ESPECTáCULOS
“Tengo la barriga fría de tantos sapos que me comí en la política”
Antonio Tarragó Ros prefiere dedicarse a la música, luego de una serie de coqueteos con la política. Después de haber pasado cuatro meses en Brasil, presenta hoy y mañana el espectáculo “De regreso”.
› Por Karina Micheletto
El correntino Antonio Tarragó Ros está de regreso de una estadía de cuatro meses en Brasil, cerca de Porto Alegre. “¿Por qué me fui? Acá no tenía trabajo, allá tocaba hasta en los velorios”, explica. “Pero mi lugar es acá. Y a esta altura no puedo cambiar lo que soy: un correntino chamamecero que vive en Buenos Aires desde hace quince años, lo cual me hizo más correntino y más chamamecero, porque añorando lo perdido me empecé a fanatizar.” Ahora, el chamamecero está abocado a la grabación de un disco que no termina de cerrarle. “Ultimamente los discos me parecen poco capturadores de lo que pasa. En el estudio sentía que faltaba garra. Quiero ver si mezclándolo con la potencia del vivo sale lo que quiero.”
Parte de esa potencia que busca el músico podrá materializarse en el registro del show que presentará hoy y mañana a las 21 en el Ateneo (Paraguay 918). Allí estrenará una banda que incluye a Gustavo Catalano en bandoneón, Humberto Lafata en contrabajo, Rubén Duca en batería y Angel Dávila en guitarra y voces. Los acompañarán el grupo El Cruce y el Ballet Municipal de Olavarría (“como el chamamé deja a todos prendidos fuego, estoy pensando en armar un baile catarsis, una suerte de “catarsis-dance chamamecero”, adelanta), además de varios invitados, entre ellos sus hijas Laura e Irupé. Apartado de la política (a principios de los ‘90 llegó a ser candidato a gobernador de Corrientes por el Frente Correntino Federal, apoyado por Menem y Duhalde, y más adelante adhirió a la candidatura a jefe de gobierno porteño de Gustavo Beliz), el músico dice que ahora se siente “de regreso”, como eligió llamar a su espectáculo. “Estoy de regreso de un viaje que me sirvió para replantearme muchas cosas. Pensar, por ejemplo, para dónde hay que agarrar, qué tiene que hacer un artista popular en una Argentina devastada”, explica.
–¿Y a qué conclusiones llegó?
–Conclusión, ninguna. Estoy en el replanteo, por ahora. Hay un par de cosas que me quedan claras: por donde mires falta alegría, y en principio un artista popular tiene que estar al lado de la gente proporcionándole alegría y belleza, poniendo piel y corazón. Siento que no estoy en condiciones de hacer canciones testimoniales, más bien estoy volviendo a los clásicos. Creo que para todos es un momento de regreso a las fuentes, y no es casualidad que se dé en un momento terrible como éste. Veo, por ejemplo, la urgencia con que tantos porteños están empezando a tomar clases de tango, y me da cierta ternura. Es como si estuvieran buscando, ¿a ver quién soy, cómo soy? Bienvenida sea esta búsqueda, me parece una pérdida de tiempo que se haya tenido tanto tiempo al tango al lado y no se le haya dado bolilla. Al fin un poco de nacionalismo.
–Usted se define como un músico nacionalista. ¿Qué significado le da a esa palabra?
–Es una palabra que terminó relacionándose con el fascismo, y es un error. Ser nacionalista es defender lo propio y respetar la diversidad. Por suerte, Dios nos hace diferentes hasta de nuestros propios hermanos, porque nos da la posibilidad de amar. ¿Cómo podríamos amarnos si saliéramos todos igualitos? Sería más aburrido que caramelo de vidrio.
–¿Volvería a la política?
–No, mientras los partidos políticos existan como los conocemos, verticalistas, para nada democráticos y sin renovación. Son estructuras que parecen haberse convertido en asociaciones ilícitas para realizar estafas. La política es otra cosa. Esto es un carro en llamas rumbo al precipicio, no puede sostenerse en el tiempo, tiene que cambiar. Soy optimista porque sé que desde el dolor se crece mucho. La gente está en la calle, participando, con la sensibilidad de pensar en los demás. Y sé que no hay mejor forma de aprendizaje que estar en una marcha codo a codo y que alguien te diga, cuando viene la policía: “Compañero, por acá”. Lo peor que te puede pasar es que se instale en tu cabeza la idea de que nada puede cambiar. Yo estoy seguro de que todo va a cambiar.
–Si pudiera volver el tiempo atrás, ¿cambiaría algunas de sus decisiones en lo político?
–Yo tengo la barriga fría de tantos sapos que me comí. En política supe lo que es la falta de palabra, la mentira y la traición. Después de la experiencia de la Alianza, mis compañeros progresistas sabrán ahora lo que se siente. Pero prefiero toda la vida haberme metido en política que no haber hecho nada. Siempre actué movido por la pasión y la certeza de estar dando lo mejor de mí, así que volvería a apostar en cada uno de los lugares en los que aposté. No me arrepiento de nada de lo que hice.
–¿Ni siquiera de apoyar a Beliz en una alianza con Cavallo?
–Yo estaba seguro de que Beliz no tenía que ir con Cavallo, nunca estuve de acuerdo. Pero él tuvo un exceso de democracia, se votó, ganó la moción de la alianza, y después lo morfaron en la interna. Gustavo es un místico, un tipo que cree en la trascendencia del hombre. Por algo a los que lo siguen les dicen “zapatito blanco”. Y Cavallo es un pragmático, un economicista, alguien que tiene otro tipo de dios. Yo estoy convencido de que la salida es mística, que hay que buscar por adentro. “El cielo es hondo, sólo hay que saberlo ver”, digo en uno de mis temas. Claro que si planteo esto en un contexto intolerante como el actual, enseguida me van a salir a decir que ahora quiero ser el pastor Giménez del chamamé.