Dom 02.03.2003

ESPECIALES • SUBNOTA  › LA VERSION DE BUSTOS

¿A quién delaté yo?

Señor Director de
Página/12
Como no dispongo de Internet, ha llegado tarde a mis manos un artículo publicado el 8 de enero, de promoción a un CD Rom dedicado a la vida de Ernesto Guevara, el Che, firmado por Mariano Blejman, en el que se menciona mi nombre, aclarando que según el CD, me convertí en delator. La pregunta obligada, y su necesaria comprobación, que el periodismo argentino jamás se hizo, sería ¿a quién delaté yo? dado que una afirmación de este tipo afecta a toda una familia, la mía, aparte de constituir una falsedad que socava la moral del conjunto del pueblo, ausente así totalmente de la epopeya y la suerte de su héroe.
Fui sobreviviente, en libertad, del EGP, grupo formado por el Che en La Habana en 1962 con el objeto de instalar un foco guerrillero en Salta, bajo su mando, y del que formé parte por su propia elección e invitación desde el inicio, junto a otros cuatro compatriotas, entre ellos Jorge Ricardo Masetti “Comandante Segundo”, y quedé en libertad, por coincidir la caída en manos de la Gendarmería de nuestros campamentos en momentos en que yo cumplía la misión de conducir hasta ellos a un comandante cubano en la columna del Che en la Sierra Maestra, “Furry”, actual ministro del Interior de Cuba, general de Cuerpo de Ejército, Abelardo Colomé Ibarra, quien estaba a cargo de nuestra base en Bolivia, a una conferencia con Masetti preparatoria de la eventual llegada del Che y que nos sorprendió a nuestro paso por Córdoba, retirándose Furry a la base en Tarija y permaneciendo yo a la espera preestablecida de un contacto de emergencia en Córdoba.
Dos años después, en el momento en que el Che me llama a Bolivia por intermedio de Tania, la estructura ciudadana que yo había formado para apoyo de la guerrilla se había desarrollado enormemente y a pesar de la derrota funcionaba a lo largo del país, contando en ciudades como Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Rosario, Mendoza, La Plata, Salta y Tucumán, con decenas de militantes y simpatizantes de diversa extracción, obreros, sindicalistas, estudiantes, profesionales, profesores, filósofos, poetas, editores, periodistas y artistas, provenientes en su mayoría de las escisiones que sufría el PC por su política reformista, por su postura contraria a la lucha armada y denigratoria de la figura del Che. Militantes atendidos personalmente por mí, único miembro de la guerrilla con autonomía de salida, desde mi primer viaje a las ciudades al ganar el Dr. Illia las elecciones de julio del ‘63, cuando, por una amistad personal en Bell Ville, Córdoba, hice contacto con el grupo editor de Pasado y Presente, y en giras sucesivas cada mes, hasta marzo del año siguiente con la caída del grupo. Estructuras que el Che me ordenó desarrollar hasta nuevas órdenes, cuando me llamó a La Habana a presentarle informe de lo sucedido, en junio del ‘64, viaje en el que me acompañó José Aricó, quien también había subido conmigo a conversar con Segundo, unos meses antes. La misma consigna me hizo saber en junio del ‘66, en un nuevo viaje a La Habana, con el anuncio de que esperara próximo contacto en Córdoba.
Resumiendo, ninguna de las personas bajo mi responsabilidad política y militar, a pesar del conocimiento en detalle hasta de sus domicilios, sufrió persecución alguna a causa de mi detención, caso poco frecuente; no hubo ni un solo detenido en Argentina, ni en ninguna parte. Nadie debió exiliarse ni dejar de militar. Algunos pasaron a integrar las nacientes organizaciones, y algunos murieron combatiendo posteriormente. Otros gozan aún de buena salud aunque la memoria les flaquee. Otro cubano preso en Salta –de la escolta del Che– recuperaba su libertad al iniciar yo mis treinta años de condena en Camiri, sin que ni su nombre ni su verdadera nacionalidad