ESPECIALES • SUBNOTA
Para 1995, el Museo del Aire y del Espacio de Washington, de la Smithsonian Institution, quiso exhibir la reconstrucción del Enola Gay, el B-29 desde el que el coronel Paul Tibbets dejó caer la bomba sobre Hiroshima. En el texto preparatorio de la exposición –en el que, en 1993, se describía el proyecto– se decía que EE.UU. había librado “una guerra de venganza” y que “para la mayoría de los japoneses fue una guerra de defensa de su cultura contra el imperialismo occidental”. El proyecto contestaba el gran debate –¿las bombas salvaron más vidas de las que quitaron?– asegurando que “ni la bomba atómica ni una invasión eran necesarias para poner fin a la guerra en el Pacífico”. En la parte final, y avisando que podía ser inconveniente para los niños, se detallaba la destrucción causada: fotos de víctimas, muertos, objetos retorcidos...
El alboroto fue enorme. Los veteranos protestaron: se sugería que la guerra mundial había sido “inmoral”, la mención de Pearl Harbor era mínima, no se recogía “ninguna atrocidad japonesa” y no se dejaba constancia de la voluntad japonesa de combatir hasta el final. En otoño de 1993, la revista Air Force se hizo eco de las quejas y recogió una carta firmada por 5000 veteranos que pedían que el Enola Gay se exhibiera “orgullosamente”. La bronca saltó a la prensa y al Congreso. El director del museo, Martin Harwit, admitió que la exposición estaba en parte desequilibrada e intentó, sin éxito, introducir cambios. El Senado aprobó una resolución que consideraba la exhibición como “ofensiva para un gran número de veteranos”. En noviembre de 1994, medio centenar de historiadores –la tendencia predominante entre los profesionales de la historia es que no fue necesario lanzar las bombas– pidieron a la Smithsonian que no cediera a las presiones. Pero, poco después, 81 congresistas exigieron la renuncia del director del museo. El 30 de enero de 1995, la exposición se suspendió. En su lugar se preparó una muestra de la restauración del Enola Gay.
El Congreso convocó dos sesiones de debate público. Charles W. Sweeney, fallecido el año pasado y el único militar que participó en las dos misiones atómicas –piloteó un B-29 que flanqueaba al Enola Gay para fotografiar la operación y, tres días más tarde, piloteó el avión que dejó caer la bomba sobre Nagasaki–, declaró: “Jamás celebraré el uso de armas nucleares. Al contrario. Espero que mi misión haya sido la última. Pero eso no quiere decir que, dadas las circunstancias de agosto de 1945, el presidente Truman no estuviera obligado a usar todas las armas a su alcance para acabar la guerra. Estuve de acuerdo entonces con Truman y lo estoy hoy”. El director del museo, el astrofísico Martin Harwit, renunció el 2 de mayo. “Creí que 50 años después era un buen momento para la exposición, porque bastante gente que participó en la guerra estaba aún viva y podía añadir valiosos elementos al debate. Lo creí entonces y lo sigo creyendo ahora”, dice hoy desde su casa de Washington. ¿Por qué se organizó el escándalo? “Hay gente a la que le es difícil asumir la historia, porque teme que detrás de todo haya siempre un motivo político. Nosotros intentamos presentar la historia: lo que Truman dijo, lo que dijeron los japoneses... Intentamos dar el marco de lo que la gente decía y pensaba en 1945 prácticamente sin interpretaciones. Pero hubo muchas emociones en juego, y siempre es un problema cuando las emociones se interponen a la hora de comprender la historia.”
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