ESPECTáCULOS
› “VANILLA SKY”, DE CAMERON CROWE, CON TOM CRUISE
“Oh, hazme una máscara”
La remake hollywoodense de la película española “Abre los ojos” le sirvió a Tom Cruise para exorcisar su más obvios fantasmas interiores.
› Por Luciano Monteagudo
Es difícil pensar en un film más narcisista y autorreferencial que Vanilla Sky, la remake de la película española Abre los ojos, que Tom Cruise –como protagonista y productor– parece haber adaptado para exorcisar sus más obvios fantasmas interiores. Siguiendo casi al pie de la letra el film de Alejandro Amenábar (por lo que resulta un poco excesivo leer en los créditos “written for the screen and directed by Cameron Crowe”), Vanilla Sky se las ingenia, sin embargo, para convertirse en una larga y fatigosa pesadilla personal que Cruise ha querido compartir con sus espectadores. Esto es: ¿cómo sería caer de la fama y de la gloria, dejar de ser el niño mimado por todos para convertirse en un paria a quien todos dan la espalda? Peor aún: ¿qué sería del infalible galán y seductor si su rostro se viera de pronto brutalmente desfigurado por un accidente? ¿Sería incapaz de mirarse al espejo? ¿Se vería forzado a utilizar una máscara?
Desde el primer comienzo, cuando el bueno de Tom despierta en una Nueva York completamente desierta, sin un solo ser viviente a la vista, todo en Vanilla Sky responde a una lógica onírica, donde nunca se sabe cuáles son los límites de la realidad, si los hay. Su personaje es el de un millonario despreocupado, dispuesto a llevar una vida sin otro compromiso que el de satisfacer sus placeres inmediatos (entre los que ocupan un lugar de privilegio las curvas sinuosas de Cameron Diaz). Hasta que, de pronto, así, de la nada, “como en un sueño”, aparece una bailarina española en la que cree ver el amor de su vida: Penélope Cruiz (perdón, Cruz). Claro que, como le repite una y otra vez su mejor amigo (Jason Lee), con filosofía de bolsillo, “lo dulce se aprecia mejor si antes se conoce el sabor de lo amargo” y es allí cuando interviene caprichosamente la tragedia.
Se diría que, de alguna manera, el proyecto de Vanilla Sky parece nacido bajo la influencia perniciosa de Ojos bien cerrados, la película en la que Stanley Kubrick utilizó a la pareja Cruise-Kidman (por entonces uno de los matrimonios más estables de Hollywood) como una forma de borrar las fronteras entre el espacio público y la esfera privada, entre lo que es un actor y lo que significa un personaje, entre realidad y ficción. Allí ya se decía que “un sueño no es nunca sólo un sueño” y la máscara –como aquí– era el leit-motiv de un film también autorreferencial, que parecía anticipar la separación de la pareja. Como si hubiera querido seguir en esa misma línea (pero con la diferencia de que Crowe no es siquiera la sombra de Kubrick), Cruise parece hacer de Vanilla Sky otra confesión de sus fatuos miedos de estrella. Quizás sería más fácil y mejor para él (y para todos) que se consolara leyendo ese bello poema de Dylan Thomas que comienza diciendo “Oh, hazme una máscara y un muro que me oculte de tus espías...”.