Sáb 06.08.2005

ESPECIALES • SUBNOTA  › EL DEBATE SOBRE LAS DOS UNICAS BOMBAS DETONADAS SOBRE CIUDADES

Hiroshima en la memoria

¿Se justificó desintegrar dos ciudades en segundos para terminar la guerra? ¿O ya estaba ganada y fue una advertencia norteamericana de su superioridad? ¿Final de una guerra mundial o comienzo de otra fría? A sesenta años, preguntas que siguen en debate.

Por José Manuel Calvo *


¿Fue el fin de la Segunda Guerra Mundial o el inicio de la Guerra Fría? ¿Sirvió para ahorrar bajas de ambos bandos o fue sólo una brutal demostración de fuerza? Sesenta años después del lanzamiento de las primeras bombas atómicas sobre Japón, que causaron 200.000 muertos, el debate sigue abierto.

“Hace 16 horas, un avión norteamericano lanzó una bomba sobre Hiroshima y destruyó su utilidad para el enemigo (...). Es una bomba atómica; significa aprovechar el poder esencial del universo. La fuerza de la que extrae su poder el Sol se ha desencadenado contra quienes llevaron la guerra al Extremo Oriente.” El mensaje del presidente Harry S. Truman el 6 de agosto de 1945 hizo suspirar de alivio a Estados Unidos porque suponía el final de la guerra en el Pacífico: Japón se rindió nueve días después. Aún no se sabía que “el poder esencial del universo” había costado más de 100.000 vidas en Hiroshima, que costaría otras 100.000 tres días más tarde en Nagasaki y que iba a abrir un capítulo en la historia de la humanidad, y no de los mejores.

Sesenta años después, en EE.UU. las explosiones atómicas pertenecen a la historia, al debate académico y universitario. Por otra parte, con Hiroshima y Nagasaki ocurre lo mismo que con la Revolución Francesa, según la probablemente apócrifa y citadísima frase de Chou En-lai: “Es demasiado pronto para hablar de ello”. No porque falte perspectiva, como sugería el astuto líder chino, sino porque es un asunto aún tabú que produce descargas eléctricas al que lo aborda sin precauciones.

En su sondeo del milenio, el Pew Center encontró que la mayoría en EE. UU. cree que el gran fracaso de su país en los últimos 100 años fue Vietnam. Aunque el 63 por ciento dice que el desarrollo de las armas nucleares es uno de los cambios para peor en el siglo XX, ni Hiroshima ni Nagasaki reciben menciones destacadas. “Es algo que vemos muy lejano, no es fácil que haya gran interés, lo que pasó fue horrible, pero pasó hace mucho. Es también cuestión de generaciones: mi padre, que hizo la guerra y combatió en Italia, tiene todo más presente y, por ejemplo, sigue llamando a los japoneses japs, que es un término muy despectivo. Pero para la gran mayoría de nosotros, Hiroshima y Nagasaki son historia”, definió Marcy Kelley, una funcionaria de la administración especializada en ayuda al desarrollo.

“Hay todavía divisiones profundas”, dice Daun van Ee, historiador de la Biblioteca del Congreso especializado en asuntos militares y hace 27 años editor de los escritos de Eisenhower. “Entre los historiadores, el debate continúa. Entre la gente hay mucha menos atención hacia estas cosas. Pero las divisiones se mantienen.”

