Sáb 26.10.2002

ESPECTáCULOS

De Boca en Boca, el cuarteto de voces que enamoró a Rubén Blades

Las chicas cordobesas que se animaron a hacer música de Mali, Nueva Caledonia, Bulgaria y Venezuela, entre otros sitios del mundo, actúan aquí esta noche y repetirán el sábado que viene, llenas de ilusiones.

› Por Fernando D´addario

Desde las bucólicas localidades de Río Ceballos y Bialet Massé, y desde la no tan bucólica urbanidad de Córdoba, las chicas de De Boca en Boca interpretan musicalmente el mundo a su manera. Se valen de instrumentos percusivos tan ajenos y exóticos como djembe, kalimba, chéquere, pandeiro, todos ellos subordinados, por cuestiones de naturaleza, a otro más cercano y universal: la voz. El resultado de tan extraña mixtura es una música sin límites precisos, que urde un improbable (aunque llamativo) lazo entre países como Mali, Bulgaria, Venezuela y Nueva Caledonia, entre muchos otros. Más que una intención antropológica las anima un espíritu lúdico, que convierte cada show en un delicioso viaje imaginario. Esta noche y el próximo sábado recrearán en La Trastienda ese recorrido ficticio, poblado de ritos tribales y ritmos ancestrales.
Más tangible fue la aparición del cuarteto cordobés en Mundo, el último disco de Rubén Blades. El cantautor panameño dio con ellas casi de casualidad, en un show que De Boca en Boca ofreció en San José de Costa Rica. La sorpresa inicial de Blades decantó en una perentoria invitación para grabar en su nuevo cd, colaboración que se efectivizó en el transcurso de los cuatro días que las chicas estuvieron en el país centroamericano. “No lo podíamos creer –dice Marcela Benedetti a Página/12–, y al mismo tiempo estábamos tan cansadas que en un momento Blades nos dice, ‘esta grabación va a ser importante para ustedes...’ y como nosotras no decíamos nada, de reventadas que estábamos, agregó, como con culpa: ‘bueno... para mí también’. Nos dio vergüenza, parecía que no le dábamos importancia a un tipo como Blades, y lo que pasaba en realidad era que no terminábamos de caer.”
En Mundo, De Boca en Boca participan en dos canciones: “El capitán y la sirena” y la impresionante “Jiri son bali”, una canción tradicional de Mali. En el booklet, el panameño escribió sobre ellas: “Escuchando a De Boca en Boca cantar, resulta difícil el creer que estas voces son de Argentina y no de Senegal”. Como la versión que salió finalmente en el disco resultó diferente de la que grabaron las chicas (le agregó, con buen gusto e imaginación, un toque de mambo, explícito tributo a Eddie Palmieri) escribió, con una posible afectación de falsa modestia: “Imagino lo sorprendidas que estarán cuando escuchen el giro que le dimos”. De vuelta en Buenos Aires, las chicas dicen que sí, se sorprendieron, pero para bien: “El tema quedó bárbaro, y en cuanto a que parecemos de Senegal, es el mejor halago que podemos recibir”.
El grupo volverá a tocar después de más de un año sin actuaciones porteñas. La ausencia fue parcialmente compensada con los dos discos que tienen en la calle: Música de mundos y De Boca en Boca. El primero de ellos más expansivo y el segundo más intimista, según la ligera descripción de las integrantes del grupo. En el medio se filtraron shows en Venezuela, México y Costa Rica, mezclados con viajes extralaborales, pero igualmente enriquecedores. Uno a Cuba las marcó especialmente. Allí se encontraron con los rituales afrocubanos, de los que debieron tomar distancia. Soledad Escudero resume: “Eramos blancas y mujeres y eso ya nos dejaba afuera. Siendo mujer, no te podés ni acercar a los tambores. Es una cuestión ancestral, cultural y religiosa y una lo respeta. Por ejemplo, dicen que si estás menstruando se desafinan los instrumentos y entonces no podés estar cerca”. Ellas hablan de “patriarcado”, pero no desde un lugar de víctimas. “Esa es la cultura de ellos y la respetamos”. Agregan, de todos modos: “Si eso es así en Cuba, si vamos a Africa nos matan”.
De Boca en Boca existe, sin embargo, porque alguna vez, llevadas por la inconsciencia o la casualidad, rompieron esas reglas. En 1995, en unas vacaciones en Cabo Polonio, Uruguay, un día de lluvia las llevó a refugiarse en un bar copado por el candombe. “Nos mandamos a tocar de bestias que somos. Violamos las reglas pero sin darnos cuenta. Empezamos con las botellas de cerveza y seguimos, de puro atropelladas, hasta que nos invitaron a cantar. Fue nuestro primer show ‘en serio’.”
Alejandra y Marcela coinciden en que Viviana y Soledad son quienes tienen mejor oído. Viviana perfecciona este atributo natural encerrándose en el baño con el walkman para “sacar” por fonética alguna canción difícil. Soledad dice, con legítimo candor, que “dentro de todo el lituano es bastante fácil”, y provoca una carcajada general. Está claro que no sabe ni una palabra de lituano, idioma al que aborda con la misma naturalidad que el kurdo o el búlgaro. “¿Viste qué bien que mentimos?” pregunta y afirma Alejandra Tortosa, consciente del juego al que se exponen. No conocen Africa (“pero tenemos fotos...” dice con ironía Viviana Pozzebón) y admiten que, más allá de los elogios que reciben, “lo que nos dicen en todos lados es que estamos locas”. Resumen, finalmente: “Lo que queremos es divertirnos. Y lo hacemos con respeto y cariño. Lo nuestro no es intelectual, ni musicológico. Nos interesa el espíritu de la música, al que percibimos como argentinas, pero no desde un lugar de estudio académico. Además, a nosotras no nos cabe la solemnidad”.

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