Sáb 26.01.2002

ESPECTáCULOS  › DIEGO PEREZ, EL MOLESTO DE “UN APLAUSO PARA EL ASADOR”

“El argentino es insoportable”

El humorista que se hizo célebre en el staff de Marcelo Tinelli asegura que su personaje actual fue inventado para cargar a Pettinato.

Cuesta imaginar a Diego Pérez interpretando a un lord inglés. Menos aún formando parte de una tragedia griega. Cualquier persona se da cuenta que lo suyo es el humor. Y en ese género, parece que la vida artística de este actor de 37 años está destinada a un solo personaje: el porteño pesado, insoportable, siempre con un chiste a mano. Tras su exitoso paso de seis años por “El Show de Videomatch”, realizando junto a José María Listorti el sketch de El insoportable, nuevamente Pérez fue convocado –ahora por Adrián Suar– para trabajar de molesto en “Un aplauso para el asador” (jueves a las 22, Canal 13), junto a Roberto Pettinato. Aunque la materia prima parezca la misma, la crítica hecha en tono de broma a los famosos, Pérez sostiene que son diferentes. “Hasta ahora siempre me llamaron para hacer del arquetípico porteño: criticón, fanfarrón, chanta. Pero no hago siempre lo mismo. Trato de meter aditamentos diferentes a cada uno de los personajes que interpreto”, explica Pérez a Página/12.
–¿Cuál es la diferencia entre los personajes?
–La esencia del personaje de “Un aplauso...” es del tipo pesado. Pero trato de no ser tan ácido como el de “Videomatch”. Este personaje es un tipo más inocente, tosco, que vive para arruinarle las cosas a Petti. Inclusive, los invitados tienen cierta complicidad con él, porque es un tipo muy ignorante e inocente. En El insoportable representaba a un típico envidioso y mal hablado, éste es más inoportuno, mete la gamba a su pesar. Son personajes similares pero diferentes, aunque los dos llevan mi sello humorístico: el chiste y la cargada sobre el otro.
–¿Cuál es el criterio para distinguir entre la broma y la ofensa?
–Es complicado, porque los invitados vienen a divertirse. Pero por suerte siempre me tildaron de insoportable o pesado, pero nunca de sorete. Yo trato de no hacer bromas con las desgracias ajenas ni dar golpes bajos, sino más bien apuntar a cualidades que las mismas personas se encargan de resaltar en público. Tengo cintura para no pasarme de mambo. En los siete años que vengo haciendo este personaje, nunca me dijeron que me había desubicado. No soy un garca. Soy un tipo con chispa y simpatía. Me manejo con respeto y no hago mal.
–¿Cree que esta sensibilidad para saber hasta dónde ir con el chiste es lo que hace que los personajes se brinden al cien por ciento?
–Sí. Cada vez que convoco a un famoso al que ya le había realizado un reportaje, se presta. El personaje que interpreto no es jodido, ni tiene mala intención: sólo es burlón. La clave está en tocar temas que puedan resultar simpáticos para el invitado y el público. Hay que saber manejar a quién se puede hacerle una crítica más aguda y con cuál hay que hacer un humor más light. Aunque, claro, son una bomba de tiempo.
–¿Es difícil hacer reír en épocas de devaluación, corralito y desesperanza?
–Es complicado, pero necesario. Argentina tiene una particularidad: en las crisis aparece el humor más agudo. Los argentinos sabemos reírnos de los dramas y eso es bueno. Ya hay chistes sobre los cacerolazos. De lo que no te podes reír es de las tragedias. Hay temas que no se prestan: jamás haría un chiste sobre los desaparecidos o los chicos de Malvinas. A nadie se le ocurriría, a no ser que sea un hijo de puta. Se pueden hacer chistes con las crisis pero no con lo trágico. El humor es necesario. La gente necesita una bocanada de humor. La comicidad es un granito de arena dentro de muchísimas cosas más que necesitamos los argentinos para salir.
–¿Su personaje representa al argentino medio?
–Totalmente. Sobre todo cuando estamos en el exterior, que potenciamos nuestras características. En un viaje que hice al Disney de Orlando escuché a una argentina enojada: “¿Me van a comparar esto con la Ciudad de los Niños? Por favor...”. Ahí me di cuenta de nuestra idiosincrasia. Cuando estamos afuera nos ponemos la falsa banderita del patriotismo, paracriticar lo bueno que tienen los demás. Pero acá no cuidamos lo nuestro. La verdad es que los argentinos somos insoportables. Y soberbios.

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