ESPECIALES › SUPLEMENTO ESPECIAL 25 AñOS DE MALVINAS
Entre la estrategia bélica y la subjetividad pacifista, la mayoría de la izquierda, desde el PC hasta las corrientes maoístas y trotskistas, se sumó, con pocas excepciones, al respaldo a la guerra.
› Por Horacio Tarcus *
Mientras otros actores políticos quedaron mudos de pura perplejidad o esperaron cautelosamente, la izquierda fue quizá la primera en reaccionar en abril de 1982. Todavía dolían los moretones en las cabezas o en las espaldas de los militantes corridos por la policía durante la marcha que había convocado la CGT el 30 de marzo, cuando todo el espectro de la izquierda –matiz más o matiz menos– reconocía la invasión de los militares argentinos a las islas Malvinas como una “recuperación” de magnitudes históricas que arraigaba en las más hondas aspiraciones nacionales y antiimperialistas del pueblo argentino. El primero, claro, fue Jorge Abelardo Ramos desde su periódico Patria Grande, que saludó la invasión como “uno de los grandes momentos de la emancipación americana”. La Guerra de las Malvinas era un escenario soñado para la “izquierda nacional”: las Fuerzas Armadas argentinas comprendían finalmente el error de su alianza con Martínez de Hoz y con Alemann y retomaban su misión patriótica y nacional, acaudillando al pueblo-nación. Semanas después, Ramos viajaba a Puerto Deseado junto a Saúl Ubaldini y Deolindo Felipe Bittel.
Aunque con menor fervor patriótico, el Partido Comunista también saludó la invasión como “un acontecimiento histórico que dejará sus hondas huellas en la conciencia nacional e incidirá grandemente en el curso de la política interior y exterior del país” (discurso de Athos Fava en el Comité Central del 5/6/1982). El PC llamó a la lucha antiimperialista y a buscar la solidaridad internacional en los países del bloque soviético para encontrar una solución negociada en el marco de las Naciones Unidas. “Las Fuerzas Armadas –afirmaba Fava– no pueden derrotar solas la agresión imperialista, obtener la paz justa y honrosa y combatir el enemigo dentro del país. Los civiles solos, tampoco.” ¿Entonces? Era la ocasión, una vez más, para abrir “un diálogo sin exclusiones” (esto es, con el PC) para conformar un “gobierno de coalición cívico-militar”. Mayor fue el entusiasmo nacionalista del Partido Comunista Revolucionario, que entendió que a partir del 2 de abril la contradicción dictadura-pueblo pasó a ser secundaria, desplazada por la contradicción imperialismo-pueblo. Llamó entonces a estrechar en torno de las FF.AA. un frente nacional antiimperialista, sin dejar de advertir que el “imperialismo rojo” (la URSS y todo el bloque soviético) no podía ser un aliado en ese camino.
Del seno de los grupos trotskistas, de tradición clasista e internacionalista, emergió una desconocida exaltación nacional-antiimperialista. Tanto el Partido Socialista de los Trabajadores que lideraba Nahuel Moreno, como Política Obrera, que inspiraba Jorge Altamira, llamaron a extender la guerra a todos los terrenos de la lucha: no sólo el militar y el diplomático, sino el de las sanciones económicas y la movilización antiimperialista de masas. Ambos grupos caracterizaron a la guerra como anticolonial y antiimperialista, en tanto enfrentamiento entre un país imperialista y un país oprimido, independientemente del hecho de que el país imperialista estuviese regido por una monarquía parlamentaria y el país oprimido estuviese sojuzgado por una dictadura. En el curso de la lucha antiimperialista, la dictadura iba a ser superada por la lucha de masas, las que llevando la emancipación hasta el final iban a encontrar finalmente su verdadera dirección. PO llegó incluso a reclamar “armamento para los trabajadores”.