El 6 de agosto de 1945, cuando se hizo público en Washington su mensaje, Truman navegaba de regreso a Estados Unidos en el “USS Augusta”, después de haberse reunido dos semanas en Potsdam con Winston Churchill y José Stalin, al que le había dicho: “Tenemos una nueva arma de extraordinaria fuerza destructiva”. Desde entonces, todo lo que tiene que ver con las primeras explosiones atómicas ha sido exhaustivamente documentado y discutido: la carta de Albert Einstein al presidente Roosevelt en 1939 alertándolo de “la posibilidad de desencadenar una reacción nuclear en cadena en una elevada cantidad de uranio” y la eventual “construcción de bombas”, y pidiéndole que se acelerara la investigación sobre el asunto porque los nazis estaban en eso; el ultrasecreto Proyecto Manhattan, dirigido por el físico Robert Oppenheimer en Los Alamos (Nuevo México); el exitoso primer experimento atómico de la historia, el 16 de julio de 1945, en Alamogordo; la Declaración de Potsdam del 26 de julio, en la que Truman y Churchill exigieron a Japón la rendición, y el rechazo japonés; las misiones de los aviones Enola Gay y Bock’s Car, las explosiones de las dos bombas –Little Boy y Fat Man– y sus terribles efectos inmediatos y posteriores; las historias de los supervivientes; la rendición de Japón, el fin de la guerra y el comienzo de la Guerra Fría y la era nuclear.

En los miles de libros y documentos basados en las declaraciones de los protagonistas hay dos tesis contrapuestas: la que dice que con las bombas se acabó la guerra y la que afirma que con ellas empezó la Guerra Fría. El primero defiende que la decisión salvó a cientos de miles de japoneses y americanos porque aceleró el final de la guerra y evitó una invasión terrestre. El segundo cree que las bombas se lanzaron más para enviar un mensaje a la URSS que para que Japón se rindiera. Como contaba en sus memorias el mariscal Zukov, después de que Truman le hablara a Stalin de “la nueva arma”, el dictador soviético se lo dijo a Molotov, comisario de Exteriores, y éste reaccionó así: “Tenemos que hablar con Kurchatov [responsable del proyecto atómico ruso] y decirle que acelere todo”.

“Hemos usado la bomba atómica para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes americanos”, se lee en los documentos del presidente Truman. Los cálculos sobre las vidas americanas y japonesas que se habrían perdido en una invasión terrestre van desde las 100.000 hasta uno o dos millones. Pero “las pruebas obtenidas por la actual investigación histórica demuestran que se podrían haber seguido otras opciones sin recurrir a la invasión y que la guerra podría haber acabado en noviembre”, escribió el historiador Barton Bernstein, de la Universidad de Stanford, en La reconsideración de las bombas atómicas, publicado en el 50º aniversario. Lo que afirma Bernstein es que Washington tenía datos sobre el desplome japonés (a pesar de que semanas antes la terrible batalla de Okinawa se había saldado con decenas de miles de muertos por ambos bandos, entre ellos miles de civiles japoneses que se suicidaron cuando vieron todo perdido). La marina imperial ya no tenía capacidad operativa y la fuerza aérea estaba diezmada. El orgullo nacional y la preocupación por la suerte del emperador bloqueaban la rendición incondicional y los japoneses enviaron mensajes a Moscú que Washington conocía porque había interceptado los códigos secretos. Harry Hopkins, emisario no oficial de la Casa Blanca con Churchill y Stalin, comunicó a Washington desde Moscú a finales de mayo: “Los japoneses están condenados, y lo saben”. El propio general Eisenhower –aunque luego lo rectificó– dijo que las bombas no eran necesarias porque Japón estaba prácticamente derrotado. Una posición similar se atribuye al general MacArthur.

Pero la historia también demuestra que, aunque algunos ministros japoneses hicieron gestiones para la rendición, el gobierno de Tokio estaba dominado por el ala más militarista, opuesta a la negociación, y que dio órdenes de resistir hasta el último hombre y de aplicar el código samurai. Según Koichi Kido, asesor del emperador, “los partidarios de la paz fuimos ayudados por la bomba atómica en nuestro empeño de acabar la guerra”. Hisatsune Sakomizu, jefe de Gabinete del gobierno en 1945, consideró las bombas “una oportunidad de oro que el cielo le dio a Japón para acabar la guerra”.

* Exclusivo de El País Semanal para Página/12.

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