Dom 27.10.2002

ESPECTáCULOS

“Para encontrar mi sonido debo volver a Argentina”

El notable acordeonista argentino Raúl Barboza, radicado en París desde hace 15 años, grabará aquí su nuevo disco, “Confidencial”, para un sello francés. Exponente exquisito del chamamé, sostiene que es como sus ancestros guaraníes: “un hombre que viaja”.

› Por Karina Micheletto

Raúl Barboza bajó del avión que lo trajo, a él y a su esposa Olga, de París, donde viven desde hace quince años. Es un ejercicio casi natural en su vida, porque siempre que puede se hace una escapada. Pero el músico asegura que en este viaje, como en tantos otros que lleva acumulados, no siente estar “volviendo al país”. “¿Por qué voy a volver a un lugar del que nunca me fui?”, insiste. Está en su departamento, el mismo en el que vivía antes de partir a Francia, rodeado de acordeones de todo tipo y tamaño. Hay uno muy grande, fabricado a pedido, de la antigua marca alemana Hohner, que en sus manos suena con extraña profundidad. Y otro instrumento creado por el mismo Barboza: una verdulera a la que agregó varias claves que permiten obtener más graves y más agudos, y que la hacen sonar como un bandoneón y como un acordeón, según el caso. “Esto salió de mis viajes en tren, eran muchos y largos, y tenía tiempo de sobra para inventar cosas”, cuenta en la entrevista con Página/12.
Es que Barboza recorrió largos caminos llevando a los escenarios más importantes del mundo y a las bateas de world music la música que eligió para expresarse –o la que lo eligió a él, según corregirá–: el chamamé. Caballero de las Artes y de las Letras en Francia, ganador en dos oportunidades del prestigioso premio del disco de ese país (el Grand Prix que otorga la Academia Charles Cros), entre otros reconocimientos, la prensa francesa presenta a este descendiente de guaraníes, hijo de padre correntino y de madre santafesina, como “l’amassateur du chamamé” o “le chaman du chamamé”, y advierte: “Es argentino y no hace tango, pero trae los sonidos del sur del mundo”. Ahora el acordeonista dice que está en la Argentina para mostrar lo suyo a los que preguntan “qué está haciendo este loco por allá”. Y lo suyo, de un tiempo a esta parte, es tocar la mayoría de los temas solo, al mando de acordeón, verdulera, y también guitarra, un instrumento que dice haber empezado a conocer “cansado de los tontos que piensan que lo único que se puede hacer con las cuerdas son ritmos brasileros”. Además de presentarse hoy a las 20.30 en el ND/Ateneo, junto a su guitarrista Choly Soria, y con Lito Vitale como invitado especial, el músico va a grabar el disco Confidencial para el sello francés La Lichere. “Lo vine a hacer a la Argentina porque necesitaba tener el idioma al lado, el ruido del colectivo 60 y del taxista peleándose con el colectivero, o el canario de la vecina... Para poder encontrar mis sonidos me hace falta tanto eso como ir a conversar con el cacique de la comunidad guaraní”, explica el chamamecero.
Hay un tiempo que parece detenerse cuando Barboza se remonta a sus antepasados guaraníes y relata pausadamente el camino que lo llevó a estar donde está, como una continuidad natural. En su hablar, excepto por cierta forma de articular las oraciones, no hay huellas evidentes de la lengua francesa. “No soy como otros compatriotas que enseguida salen hablando con las erres arrastradas. Eso es menospreciar tu cultura, querer parecerte al otro, que es el dominador. Yo no me siento ni dominador ni dominado, simplemente ocupo el espacio que la vida me dio”, explica el músico. Su historia en Europa comienza en 1987, después de una gira por Japón, cuando Astor Piazzolla lo recomendó para que tocara en el Trottoirs de Buenos Aires de París. “Después me enteré que era un lugar de prestigio, pero entonces yo no lo sabía. Me acuerdo que Piazzolla me dijo que él era incapaz de tocar un chamamé. Y para mí era un honor que Astor, en su inmensidad, dijera eso. De alguna manera, sin querer compararme con el maestro, estábamos luchando por las mismas cosas. El también dijo que no y se tuvo que ir. Yo no me fui, pero vivo en muchos lados.”
–¿A qué cosas tuvo que decir usted que no?
–A las formas irrespetuosas que me querían imponer. Me ofrecieron mucha plata, pero para que utilizara el chamamé como si fuera algo de lo que hay que reírse. En Francia tuve que empezar de cero a los cincuenta años, sabiendo que el Raulito que había grabado veinte discos, que había tocado con Mercedes Sosa y con Los Chalchaleros, no tenía un peso. Pero no salí pensando que iba a vivir mejor. Salí a dar lo que humildemente tenía para dar, y a expresar el guaraní con mi música. Estuve siete años sin plata para volver, y ojo que lo mío no es “la yerba secada al sol” o “anclao en París”, nunca estuve anclado en ningún lado.
–¿Por que decidió instalarse definitivamente en Francia?
–No fue una decisión, esas cosas se fueron dando. Pienso que soy, como mis ancestros guaraníes, un hombre que viaja. Mis viejos abuelos remontaron el Amazonas y llegaron hasta el Caribe buscando “la tierra sin mal” originaria, libre de la destrucción del hombre. Posiblemente yo tenga incorporado ese deseo de andar, de caminar. Recorrí casi toda la Argentina, y muchos lugares del mundo, siempre tocando chamamé. Lo aclaro porque generalmente se toma como normal que un tanguero pase toda su vida tocando tango, pero no se piensa lo mismo de un chamamecero. Y esto porque históricamente se menospreció al chamamé, se lo relegó como música inferior.
–Sin embargo, usted obtuvo reconocimiento internacional haciendo chamamé.
–Por supuesto, yo jamás renegué de mis orígenes, y nunca me trataron como a un ciudadano de segunda categoría. Pero en la Argentina siempre se consideró que todo aquello que no es de Buenos Aires es inferior. Pobrecitos. Se olvidaron de los pájaros. Se olvidaron del viento que corre, de que el timbal es una tímida imitación del trueno o del volcán. Esos fueron mis maestros, a los que toda mi vida traté de imitar, aun sabiendo que es imposible lograrlo.
–¿No cree que con el tiempo esta situación se fue revirtiendo?
–Hay que tener en cuenta que el guaraní, como el quechua, son lenguas proscriptas, prohibidas en las escuelas. Entonces, si se quiso condenar a desaparecer a una lengua, evidentemente no se va a abogar por que se desarrolle la música que le corresponde. Las trabas culturales siguen operando. En Corrientes, en Misiones, en Formosa, el chamamé siempre estuvo vivo, pero las trabas están en Buenos Aires, por eso creo que siempre va a haber dificultades. El chamamé es una música subalternizada y obligada a ser tocada en las orillas del centro del país. Y yo trato de volver música aquello que se quiere silenciar.

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