ESPECTáCULOS
Babasónicos encontró un merecido lugar en las grandes ligas del rock
La banda del sur bonaerense ofreció un show sin concesiones en el Luna Park, ratificando que su gran momento está ligado al riesgo artístico.
› Por Javier Aguirre
Exactamente 363 días atrás de la noche inolvidable del Luna Park, esto es el 3 de noviembre de 2001, la presentación oficial de Jessico en el Teatro Gran Rex había dejado la sensación de que la espectacularidad escénica y la sutileza musical impredecible de Babasónicos eran dignas de las grandes ligas rockeras. Ahora no queda sino el aplauso. En el preciso instante en que gozan su momento de mayor popularidad local –un año de intensa rotación de sus notables clips; una merecida y no recompensada sucesión de nominaciones en los premios MTV; un altísimo nivel en cada una de sus presentaciones, aún “de visitante” como en La Falda Rock; una buena venta de discos, aun en la Argentina pauperizada, coronada por la edición de un fino álbum de remixes–, esta apuesta fuerte en el Luna Park dejó en evidencia que son una banda, en muchos aspectos, única.
Su record de convocatoria (al menos en cuanto a entradas pagas, como número principal) llega después de una carrera sin concesiones artísticas. Su obra –seis discos oficiales, más varios títulos “paralelos” y el flamante Jessico Megamix–, lejos de ablandarse, o de acercarse a supuestos parámetros de accesibilidad, revela una diversidad y una contundencia demoledoras. Y a diferencia de otras bandas exitosas de su generación (como los disueltos Caballeros de la Quema o Los Piojos, que con el correr de sus discos fueron licuando sus más distintivas señas particulares en pos de un sonido más pop los primeros, y más de rock and roll clásico los segundos), Babasónicos ha crecido artísticamente sin resignar su excentricidad creativa. Al contrario, el mundo propio de su lírica y su sonido cada vez parece ser más traicioneramente complejo.
Su llegada al Luna Park tuvo todo. La apuesta por lo visual, sello que el vivo de Babasónicos luce desde sus inicios, fue esta vez espectacular: un lienzo oscuro, traslúcido, se extendía entre la banda y el público; y sobre él se proyectaban imágenes fantasmales de todo tipo; esqueletos alados, estrellas, siluetas, rostros (entre ellos, la nueva versión del ex polémico clip de “Rubí”, de Juan Cruz Bordeu –que mostraba un rostro en primer plano durante una masturbación– esta vez con una protagonista femenina). El efecto logrado fue mágico, y funcionó como equilibrio visual perfecto para el desempeño musical del grupo. Especialmente cómodos en las canciones de sus últimos discos Jessico y Miami, Babasónicos no se limitó a repasar hits con oficio, sino que se detuvo en cada canción hilando versiones maravillosas; sutiles y a la vez muy contundentes. Con una batería enérgica, un cantante carismático pero también vocalmente muy expresivo, y una permanente gestación de atmósferas por parte del rico tándem de teclados y guitarras (en especial las del talentoso Mariano Roger), la interpretación de Babasónicos es sorprendente. Su vivo no resigna la complejidad de sus producciones de estudio, y resulta demoledor aun sin tener que apelar a la potencia como escudo sobreactuado para disimular falta de recursos sonoros. Es electrónico, es bailable, es psicodélico, es rockero. Las canciones más nuevas mostraron un gran nivel: “El loco”, “Pendejo”, “Deléctrico”, “Soy rock”, “Tóxica”, “Yoli”, “Los calientes”, “El sumum”, “4 AM”, “El playboy” y “Desfachatados”; todas fueron recibidas con emoción y euforia. Y entre las viejas, las más felices fueron “Sátiro”, “¡Viva Satana!” y “Gronchótica”. La pregunta es la misma que a la salida del Gran Rex, el año pasado, pero la respuestaahora tiene una nueva prueba, la vista en el Luna Park: ¿cuántas bandas de rock son en este momento artísticamente mejores que Babasónicos?