La importancia de una subjetividad que intenta extenderse a otros sectores y clases, sometidos a la desigualdad y la explotación.
› Por Hugo Calello *
Responder a lo que “hoy queda”, a fines del 2006 en la sociedad argentina del Argentinazo o el Porteñazo, no puede reducirse a una simple operación de describir el agotamiento o la expansión de las múltiples explosiones que conmocionaron la tambaleante sociedad política argentina, en el 2001.
Como ya lo afirmamos en un último libro –gestado precisamente por nuestra cátedra de investigación con la protagónica participación de estudiantes de la carrera de Sociología de la UBA (1) Neuhaus, Calello y colaboradores, 2006–, todo movimiento de resistencia debe ser analizado dentro del contexto que se vive en América en los últimos 15 años. Lo sintetizamos en algunas pinceladas.
Los 400 obreros de Zanon, avanzada de más de 200 empresas recuperadas. Los 60 mil habitantes del barrio María Elena del MTD (provincia de Buenos Aires), que expresan la reapropiación territorial, recuperación del espacio desde la autoafirmación de nuevas formas de relaciones sociales de horizontalidad y la voluntad colectiva. Los 15 años de lucha de desocupados y petroleros en el Sur argentino. Los piqueteros de presencia militante. El millón y medio de trabajadores sin tierra en Brasil. Los nuevos sindicatos que intentan romper los moldes e imponer la lucha política por la civilidad en la Argentina. Los Consejos Populares y el nuevo sindicalismo que en los barrios luchan contra la corrupción de los nuevos partidos y los burócratas en toda la República Bolivariana para intentar construir una nueva hegemonía. Los maestros de Oaxaca que juegan su vida para recuperar el patrimonio de la dignidad y la memoria colectiva. La tremenda potencia de los movimientos étnicos de las naciones originarias, desde Bolivia hasta Ecuador, Perú y México.
De todas maneras, cada movimiento de resistencia no es emergente, un acontecimiento ex novo, que surge de lo caótico y azaroso, como afirmó la rimbombante jerga de los augures del posmodernismo. Su potencia está ligada a la forma en que reconstruya y se proyecte socialmente la memoria colectiva, o sea en cómo se incorpore al conflicto de clases y a la lucha contrahegemónica. Por ello, la fábrica recuperada es una experiencia singular, única y emblemática en la Argentina.
Un militante de Zanon nos decía: “La lucha por recuperar la fábrica les cambió la vida a todos los compañeros; nos hizo desarrollar una nueva relación con el trabajo, que ahora lo sentimos nuestro, y con nosotros mismos, dado que ahora pensamos como colectivo afectivo, social y político. Con la comunidad de Neuquén que nos apoyó de entrada, y con la cual seguimos fortaleciendo vínculos y sobre todo nos llevó a reflexionar sobre nuestra historia, pero no sobre la historia que nos obligaron a aprender. Sobre la verdadera historia, aquella que se expresa en nuestra lucha y que se conecta en la más lejana en el tiempo al levantamiento rural de la Patagonia en 1921, a la Semana Trágica, y al Cordobazo y al Cutralcazo en la más cercana”.
Es cierto que Zanon es una vanguardia emblemática, que más de la mitad del heterogéneo movimiento inicial se redujo a las tradicionales experiencias del cooperativismo, o de talleres de producción por encargo. Pero también es cierto que en muchos de los nucleamientos obreros de fábricas tomadas, la reapropiación del trabajo es la reapropiación del ser social, de una subjetividad transformada, consciente de historicidad. Una subjetividad que intenta extenderse a otros sectores y clases, sometidos a la desigualdad y la explotación, para articular desde la conciencia de la unidad de la clase subalterna un proyecto político que unifique a todos los excluidos y los explotados.
En la sociedad argentina se dan estos movimientos de sentidos diversos. Por un lado, los que se reafirman en su turbulencia agresiva, anárquica de falsas autonomías tribales; y los que, al contrario, pueden ser momentos fugaces de emergencia de un ejercicio revolucionario y emancipador. Como también lo fueron en el pasado, y hoy se restituyen en el presente. Son movimientos que conmocionaron y conmocionan la sociedad política, y dejan su huella en la historia como una latencia en la memoria que puede ser constitutiva en un proceso abierto de expansión y profundización permanente.
Parecería ser que en América latina se marca un nuevo camino para la reconstrucción de la democracia. Confrontando una fuerte contraofensiva de los grupos conservadores, que combinan “maniobras de absorción”, discursos fundamentalistas con prácticas represivas terroristas, por fin los oprimidos comienzan a constituirse en fuerzas sociales y –progresivamente– políticas en “clase subalterna consciente” de la exclusión y la explotación que, como diría Antonio Gramsci, intenta desde la reforma intelectual y moral la construcción de la civilidad y la democracia.
(1) S. Neuhaus, H. Calello y colaboradores. Hegemonía y Emancipación, Ed. Herramienta. Buenos Aires, 2006.
* Sociólogo, profesor de la UBA.
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