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Alguna vez fue vista como un campo de experimentación sonora por figuras de la talla de Welles, Brecht, Beckett y Artaud. Sin embargo, por varios motivos, la radio parece haber renunciado a esa ambición creativa. Recuperarla puede ser una de las claves para revitalizarla.
› Por Ricardo Haye
Doctor en Comunicación Audiovisual. Docente e
investigador de la Universidad Nacional del Comahue
Aunque desde hace unas seis décadas resuenan las agorerías que profetizan su muerte, la radio cumple noventa años en medio de la febril actividad que la acompañó siempre, con altos índices de credibilidad y destacadas cotas de penetración popular. De todos modos, ahí nomás se encuentra un horizonte de cambio que solo la necedad puede hacernos ignorar.
La digitalización multiplicará la cantidad de señales sonoras que hoy congestionan el éter. A esa oferta ampliada, hay que sumar las miles de alternativas que se agregan a través de Internet. Streaming y podcast (*) mediante, vuelven anacrónica alguna especificidad como la fugacidad de los mensajes y desmienten que el oyente no pueda escoger el momento de la escucha.
Aquel concepto que Alvin Toffler acuñó para referirse a la sobrecarga de información, la infoxicación, se reactualiza en este tiempo.
Desde la perspectiva de las audiencias, más que antes, se agiganta la necesidad de desbrozar y organizar contenidos. Si bien ya existen servicios que indexan, siempre queda un amplio margen de duda acerca de su confiabilidad y el riesgo de manipulación que generan.
Por esa razón, las emisoras harían bien en robustecer su identidad, a fin de que los oyentes reconozcan inmediatamente sus rasgos característicos y se facilite su elección. Esa tarea de fortalecimiento comprende tanto al campo semántico como al estilístico.
La radio argentina, que no sólo dista mucho de ser la peor del mundo sino que suele dar muestras de significativa calidad, debería ensanchar sus campos temáticos a fin de introducir en su torrente discursivo nuevas unidades de sentido que amplíen el capital simbólico y cultural de las audiencias.
Pero, además, sería deseable que refresque y enriquezca su expresividad, en rumbo a una estética capaz de generar deleite en el público. Para lograrlo sólo hay que abrir cauces a la experimentación, diversificar las formas elocutivas y equilibrar de modo más armónico la participación de los elementos del texto sonoro. La palabra y la música, tan sobreabundantes, pueden contribuir cediendo espacios a los efectos sonoros, cuya capacidad referencial y pictórica está fuera cuestionamiento. La masa sonora debe asumir la vitalidad y el dinamismo que en su día posibilitó el estéreo y hoy expanden aún más los sistemas de sonido multicanal.
Por último, la forma más efectiva de vigorizar las propuestas y conferirles nítida individualidad la alcanzarán aquellas emisoras que apuesten a recuperar capacidad productiva antes que poner todas las fichas en un espontaneísmo vacuo, superficial y descomprometido.
Cuando florezca esta conciencia, los realizadores advertirán que la radio no puede continuar desnuda de arte y todos nos beneficiaremos con propuestas que acrecienten nuestra capacidad crítica y agudicen nuestra sensibilidad.
*Sistemas de transmisión y de descarga de la web.
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