Jue 02.02.2006

ESPECIALES • SUBNOTA

DEL CARRIL

Radiolandia,
25 de marzo de 1950

Tres meses de labor abrumadora, levantarse antes de la salida del sol, para ir hacia los exteriores donde ubicó casi íntegramente la acción de Surcos de sangre. Un trabajo titánico, con jornadas de hasta dieciséis horas de filmación. Así, un día tras otro, durante casi cien días. Y, por fin, con siete kilogramos menos de peso, agotado pero feliz, la película ya rodada, alistándose para el estreno. Feliz, sí.

–En esta felicidad mía –nos dice Hugo del Carril en el transcurso de su breve visita a Buenos Aires, puesto que está otra vez en Santiago– no hay vanidad profesional. Creo, sí, haber logrado la película que me propuse; que para el director es siempre una satisfacción. Pero mucho más importante aún es el halago de haber trabajado con compañeros tan extraordinarios como Esther Fernández, la estrella mexicana que vino desde su tierra para ser la primera figura femenina de mi película; como Carlos Perelli, con quien es doble alegría trabajar: por su hombría de bien y su capacidad de actor; como Ana Arneodo, tan cordial y tan artista. Como todos, en fin, quienes confiaron en mis escasas fuerzas, quizá porque sabían que la fuerza tremenda estaba en el clima y en el paisaje espiritual que Suderman dio a La dama gris y que Eduardo Borrás adaptó con tanto criterio cinematográfico en Surcos de sangre.

Hugo se apasiona cuando habla de su trabajo. En él la mutación se viene operando desde mucho atrás. Cantor que se encumbra como pocos, o como nadie, en la radio y en el cine, es después un actor de magnífica calidad. Pero en su pecho bulle, de todos modos, otra ambición. Su gran ambición. Por eso, cuando no filma, pasa horas y horas en los “sets” buceando en todo, aprendiéndolo todo. Quiere ser director. Y lo es, finalmente, con una muestra cabal de su aptitud. Historia del 900, su primera película, lo lanza de buenas a primeras a los planos más altos de esa difícil condición.

Quienes filmaron entonces con él dijeron de su seguridad notable, de su sentido del cine. Y le reconocieron un mérito que, tratándose de un director protagonista, vale tanto como aquello.

–Hugo no tiene el menor egoísmo... Más aun, prefiere lucir a sus actores que lucirse él...

Ni común, ni fácil.

–Me fui a Chile a filmar –dice, ubicando el claro sentido argentino de su película– porque no pude filmarla en mi tierra. Ni los productores me facilitaron los estudios, ni tenía el material necesario. Pero la hemos hecho con la misma emoción argentinista que si hubiéramos trabajado en esta tierra. ¿Qué hacía yo con toda la gente contratada, si aquí no podía conseguir galerías?

Ocurrió, en efecto, que con todo ya listo y un montón de promesas, el día en que quiso concretar la filmación en Buenos Aires le resultó imposible.

–Nos fuimos a Chile, donde todos nos han tratado con inmenso cariño y hemos invertido en la película casi un millón de pesos.

–¿Permite el cine tales inversiones?

–Por supuesto que sí, gracias a la protección que nuestro gobierno ha brindado al cine, salvándolo de la ruina. Pero si no fuera negocio, lo mismo me quedaría feliz... La experiencia la he pagado en buena parte... Mi socio en la producción, señor Anzuola, tiene la misma pasión por el cine. Y por encima de todas las cosas quisimos hacer una buena película.

–¿Lograda?

–Ese es el misterio. En nuestra opinión, sí. Pero la nuestra es una opinión invalidada... ¿Para qué padre sus hijos no son hermosos? El público dirá si coincidimos en ese sentido... La estrenaremos en el Rex, en abril.

Surcos de sangre, de todos modos, ya está filmada. Faltan, sí, y por eso Hugo vuelve a Chile por una quincena, terminar el armado y finalizar la grabación. Y el artista, claro está, mira hacia adelante.

–Apenas estrenemos la película, me voy a Nueva York. Está visto que mi destino es el de viajar.

–Magnífico destino, que muchos le envidian...

–Cuando aún no han viajado lo que he viajado yo... Pero la verdad es que luego de un mes lejos del terruño ya no se puede contra la añoranza... A mí me ocurre siempre el mismo proceso. Cuando estoy por partir, vivo entre feliz y esperanzado. Ya ausente, los primeros días pasan bien. Los restantes soñando con la vuelta... Es que mi tierra es macanuda...

–¿Qué se extraña, Hugo?

–Todo. Uno en la calle protesta, se hace mala gente hasta porque tiene que hacer cola en un cine. Y sin embargo se vive tan lindo aquí... Tenemos de todo, en lo afectivo y en lo material.

Nos cuenta la odisea en Nueva York –ciudad a la que admira– por tomar un mate.