salieran a flote, ni el papel de los demás cubanos, ni el de Cuba en relación a Salta, ni el de otros países comprometidos en nuestro periplo y formación militar, como Checoslovaquia y Argelia, tras largassemanas de interrogatorios frente a expertos de la CIA, en los que desempeñé el rol de pacifista despistado, enemigo de la violencia, contrario a las guerrillas, defensor de los presos políticos y engañado por una fraudulenta invitación, a sabiendas de que me ponía al margen del hipócrita santoral de acólitos de la religiosidad izquierdista, pero en aras del sacrificio por la seguridad de todos.
Los dibujos fueron hechos por mí, es cierto, en una operación de desinformación de la que me enorgullezco –a pesar del precio pagado– con la finalidad ampliamente lograda de cortar los contactos en Argentina con la red mencionada –y de paso en La Paz– mediante la introducción de dos personajes inexistentes, Rutman y Andrés, que fueron considerados el mayor triunfo del equipo interrogador, avalado por el parecido relativo del de otros guerrilleros vistos por oficiales y soldados presos de la guerrilla en su momento. Las cuevas, que nosotros jamás vimos y por lo tanto no podíamos señalar, fueron entregadas por Chingolo, del grupo expulsado, quien condujo al ejército hasta ellas, según el libro La CIA contra el Che de la oficial Editora Política, La Habana, 1992.
Un documental sueco, realizado con espíritu de investigar la verdad, llamado justamente Sacrificio, que ha ganado el premio allí donde se ha presentado, San Pablo, Copenhague, Ciudad del Cabo, Portugal y otros festivales, incluido el de La Habana, diciembre del 2001 –y que Página/12 ha comentado– no alcanza para esclarecer las dudas de los que no hicieron nunca nada. La mala conciencia unida, jamás será vencida.
No me cabe la menor duda de que la misma tendencia estalinista que catalogaba al Che de “puchista, aventurero y pequeño burgués” y saboteó permanentemente su influencia en la Revolución Cubana, para después de su muerte dedicarse a comerciar su figura, a venderlo como camiseta, a fagocitarlo como cosa propia, es la que mantiene aún y seguirá manteniendo la cómoda imagen del “chivo expiatorio” que me han otorgado. Ya no creo posible cambiar treinta años de difamación por parte de quienes callaron la verdad en razón de intereses políticos, pero quizá en la Argentina, enfrentada hoy a la hora de la verdad popular, el periodismo vuelva a jugar su digno papel. A lo largo de esta desventurada historia, los ejemplos de dignidad profesional, de la que dan ustedes muestras en cada número, no fueron la regla. Les cuento una anécdota. En julio de 1967, al ser presentados ante la prensa internacional luego de dos meses de secuestro tras ser detenidos, un fotógrafo argentino de la revista Gente, pide permiso para aproximarse a mí y poder medir la luz con su fotómetro. Mientras manipula el aparato contra mi cuerpo me dice: “Su mujer está en La Paz”. Unos meses después un soldadito de guardia me presta un ejemplar atrasado de Gente, en el que figuraba una entrevista falsa de varias páginas conmigo, elaborada a partir de material denigrante preparado y entregado por el ejército y en el que ni siquiera se usaban las únicas cinco palabras pronunciadas. Desde entonces, no ha habido lugar para mi versión, por más cartas y desmentidos enviados, exceptuando dos casos separados por treinta años: un reportaje realizado por Miguel Bonasso para Semana Gráfica en diciembre de 1970 en Santiago de Chile, al ser liberados, y una carta mía a Kalfon que publicó una revista cultural mendocina, Diógenes, en junio del 2000. Entre ambos extremos, siempre son otros quienes dan cuenta de los “hechos”.
Sin más, y esperando tener acceso al derecho de réplica en sus páginas, le agradezco su atención.
Ciro Bustos
Malmö, Suecia

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