido por la descomposición de la función hegemónica”, fundamenta el autor. Caracterizando a la corrupción como una práctica que se instala particularmente en sujetos que ejercen funciones dirigenciales o representativas, en su intermediación entre la sociedad y el poder estatal, Blejman rastrea sus expresiones y propósitos en el devenir histórico nacional, en una indagación que abarca a los gobiernos oligárquicos, la década infame, el peronismo y su posterior proscripción, el sindicalismo, los golpes y las dictaduras, el terrorismo de Estado, la recuperación de la democracia y la década menemista.
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