ESCRITO & LEíDO
Demolición del orgullo argentino
› Por José Natanson
Actora central en la vida política, económica y cultural, la gigantesca y orgullosa clase media fue durante el siglo pasado una de las características distintivas, quizás la más relevante, de la sociedad argentina. Hasta que, desde el golpe de 1976, comenzó un proceso sostenido de retroceso, retratado con reveladora precisión en La declinación de la clase media argentina, el libro que acaban de publicar los sociólogos Artemio López y Martín Romeo.
Para medir la involución, López y Romeo recurren a tres indicadores:
- En 1974, el coeficiente Gini, que registra la desigualdad y la concentración del ingreso, era del 36,4. Hoy es del 47,3 por ciento, lo que implica un aumento superior al de la mayoría de los países de la región.
- En 1974, la desocupación abierta en el área metropolitana era del 2,8 por ciento. Hoy es del 13 por ciento, con picos durante la década anterior del 17,4 por ciento (en 1995) y el 22 por ciento (en mayo del 2002).
- En el mismo período, la brecha de ingresos entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre pasó del 12,3 por ciento al 27,8 por ciento, con un pico del 33,6 en mayo del 2002.
Como resultado de este proceso, Argentina ocupa hoy el lugar 31 en el ranking de países con mayor concentración del ingreso y el 22 en la lista de naciones con brechas de ingreso más profundas. Supera a Uruguay, Bolivia y Perú.
La polarización social implicó una drástica reducción del peso de los sectores medios. En 1974, un 78 por ciento de la población pertenecía a los sectores medio-alto y medio-pleno, contra un 29 por ciento de hoy. Consecuencia de modelos económicos que funcionaron como máquinas de expulsar familias de clase media a la pobreza, hoy se calcula que el 60 por ciento de los pobres, más de tres millones de personas, proviene de segmentos que antes eran de clase media.
Estos datos escalofriantes cobran más relevancia si se presta atención a lo que pudo ser. En un ejercicio discutible pero interesante de proyección estadística contrafáctica, López y Romeo aseguran que, si los niveles de integración social de la Argentina fueran los de mediados de los ’70, el coeficiente Gini y la brecha de ingresos serían similares a los de Australia.
Escrito en clave estrictamente cuantitativa, La declinación de la clase media argentina se limita a relatar el fenómeno, con sus increíbles porcentajes, cifras y comparaciones, y no incluye una sola explicación –salvo alguna que otra alusión general al modelo neoliberal y el terrorismo de Estado– sobre las causas que lo provocaron. No es ésa, desde ya, la intención de un libro que cumple adecuadamente con su cometido, aunque hubiera sido interesante un desarrollo más conceptual de las cifras y de sus efectos. En uno de los pocos párrafos orientados a calibrar las consecuencias del fenómeno, López y Romeo sostienen: “Un habitante de Ciudad Oculta y un niño pobre de Villa Jardín se reconocen y son reconocidos en situación de pobreza e incluso reciben, aunque de manera deficiente, recursos institucionales para su subsistencia. No ocurre lo mismo con los nuevos pobres, los expulsados de la clase media y los que, aun superando la línea de la pobreza, han descendido de los sectores medios plenos y se encuentran al borde del empobrecimiento. ¿Qué lugar ocupa una familia de Flores o de Villa Crespo en la que el padre ha sido despedido en los años ’90 y no logra aún reinsertarse, o está trabajando’en negro’ en alguna pequeña fábrica con un salario inferior a los 300 pesos?”.