Sáb 09.11.2002

ESPECTáCULOS

Más cerca de Los Redondos que de Los Chalchaleros

El Dúo Coplanacu presenta esta noche en el Teatro Opera “Guitarrero”, un CD en el que incluye “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez. “El que se enoja porque hicimos una canción de Fito es un facho”, coinciden.

› Por Fernando D´addario

El Dúo Coplanacu construyó con paciencia santiagueña una carrera independiente que siempre fue de menor a mayor, aunque durante un buen tiempo los detalles de ese ascenso resultaron –al menos desde afuera– casi imperceptibles. Desde hace un par de años (puede citarse como punto de partida su premio consagración en Cosquín), las variables de su popularidad crecieron de un modo visible, disparando a su vez una pequeñagran controversia en el mundillo del folklore. Hubo quienes descubrieron repentinamente la sensibilidad y el buen gusto de su repertorio; en menor proporción, otros, militantes del ghetto under que los cobijó en las peñas universitarias cordobesas, renegaron de su módica expansión mediática. Su último disco, Guitarrero, que será presentado oficialmente esta noche en el teatro Opera, refuerza la polémica, un tanto nimia desde lo musical: los Copla incluyeron en el cd una sentida versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez. Nada más simple que eso. Por lo demás, el álbum incluye cinco zambas –un porcentaje mayor que el habitual en sus discos– y el clásico de Yupanqui “Los ejes de mi carreta” (también “discutido”, no por la pertenencia folklórica de Don Ata, claro, sino porque escapa del canon interpretativo del dúo). En la entrevista con Página/12 Roberto Cantos y Julio Paz coinciden: “Nos critican porque grabamos ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’, y resulta que ya lo hacíamos en la década del 80. Es parte de nuestro repertorio de esa época”. Cantos enfatiza: “El que dice: ‘¿qué tiene que hacer un tema de Fito Páez en un disco de los Coplanacu?’ es un facho. Grabamos esa canción porque se nos canta, pero además porque refleja muy bien lo que está pasando: apela a la reflexión, a la sensibilidad y a la rebeldía”.
Julio Paz: –Los que chillan no la escucharon. Cada vez que la cantamos sentimos un silencio muy profundo, y después un aplauso hondo, sentido. Así que tan equivocados no estamos.
Roberto Cantos: –Nos putean los que se sienten muy dueños de nosotros, tanto que parece que nos tienen que controlar lo que hacemos. Me gustaría que no nos quisieran tanto.
–El período de crecimiento de ustedes coincidió con la división entre el folklore joven oficial y el denominado “alternativo”. Los Coplanacu pertenecían claramente a una de las partes.
R.C.: –Preferimos no participar de las eternas polémicas. Que el folklore joven, que los renovadores... Queremos que haya de todo, y que haya para elegir. Se nos busca para pegarles a Los Nocheros o a Soledad y no nos interesa. Los que nos conocen saben dónde estamos parados.
J.P.: –Eso no es lo mismo que decir que todo lo que hay es bueno...
–Convocar más público, actuar en el Opera, ¿implica resignar cosas?
R.C.: –No vemos lo del Opera como algo del tipo “llegamos”. Es un show importante, pero es uno más de los tantos que estamos haciendo por todo el país. Y en cuanto a la cantidad de público, que es mayor, no nos podíamos quedar en ese ghetto que teníamos, porque el ghetto es muy lindo, pero había un montón de gente que de ese modo no nos hubiese conocido nunca. Gente que no va a una peña, ni quiere esperar a que toques a las cuatro de la mañana. En el fondo, el objetivo de cualquier músico es cantar para todos. Antes éramos compinches de los changos, y de golpe nos vimos saludando a una familia, con su hijito de 8 años. Eso para mí es bárbaro.
–¿Cambió la postura política e ideológica de la banda?
J.P.: –La seguimos manteniendo, y no tiene que ver con algo partidario. Es una actitud, una manera de ver la vida, y se nota en lo que cantamos, en cómo lo cantamos. Si conseguimos que la gente se mire hacia adentro, que es lo que está logrando por ejemplo el nuevo cine nacional, eso vale diez veces más que cantar una canción de izquierda o de derecha.
–¿El folklore no está mirando para otro lado en ese sentido?
R.C.: –No me gusta eso de catalogar por géneros. El folklore esto, el tango lo otro. En cuanto al rol que cumple el músico en la sociedad, yo tengo más que ver con Los Redonditos de Ricota que con Los Chalchaleros.Pero yo veo en el folklore gente con mucha polenta, sobre todo en el interior, lo que pasa es que en Buenos Aires no se enteran.
–A ustedes les fue bien sin seguir los caminos habituales del género.
J.P.: –Nos manejamos de forma intuitiva. Confiamos en que lo que nos gustaba a nosotros le podía gustar a otro. No somos ningunos iluminados.
R.C.: –La autogestión fue fundamental. La independencia nos permitió poder plasmar esa confianza. Fuimos y somos dueños de nuestra música. Ahora estamos en un sello (DBN) con alcance nacional, pero nos apoya sin pedirnos nada en lo artístico. El disco se lo dimos ya terminado.
–Alguna vez se dijo que ustedes eran como “hippies” dentro del folklore...
J.P.: –No, siempre tuvimos la actitud de no ser hippies. Cuando empezamos estaba la onda de tocar cualquier cosa, de cualquier manera. Nosotros fuimos muy responsables, muy cuidadosos. No hemos sido hippies con el laburo. Y laburamos mucho: durante años fuimos sonidistas, iluminadores, managers, prensa, productores de nosotros mismos. Sabemos lo que es dormir en la terminal de ómnibus y esperar que salga un micro que nos lleve a otro pueblo y después cargar los equipos y repartir volantes.

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