Para 1982 los Montoneros, forzados al exilio, se encontraban en franco proceso de disgregación, pero muchos de sus dirigentes apoyaron la guerra y llegaron incluso a ofrecerse a los militares argentinos para combatir. Es interesante el testimonio de una de las figuras de esa diáspora, Gregorio Levenson: “El 2 de abril se había iniciado el intento de recuperar las Malvinas, reivindicación profundamente arraigada en toda la población de nuestro país. Pero ese paso lo había dado la Junta Militar, lo cual generó una fuerte contradicción en la mayoría de la población, y muy especialmente en los militantes de las organizaciones revolucionarias, que mantenían una lucha terrible contra la dictadura”. Levenson, que cargaba con la muerte de dos de sus hijos en la lucha armada y con la desaparición de su compañera Lola Rabinovich bajo la dictadura, concluyó por apoyar públicamente la guerra desde su exilio en Costa Rica y hasta tentó negociaciones con funcionarios argentinos en el exterior para regresar al país y cumplir tareas de apoyo. Uno de los núcleos más activos del exilio argentino en México, el Grupo de Discusión Socialista que integraban, entre otros, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y José Nun, intentó articular el reconocimiento por la “soberanía argentina en las Malvinas” con la defensa de la “soberanía popular en Argentina”, lucha antiimperialista y lucha antidictatorial.
Dentro de la izquierda, las voces disidentes fueron pocas y apenas pudieron ser escuchadas mientras duró el conflicto. Dentro del país, el grupo libertario Emancipación Obrera sostuvo, a través de volantes y folletos, una posición antibélica y antinacionalista, mientras que el intelectual independiente Carlos Alberto Brocato hacía circular su texto “¿La verdad o la mística nacional?”, editado anónimamente bajo el sello “Círculo Espacio Independiente”. Adolfo Gilly desde México cuestionaba en “Las Malvinas, una guerra del capital”, texto aparecido en Cuadernos Políticos, que se tratase de un conflicto anticolonial y antiimperialista. Por su parte, León Rozitchner escribió, en 1982 en Caracas, un texto que recién se conoció en 1985: Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”. Allí contraponía la lógica “objetiva” y “científica” de la estrategia político-militar sostenida por el Grupo de Discusión Socialista a la subjetividad antibélica y antidictatorial que lo había llevado previamente a desear que los militares argentinos fueran derrotados en Malvinas.
Generalizando el argumento, podría pensarse que quizás en abril de 1982 la izquierda argentina quedó atrapada entre una lógica estratégica belicista y nacionalista, por un lado, y una subjetividad antibelicista y antinacionalista, por otro. Porque si bien es entendible que la “izquierda nacional” llamase eufórica, como lo hizo Ramos, a “malvinizar” la política, no resulta tan claro en el resto del espectro de una izquierda forjada en el clasismo y el internacionalismo. Por su tradición, por su cultura, por su sensibilidad, las izquierdas clásicas son antibelicistas. Pero al mismo tiempo su política se nutre del pensamiento estratégico leninista, con su concepción de un mundo escindido en países imperialistas, semicoloniales y coloniales, en el que las izquierdas revolucionarias debían apoyar toda lucha de estos dos últimos contra los imperialistas.
El mismo León Trotsky, cuando lo entrevistó en México el sindicalista argentino Mateo Fossa, respondió que en el caso hipotético de que estallara una guerra entre la “democrática Inglaterra” y el “Brasil fascista” de Getulio Vargas, los revolucionarios debían estar del lado del “Brasil fascista”. No se trataba, para Trotsky, de la contradicción visible entre democracia y fascismo sino de una opresión estructural menos visible. El eventual triunfo del Brasil, imaginaba Trotsky, asestaría un golpe al imperialismo al mismo tiempo que “daría un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática del país y llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas”. Sin lugar a dudas, esta perspectiva de no confrontar con los nacionalismos de los países atrasados sino de excederlos por izquierda también nutrió el imaginario de las izquierdas.
En suma, mientras la sensibilidad y la experiencia de los militantes de izquierda bajo la dictadura los impulsaba a rechazar cualquier “causa nacional” común con los militares genocidas, la estrategia política nacida con la Tercera Internacional los empujaba en sentido contrario: a apoyar en un sentido antiimperialista una guerra que habían iniciado los militares, creyendo que la movilización de masas dejaría a la dictadura en el camino.
* Historiador, docente e investigador de la UBA y miembro de la dirección del CeDInCI.
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