–¿Cómo va a ir un criollo a una farmacia a comprar yerba como si fuera una medicina? En el hotel Waldorf, tan famoso, las mucamas me miraban como a un loco, viéndome chupar en la bombilla horas y horas... Les quise hacer probar. Y todas renunciaban, con el cielo del paladar quemado.

Ríe. ¿Cómo se va a quemar una persona tomando mate, salvo que sea “gringa”?

–La verdad es que se extraña una enormidad. La familia, los amigos, la ciudad... Pero hay que marcharse. La gran lección a todos nosotros, que somos tan poquito al lado de su recuerdo, la dio Carlos Gardel. Siempre tenía las maletas listas para emprender el viaje...

–Nueva York para usted es parte de su viaje a España, ¿verdad?

–Sí... Cuando fui el año pasado a Nueva York, me comprometí con un gran amigo, Chucho Montalbán, hermano de Ricardo, astro de Hollywood, para actuar en el teatro Puerto Rico. Allí actuó Libertad Lamarque y acaba de presentarse, Luisito Sandrini. Es un público esencialmente latino, cariñosísimo para con los artistas argentinos. Cantaré alrededor de diez días... Y en seguida el salto a España.

–Me habían dicho tantas cosas de España –sigue hablando Hugo–, que hasta tenía un poco de miedo. Según muchos decían saber, allí una película se eterniza en filmación por la falta de electricidad. Pero hace dos días encontré a Niní Marshall, que regresó de Madrid. Su película la filmó en treinta y cinco días, sin la menor dificultad... y viene encantada de cómo se trabaja en España, el clima cordialísimo para con los artistas argentinos...

–¿Siempre El negro que tenía el alma blanca?

–Claro... Cesáreo González, el productor español que llevó a España a María Félix, ya tiene el libro y ha fijado fecha. Para fines de abril o comienzos de mayo, tengo que estar en las galerías españolas. Por supuesto, tengo una enorme confianza en la película.

Habla de España con gran emoción. Europa, más aun, es para él una promesa incumplida. Un sueño largamente acariciado.

Tanto, que nos animamos a preguntarle:

–¿Y no se quedará después allá mucho más tiempo que el necesario para filmar? Alguna vez se habló de una película suya en Francia. Otra en Italia.

–No. Esta vez voy y vuelvo. Para septiembre u octubre estaré de regreso en Buenos Aires... Por mucho que esté afuera, todos los años voy a filmar por lo menos una película en Buenos Aires.

–¿Ya sabe qué?

–Ese es el problema... Quizá Juan Cuello sea la primera...

–¿Es que hay, además, otros títulos?

–Estoy leyendo varios libros que me resultan interesantes. Me apasiona, por ejemplo, el personaje central de Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum. Ecuménico, el personaje central, es un hombre cabal. Otro tema apasionante es El enamorado de la Osa Mayor, tema de contrabandistas, con un apasionado romance. También Calandria, tema tan nuestro. Y quizá Santos Vega, con toda la sugestión del gaucho y ese paisaje subyugante de las pampas en que se movía... Pero todavía no hemos decidido en definitiva. Ya veremos.

–¿Va a París?

Se lo preguntamos seguros de la réplica.

–Claro... Y a Roma. Y a todas las ciudades que pueda conocer...

–Pero, ¿como turista o como cantor?

–Turista, nada más... Aunque hace poco recibí una invitación simpática de una buena amiga, Josefina Baker. Quiere que vaya con ella a su boîte para hacer una revista...

–Josefina, en París, logró un suceso extraordinario con una composición suya, ¿verdad?

–Así dicen... Cuando Josefina estuvo aquí, nos hicimos muy amigos. Es una mujer extraordinaria. Cenando una noche me pidió que le pusiera letra a un tema que le gustaba muchísimo... Si gusta es porque ella es una artista espléndida.

–¿Y actuará con ella?

–No sé, para serles franco. Tengo muchos compromisos pendientes... Y hay que cumplirlos... Pero, por supuesto que me sería grato, de poder resolverlos, actuar en París.

Como siempre, lo llaman de muchísimas partes. Un productor. Un amigo de su barrio de Flores. Una muchacha admiradora. Toda la charla ha sido un levantarse y volverse a sentar, interminable... Pero ahora hay en la casa, además, otras personas esperándolo. Se va pocas horas más tarde a Chile, donde al día siguiente canta en radio y debuta en una gran sala.Queda allí, en su departamento, sumido en un mar de problemas. Que la condición de astro es espléndida por muchos motivos. Pero esclavizante en sumo grado, que seguramente no imagina el lector.

Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero, Grandes entrevistas de la Historia Argentina (1879-1988), Buenos Aires, Punto de Lectura, 2002.

“Se ha hecho todo lo posible para localizar a todos los derechohabientes de los reportajes incluidos en este volumen. Queremos agradecer a todos los diarios, revistas y periodistas que han autorizado aquellos textos de los cuales declararon ser propietarios, así como también a todos los que de una forma u otra colaboraron y facilitaron la realización de esta obra.”

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