ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA AL REALIZADOR DIEGO KAPLAN, QUE MAÑANA ESTRENA “¿SABES NADAR?”
“Largué primero... pero al final llegué último”
Hizo algunos de los mejores videoclips argentinos, un programa de culto en televisión y publicidades de primer nivel. Pero antes de eso rodó, hace cinco años, un film independiente... que luego se olvidó de estrenar comercialmente. En un año cargado de cine argentino, le llegó la hora.
› Por Martín Pérez
Aunque hayan pasado más de cuatro años desde que Diego Kaplan comenzó a mostrar su opera prima ¿Sabés nadar?, asegura que aún hoy hay algo que le sorprende. Y es el hecho de que, para las chicas, el personaje protagónico que interpreta Juan Cruz Bordeu es “un director de cine”. Mientras que para los espectadores varones, el personaje de Bordeu es, simplemente, “un chanta”. “¡Te lo juro! Es algo que tengo muy medido”, dice Kaplan, esgrimiendo una nota escrita este pasado fin de semana y firmada por una mujer, en la que se refiere al personaje de Bordeu como, efectivamente, “un cineasta”. Cuando, en realidad, no hay nada que asegure semejante oficio en el film, salvo su palabra a la hora de intentar acercarse a una moza marplatense a la que le asegura ser un director de cine buscando una cara bonita para su próximo proyecto. “Está claro que es un chanta”, opina el director, que aclara que a partir de ahora negará todo lo referido a este personaje, porque asegura que le gustan esas interpretaciones cruzadas. Semejante confesión de partes no terminará con los cruces, ya que Kaplan al fin y al cabo es un varoncito, y ya se dijo que para todos los hombres el personaje de Bordeu es, indefectiblemente, un chanta.
Rodada dos meses antes de comenzar a dirigir aquella farsa sexualmente confusa llamada “Son o se hacen” para el viejo Canal 9, y justo después de filmar el videoclip del tema “Flaca”, de Andrés Calamaro –el último de una larga serie de clips que lo posicionaron como el más creativo director local del género–, ¿Sabés nadar? era, sin embargo, hasta este jueves la gran película perdida de una generación de espectadores recuperados por la pantalla grande a través del aún discutido desparpajo y osadía de la generación de Carolina Fal y Julieta Ortega, protagonistas de aquella tira. Tal como le sucedió años atrás a Rapado, la opera prima de Martín Rejtman, a ¿Sabés nadar? se la pudo ver en algún que otro festival, pero debió esperar cinco años antes de alcanzar su estreno comercial. Si aquella espera le sirvió a Rapado y al cine de Rejtman para encontrar su público, el tiempo perdido por ¿Sabés nadar tal vez le haya hecho alejarse de aquellos nuevos espectadores. Además, desde entonces su nombre casi ha desaparecido de los medios, ya que se ha dedicado a la publicidad. “No estoy tan seguro de eso, me parece que el público siempre está”, opina su director. “Sé que ¿Sabés nadar? era en aquel momento una película moderna, y hoy no rompe ningún esquema. Cuando la filmé, aún no se había estrenado Pizza, birra, faso. La verdad es que estrenarla ahora deja claro que largué primero... pero al final llegué último.”
Crónica de unos días en la vida de un hiperkinético niño rico con tristeza que abandona Buenos Aires escapándole a las consecuencias de un lío de polleras para terminar anclado en Mar del Plata e involucrándose en la vida de una familia de tres hermanas y sus novios y/o amantes, ¿Sabés nadar? es un film de una sencillez y una sagacidad que divierte. Además de una frescura irreproducible, lograda en un rodaje realizado en apenas quince días y entre amigos, la clave de la película es un guión sorprendentemente maduro, escrito por la joven Constanza Novick, en aquel entonces guionista también de “Son o se hacen” y luego colaboradora en los guiones de las telenovelas más populares de la factoría Suar, como “Son amores”. A eso hay que sumarle buenas actuaciones de un reparto de gran valor generacional –integrado por, además, Leticia Brédice, Antonio Birabent, Mariana Briski y Damián Dreizik– al que la distancia entre el rodaje y el estreno del film le ha otorgado un valor agregado.
