Lun 20.08.2007

ESCRITO & LEíDO

La religión cívica del rabino

› Por José Natanson

Seguidor de Marshall Meyer, aggiornador del tradicional templo de la calle Libertad y cofundador de Memoria Activa, el rabino Sergio Bergman se hizo nacionalmente conocido en septiembre de 2006, en la marcha de Juan Carlos Blumberg a la Plaza de Mayo. Allí, el inyenieri insistió con sus propuestas de bajar la edad de imputabilidad, endurecer las penas y no pensar en “los derechos humanos de los delincuentes”. Bergman dio un discurso donde no cuestionó los dichos de Blumberg y clamó por la salud de la república.

Después, Bergman concedió una entrevista al diario La Nación donde justificó su creciente presencia pública argumentando que, como el sistema republicano ha colapsado, las religiones y los ciudadanos “tienen que salir como última línea de defensa”. En otro reportaje cuestionó el voto obligatorio. “En un sistema clientelar, con enormes bolsones de cautivos de punteros políticos que le ponen a la gente la boleta en la mano a cambio de prebendas, ir a votar a la fuerza puede convertirse en una intimidación psicológica.” Esto, dijo, crea “esclavos electorales”.

El 16 de mayo pasado Bergman se mostró junto a Mauricio Macri, en ese entonces candidato a jefe de gobierno porteño, y el 3 de junio, la noche del triunfo, fue a felicitarlo a su bunker, por donde desfilaron otros líderes republicanos como Miguel Angel Toma y Cristian Ritondo. Bergman participó en el lanzamiento de la Coalición Cívica de Elisa Carrió y suena como posible candidato a senador de la chaqueña en las elecciones de octubre.

En su Manifiesto cívico argentino, Bergman propone desarrollar una “religión cívica” que transfiera “lo que la religión hizo para la continuidad de las tradiciones que sostienen a su comunidad (símbolos, ritos, gestos) a la nación”. Sin referencias políticas concretas, moviéndose siempre en un nivel de abstracción que hace un poco confusos sus planteos, Bergman insta a las personas a involucrarse en la cosa pública para construir un país más justo compuesto por verdaderos ciudadanos. Las afirmaciones son tan generales que resulta difícil cuestionarlas. Por ejemplo: “La idea que orienta este manifiesto es la de preservar la particularidad de cada uno pero unidos en la universalidad de todos”. También abreva en algunos lugares comunes, como que los argentinos “tenemos especial gusto por la queja”. Y habla siempre de que hay algo común a todos, que es “lo que nos da unidad”, pero no aclara bien qué es: al no poder recurrir a un líder, y tampoco, naturalmente, a la tradición cristiana, Bergman menciona la “espiritualidad cívica” plasmada en la Constitución nacional. En este sentido, el suyo parece un libro alfonsinista, versión 1983.

Aunque confuso, el manifiesto de Bergman habla de “la distancia entre la Constitución y la realidad” y resume sus ideas, más nítidamente desarrolladas en su habituales intervenciones mediáticas, acerca del colapso institucional de la Argentina. En la línea del fundamentalismo republicano de algunos líderes políticos (Elisa Carrió, Ricardo López Murphy), académicos (Sergio Berenstein y Fernando Iglesias) y escritores (el jubilado Marcos Aguinis), Bergman asegura que vivimos en una “monarquía constitucional”, realidad certificada por el hecho de que ahora el Presidente ceda el cargo a su mujer tras el trámite electoral de octubre.

La afirmación, efectiva quizá como slogan de campaña, no resiste el más mínimo análisis. Lo que define el carácter de un régimen político no es quién llega al gobierno, sino cómo llega al gobierno. El hiperpresidencialismo, una tradición argentina profundizada por Carlos Menem y consolidada por Kirchner, no implica que vivamos en una monarquía ni que la república esté quebrada ni que las instituciones no existan. Hay una definición ajustada y clásica para este tipo de regímenes, la “democracia delegativa”, que describe bien los casos, tan comunes en América latina, de gobiernos que son controlados por los votantes pero que tienden a concentrar el poder y debilitar los check and balances. Del mismo modo, que los pobres voten guiados solo por el clientelismo de punteros malévolos es también una simplificación absurda, como demuestran muchos casos de aparatos políticos derrotados: Graciela Fernández Meijide contra Chiche Duhalde, Martín Sabbattella contra el duhaldismo en Morón o, más cerca en el tiempo, Joaquín Piña contra Carlos Rovira en Misiones. El voto, aun el de los sectores populares, siempre se explica por motivos más complejos que el choripán y el vino tinto.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux