Lun 05.09.2005

ESCRITO & LEíDO

El fin del mito fundacional

› Por José Natanson

Montoneros. El mito de sus 12 fundadores (Vergara) forma parte de un inesperado intento por revisar las experiencias revolucionarias de los ’60 y ’70: el éxito de la revista de Gabriel Rot y Sergio Bufano, Lucha armada en la Argentina, la edición del libro de Rodolfo Terragno El peronismo de los ’70 y otras publicaciones por el estilo revelan un renovado interés por visitar y discutir los episodios más sonados de aquellos años.
El libro comienza, como no podía ser de otra forma, con un relato detallado de la operación que marcó la presentación en sociedad de la organización armada: el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. A partir de allí, Lucas Lanusse analiza los comienzos de Montoneros y demuele prolijamente el mito fundacional, la difundida idea de que la organización fue creada por un pequeño núcleo, casi un grupo de compañeros de colegio, de apenas doce personas.
Lanusse discute así el libro-canon para el análisis del tema –Los Montoneros. Soldados de Perón, de Richard Gillespie– y asegura que es imposible que un grupo tan reducido pudiera operar simultáneamente en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Tucumán y Salta. Asegura que el mito, instalado algunos dirigentes Montoneros, tiene una enorme carga simbólica, legitimadora de un grupúsculo de conducción y alusiva al heroísmo de unos pocos, pero que es rotundamente falso.
Los Montoneros –asegura Lanusse– eran bastante más que una docena. Se formaron a través de la confluencia de varias experiencias similares en diferentes lugares del país –el autor enumera al Grupo Santa Fe, el Grupo Córdoba, el Grupo Sabino– en un proceso que comenzó bastante antes del secuestro de Aramburu. Estos grupos tenían contactos orgánicos al menos desde 1968 y la integración de todos ellos en una única organización comenzó a principios de 1970.
Pero lo central es que no surgieron de la nada. Fueron producto de un recorrido de militancia de superficie, que tuvo como punto de partida el ámbito del catolicismo renovador, pasó luego por un círculo político más radicalizado y vinculado al peronismo revolucionario y derivó finalmente en la decisión de tomar las armas. Sus raíces culturales y políticas se hunden en la etapa de la resistencia peronista abierta por la Revolución Libertadora y se conectan con un largo y profundo proceso de construcción: el origen se remonta a John William Cooke y la resignificación de la ideología peronista en clave marxista, a la experiencia guerrillera en Taco Ralo, a la revista Cristianismo y Revolución y a la figura de Carlos Mujica.
Las cosas cambian con la apertura democrática y el regreso de Perón. “Los guerrilleros, es decir una organización relativamente pequeña, procurarían acomodarse a un movimiento, el peronista, del cual aspiraban a ser reconocidos como vanguardia. El regreso definitivo de Perón al país y luego al poder marcaría un nuevo problema de dimensiones para la organización armada. Con el conductor estratégico en el teatro de operaciones, las dieferencias ideológicas y la solapada disputa por la dirección del proceso político saldrían definitivamente a la superficie”, sostiene Lanusse en el final.
En general, el libro intenta narrar de manera nítida un fenómeno complejo y revela una rigurosidad poco común para el análisis de las experiencias guerrilleras de los ’60 y ’70. No es poco, sobre todo si se tiene en cuenta el origen familiar del autor –Lanusse es sobrino nieto del presidente que lanzó su célebre desafío a Perón–, que afortunadamente no interfiere en su esfuerzo por contar el surgimiento de Montoneros de la forma más fiel y clara posible.

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