–¿Qué había en su cabeza cuando filmó ¿Sabés nadar?
–A mí me gustan los actores, y creo que el cine es una excusa para estar con ellos. Me gusta mucho esa persona que se pone delante de la cámara y que, si la guiás de la manera correcta, cuando le digas: “Ahora, un plumero en el culo”, se lo va a poner. Casi me enternece la situación de alguien que está entregándose por completo y accediendo a vivir dentrode tu mundo. Mi cine pasa por los actores. Y en ese momento venía de rodar muchos videoclips y no quería más músicos. Quería actores. Eramos amigos con Juan Cruz Bordeu, empezamos a tontear, salió la idea y se escribió el guión que me pareció y apenas lo leí, lo quise empezar a filmar. A los dos meses lo estábamos filmando. Así que en realidad fue todo por amor, no me hice demasiadas preguntas y no tenía demasiadas razones para hacerlo que no fuesen el amor total a una idea.
–¿Qué es lo más particular del guión?
–A mí lo que me molesta es el cine explicativo, ese cine en el que estás viendo todo lo que pasa. Mientras que a mí lo que más me gusta siempre pasa por afuera de la película. Me gusta que los personajes tengan una vida independiente, que yo los encuentre en el momento que necesito narrarlos, pero que todo lo demás esté vivo. Para mí eso late en la película. De hecho, hay mil variables del guión que hacen que te des cuenta de que el personaje está decidiendo algo que vos no viste en pantalla. Algo que pensó antes de venir al rodaje, no sé. Que vos no viste y que tenés que imaginar. Y ése es el público que quiero, alguien que pague siete pesos para venir a trabajar un rato en el cine. Para mí, el mejor ejemplo de eso es Simplemente sangre, una película que termina y sólo el espectador sabe qué fue lo que pasó. Los personajes no entienden nada.
–¿Qué impresión le dejó el film al volver a verlo para preparar el estreno?
–Lo volví a ver hace poco, y lo que me resultó más extraño es que me sigue gustando de la misma manera en que me gustó cuando recién la terminé. Pero en realidad es porque, salvo que la esté pasando muy mal, uno se gusta a sí mismo en el pasado. Yo me gusto mucho hace cinco años. Además, lo que pasa es que aprendí muchísimo con esta película, incluso con las cosas que no salieron bien. Como, por ejemplo, el hecho de no haberla podido estrenar durante cuatro años y medio. Durante mucho tiempo la tuve en una caja en la esquina del living de mi casa y la miraba, y te aseguro que hay que convivir con esa sensación. Pero de eso aprendí. Me nutrió, en vez de ser un peso. Pero me parece que, aunque siempre supe que se iba a estrenar, igual la película tenía que pagar el precio de esa pasión con la que se filmó. Lo pagó con creces...
–Su carrera es algo extraña, con un comienzo exitoso como director de videoclips y luego una aparición televisiva, para después dedicarse al semi-anonimato que significa dirigir publicidad. ¿Cómo explica este recorrido?
–No haber estrenado la película tiene que ver con ese camino. Llegó un punto en que me ofrecían proyectos en la televisión, como “Los buscas”, el programa de Pablo Echarri. Pero ya nada me venía bien, porque no quería trabajar más dentro del esquema. La televisión significa rodar veintitrés secuencias en dieciséis horas, la película la hice en quince días y para los videoclips directamente nunca hay presupuesto. Entonces me cobijé en la publicidad porque quería verme filmando con plata. Y aprendí mucho con eso. Hoy creo que no hago publicidad sino que hago cine. Yo sé que nunca voy a hacer una película de artes marciales, pero ya la hice. Eso es el comercial del chino de Rexona, con la única salvedad que dura sólo un minuto. Para mí, la publicidad es un laboratorio donde voy probando géneros. Me permite experimentar. Y, lo más importante, la hago como la quiero hacer, y no apenas como la puedo hacer.
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