Sáb 09.11.2002

ESPECTáCULOS

“A diferencia de los actores, los personajes hacen lo que quieren”

El escritor y director Eduardo Mignogna acaba de editar “La señal”, un relato policial ambientado en los 50 con los últimos días de Eva Perón como trasfondo. “No puedo evitar la tentación de contar historias”, dice para justificar su doble trabajo.

Por Angel Berlanga

Eduardo Mignogna se considera escritor y director por partes iguales. Publicó su primera novela (En la cola del cocodrilo) hace más de tres décadas y estrenó su primera película (Evita, quien quiera oír que oiga) veinte años atrás y, sin embargo, dice, no pertenece a ningún ambiente específico caratulado como “literario” o “cinematográfico”. Prefiere no contagiarse los vicios y las envidias que, sostiene, abundan en esos ambientes. La “aprobación de” o la “pertenencia a” esos ámbitos acaso tenga vinculación con otros asuntos, pero no con el que habilita a poner ante los ojos de un vasto público lo que se propone. A esta altura de su carrera son muchos los casos de productoras, actores y premios de las llamadas primeras líneas que acompañaron su trabajo. Ahora acaba de aparecer su nueva novela, La señal, publicada por Editorial Planeta y presentada el martes pasado, con tramos leídos por Norma Aleandro y Oscar Martínez, en una librería de Recoleta. Mignogna cuenta, en su estudio de la calle Ugarteche, que se quedó impresionado con el tono pausado y neutro de Martínez en la lectura, y que en ese momento pensó que debía ser él quien, a la hora de llevar la historia a la pantalla, interprete al protagonista.
La historia transcurre en Buenos Aires, sobre todo en la zona Sur y Capital. Arranca a fines de 1951 y se extiende hasta mediados del ‘52, con la agonía de Eva Perón de fondo. El personaje central es un detective torpe, poco feliz, cornudo, antiperonista, atento a una madre y un perro algo decrépitos, que tiene un socio peronista y anda pendiente de una mujer algo misteriosa que promete desde el principio amor y/o problemas. Su editora dijo en la presentación, con palabras cuidadosamente escogidas, que “uno no puede evitar acordarse de los personajes de Arlt, del Bioy Casares de El sueño de los héroes, de Soriano, de Dal Massetto”. Con toda la relatividad y subjetividad del caso, cabe anotar aquí que hay algunas distancias entre la literatura de esos autores y la de Mignogna.
Mignogna trabajó en la novela a lo largo de un año y medio entre Madrid, Buenos Aires y José Ignacio (costa uruguaya), y cuenta que disfrutó mucho escribiéndola: “Fue un amantazgo de los más felices que he tenido. Quería terminar rápido lo que estaba haciendo en el día para meterme en la historia, a merodear los climas y los lugares. Eso me resultaba muy placentero, tanto como ir a la hemeroteca a leer diarios de 1952. Recién cuando la terminé me decidí por ir a ver los lugares donde la había ambientado: la galería donde están las oficinas, en la avenida Mitre de Avellaneda, la estación de Banfield, esas zonas. El Sur siempre me pareció muy misterioso, crudo, pegado al tango y a cierta peligrosidad. Cuando fui a la galería subí temblando, tal vez porque pensaba que podía encontrar algo distinto a lo que había relatado. Pero me encontré con lo mismo que había narrado. Con Cuatrocasas (novela, 1975) me había pasado igual: la ambienté en Ushuauaia, y aunque yo no conocía el Sur, acerté con los climas y las descripciones”.
–¿Por qué decidió contar una historia ambientada 50 años atrás?
–Esa época, los ‘50, el clima del final de la vida de Eva, me vienen acompañando. Yo era chico en esa época, tenía once o doce años, y tengo recuerdos muy precisos. Son años que cinematográficamente me gustan mucho: la luz, el vestuario, los hombres, personajes, códigos.
–¿Imagina a esos detectives en la actualidad?
–No, porque tienen códigos específicos, más allá de las contradicciones éticas. Tienen códigos diferentes sobre la traición, el amor, los desencuentros. Sobre los silencios, incluso: era una época de hombres más pudorosos, no se ventilaban las cosas tan crudamente como hoy.
Mignogna se permite algunos homenajes, como la inclusión de su padre, un pianista que tocó en la orquesta de Troilo, en un programa del Teatro Tabarís. Al igual que en otras novelas o películas, los apellidos de unpar de viejos amigos corresponden a personajes secundarios. La señal parece destinada a seguir el mismo camino que La fuga: de novela a película. Dos productoras están interesadas. Mignogna aclara que quiere ser él quien elija a los actores. Está tan entusiasmado con la historia que se puso a escribir una segunda parte, ambientada en el 55, al filo del derrocamiento de Perón.
–¿Quiénes son más difíciles de manejar, los personajes o los actores?
–A los actores los admiro, a los personajes no sé. Cada vez que quise darme un baño de humildad intenté hacer un papelito en una película: tuve que salir corriendo. Hacen cosas que yo no podría hacer jamás. Admiro cómo pueden sobrellevar en la vida privada los personajes que componen. A mí no me daría el cuero para estar todo el día respondiendo preguntas y atendiendo miradas. Yo siento que los personajes a mí se me escapan más que los actores. Los personajes hacen lo que quieren, y yo trato de que los actores no hagan lo que quieran. Trato de que el proyecto los contenga. En la novela no pude evitar que Corvalán (el protagonista) volviera a visitar a su madre. Yo sabía que esto me alejaba un poco de la historia central, de la mujer que lo atrapa y del mundo mafioso que tiene alrededor. Pero no lo pude evitar: ahí fue.
–¿Qué influencias literarias reconoce?
–Yo no me doy cuenta. Admiro a Faulkner, Onetti, Hemingway, toda la línea negra americana, Hammett, Chandler, algunas cosas de García Márquez. Pero no sé dónde aparece mi estilo, si es que lo tengo. Tanto en La fuga como en La señal traté de limpiar toda adjetivación excesiva, porque quería hacer crónicas limpias, despojadas. Las influencias vienen, como los rasgos que uno tiene de sus padres.
–¿Por qué se dedica a contar historias?
–No puedo evitarlo. Seguramente es porque me gusta oírlas. El primer recuerdo de infancia que tengo es el de mis abuelos con una caja de fotos, sacando una por una y contando las historias por enésima vez. Me gustan las fotos con gente, no los paisajes despoblados de personas. Me gusta el cine que cuenta historias, nunca la viñeta.

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