ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Marcos Lohlé y Julio Raffo *
“No puede ser que no existan documentos escritos respecto de los fusilamientos de 1956.” Con esa premisa llegamos al Archivo General del Ejército sin saber bien qué podíamos encontrar. El coronel a cargo del organismo mandó a buscar el legajo del general Valle mientras le informamos sobre los objetivos de nuestra investigación. Al rato, nos entregaba una carpeta envejecida, voluminosa y prolijamente atada con dos vueltas de hilo sisal; en ella se lee: “Legajo Personal Original del General de División Juan José Valle”.
En las primeras páginas hay una hoja del Boletín Oficial del Ejército, en el que se registra su egreso en 1922 (como oficial combatiente) junto a los demás integrantes de su promoción enumerados en orden de mérito. Bastante más abajo figura el nombre –mal escrito– de “Aramburo”; consta así que ambos fueron compañeros de estudio y mantuvieron una relación estrecha durante muchos años.
Sin foliar encontramos su partida de defunción. En ella consta que su muerte tuvo lugar en “Las Heras tres mil cuatrocientos” (la Penitenciaria Nacional), el día 12 de junio de 1956, a las 22, por causa de “herida de bala”. El documento se extendió por declaración de un señor Simón Argüello y tuvo como testigo a Juan Napolitano, “... quienes han visto el cadáver”. No se sabe quién presentó esa partida ni por qué razón ello se hizo dos años después de su fusilamiento.
La muerte del general Valle se registra en su legajo con muy pocas y elusivas palabras, en ningún lado se dice que fue fusilado, ni por qué ni por quién. Desde 1950, casi con exclusividad, su actividad había consistido en realizar “visitas de inspección” a unidades de todo el país: ¿Se trataba de meras inspecciones técnicas o él iba a tomarle el pulso político a los cuarteles que visitaba?
Producida la “Libertadora”, el 1º de octubre de 1955 lo pasaron “a disponibilidad”, pero no consta el motivo de esa decisión. El 14 de mayo de 1956 fue declarado “en rebeldía” sin que se mencione la razón, pero es obvio que “estaba en la mira”. Fue fusilado el 12 de junio y, extrañamente, el 22 de ese mes, Aramburu firma el Decreto Nº 11.148 por el cual se “deja constancia” de que Valle había sido dado de baja el 14 de mayo de ese mismo año; es decir que primero lo hizo fusilar y, diez días después, formalizó su baja del Ejército.
La primera mención de su muerte aparece el 4 de agosto de 1956, en una nota de remisión del legajo, en ella se lo menciona como “... el extinto ex general Juan José Valle”. La segunda mención aparece diecisiete años más tarde, en el Decreto Nº 1763/73, por el cual se dispone su ascenso post-mortem al grado de “Teniente General”; este decreto lleva la firma de Raúl Lastiri, presidente interino por la renuncia de Cámpora. Ni el decreto de Aramburu ni el de Lastiri son publicados en el Boletín Oficial.
La única vez que un militar utiliza allí la palabra “fusilado” es en 1996; en una escueta nota que firma el jefe del Archivo y en la cual afirma que no existe en ese organismo una “nómina del personal fusilado en 1956” pero, para cumplir con su deber de informar, el funcionario adjunta una lista con el nombre de dieciséis militares fusilados y de dos con orden de captura (Valle y Tanco). Con pulcritud castrense, aclara que esa información fue “... obtenida del diario Clarín del lunes 11 de junio de 1956”.
En los legajos de Valle y sus compañeros del levantamiento, lo obvio y principal no se menciona. No obstante, en ellas podemos percibir rasgos de sus vidas que no están asociados al destino que tuvieron como soldados. Esos hombres –héroes de carne y hueso– se ven reflejados en fotos juveniles, enfermedades, licencias, accidentes, pedidos de autorización para casarse, nacimiento de hijos, fallecimientos de familiares y permanentes cambios de destino que deben ser interpretados.
Rodolfo Walsh dijo que “algún día se escribirá, completa, la trágica historia de la matanza de junio. Entonces se verá cómo el asombro rebasanuestras fronteras”, y ésa es una tarea pendiente, facilitada y orientada por su célebre libro Operación Masacre, (1957) y talentosamente ampliada por Salvador Ferla en Mártires y Verdugos (1964), ambas realizadas en los difíciles tiempos de la proscripción del peronismo y sus defensores. Enrique Arrosagaray publicó, hace ya diez años, La Resistencia y el general Valle, con valiosos testimonios de protagonistas de aquellos hechos. En muchos de los legajos que revisamos encontramos su nota pidiendo acceso a los mismos, pedido que fue atendido en forma limitada: se le brindó información parcial y preparada para el caso. Recién en estos tiempos se abrió el acceso incondicionado a esos documentos, que contienen parte de las claves necesarias para comprender aquellos episodios y la violencia política de los años ’60 y ’70. Su análisis ayudará a entender el papel y actitud de los militares nacionales fusilados en junio del ’56 y sus vidas podrán ser reivindicadas políticamente no sólo por aquellos que nos emocionamos con su gesto y nos conmovemos con su destino sino, también, por la institución que eligieron como camino para “servir a la Patria”, que los mató y que silenció sus memorias.
* Esta nota constituye el punto de partida de una investigación histórica de los autores en base a los legajos y actuaciones oficiales que contienen información sobre el levantamiento del 9 de junio de 1956 y los fusilamientos de ese año.
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