Severino Di Giovanni, que fue fusilado en los años 30, es el anarquista más famoso de la historia argentina. Roberto Santucho, el mítico líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Enrique Angelelli, un obispo riojano que murió asesinado en los ‘70, cuando la violencia era un método extendido de hacer política. Charles Bukowski, uno de los grandes mitos de la contracultura anglosajona. Luca Prodan, el líder de Sumo, una banda que pareció partir la historia del rock argentino. El actor Daniel Ritto, que viene de protagonizar la película Luca vive de Jorge Coscia, interpretará los cinco personajes en un espectáculo, curiosamente unipersonal, que estrena esta noche. Ritto por cinco, basado en fragmentos de algunos de sus espectáculos unitarios anteriores, podrá verse desde las 23, en el Paseo La Plaza, Espacio Colette (Corrientes 1660), con dirección de Pablo Silva. “Antes se moría de otros modos, ahora lo que mata es la economía”, analiza Ritto en una entrevista con Página/12.
–¿En qué coinciden los cinco personajes elegidos?
–Todos ellos fueron personajes utópicos que vivieron en contra del establishment. Hombres solitarios que estuvieron en alguna clase de cima. De todos, el único que murió como nunca quiso morir fue Charles Bukowski, que murió de viejo, supongo que porque era escritor y pasaba mucho tiempo sentado. Como dice Dalmiro Sáenz, ser escritor es ver quién aguanta más sentado en la silla.
–¿Y por qué decidió juntarlos?
–Los personajes malditos, claves para entender este país, fueron poco tocados por la historia oficial. Sin mirar hacia atrás, no se puede salir hacia adelante. Me permití agruparlos porque ya había hecho cada uno por separado y juntarlos me pareció una esquizofrenia fascinante. Lo mejor que me puede pasar es que, en el espectáculo, la gente se olvide del personaje anterior. Creo que mucha gente que se puede acercar por ver Luca, terminará destapando su cabeza con los otros.
–¿Cómo investigó cada personalidad?
–Le debo todo Di Giovanni a Osvaldo Bayer, a quien considero un maestro. El vino varias veces a casa y estuvimos reconstruyendo su forma de ser, imaginándolo, a partir de las crónicas de la época, del material de Osvaldo y de lo poco que sabe la señora que fue su novia, que tenía 14 años cuando lo conoció. A Santucho lo conocí a través de Ana, su hija, con quien hablamos largas horas sobre su padre. También fui a ver a Gorriarán Merlo a la cárcel. Le hice además 15 minutos de la obra y él se emocionó hasta las lágrimas. Con Gorriarán trabamos una amistad. De Angelelli tuve información de su amigo personal Antonio Puigjané, y pude escuchar sus homilías que habían quedado grabadas de la década del ‘70. Bukowski, en cambio, fue el primer autor que me partió la cabeza, cuando tenía 16 años. Creo que mi acercamiento con la escritura se la debo él. Poco antes había leído Crimen y castigo de Dostoievski. Las ganas de interpretar a Luca salieron de una indignación, cuando vi un pésimo programa de televisión en Canal 9, uno de esos típicos productos de cuarta, en que lo interpretaba Luis Luque. Después trabajé sobre un guión de Carlos Polimeni.
–¿Cuál de ellos le parece más actual?
–Creo que Santucho anticipaba allá a principios del ‘70, el genocidio económico que se venía, que es el que tenemos hoy. Ahora, hay una dictadura y un genocidio económico. Por eso Rodríguez Saá quiere a Rico en la provincia: para limpiarla de pobres.
–¿De cuál de esas personalidades se siente más cerca?
–Probablemente de la del escritor. Aunque, a la distancia, me identifico con Santucho no hubiese sido guerrillero, simplemente porque soy medio vago y eso de andar por el bosque no es lo mío. La música tampoco es mi fuerte. Por eso, me siento más cerca de la soledad de un escritor.