Mar 29.01.2002

ESPECTáCULOS  › EL FESTIVAL DE COSQUIN 2002 DEMOSTRO LA VIGENCIA DE UNA NUEVA FORMA DE ENTENDER EL FOLKLORE ARGENTINO

Una fiesta popular a la que no le hace falta Julio Mahárbiz

Nueve noches y una coda, por el éxito masivo de Los Nocheros, se sucedieron, en la capital nacional del folklore. La empresa de Mahárbiz y Palito Ortega, que se había negado a pagar el canon pautado anteriormente, ya es recuerdo. La edición demostró que la gracia de Cosquín está en la gente, que hace el fenómeno.

Por Karina Micheletto
Desde Cosquín

Pasaron tormentas y soles, pleitos judiciales, impensados gestos de generosidad, miserias y mezquindades que a esta altura se acumulan como vicios en el historial de un festival de proyección nacional que arrastra 42 ediciones. Y cuando todo hacía prever lo contrario, Cosquín 2002 se hizo. Esta vez, sin Julio Mahárbiz al frente de la organización, y con el fantasma de la crisis económica augurando la gran catástrofe en la asistencia del público. El temido desastre no fue tal: a lo largo de nueve noches la edición reunió a más de cincuenta mil personas, y hasta le dio el aire para plantar una histórica noche más con una nueva actuación de Los Nocheros, el grupo más convocante del momento. El doblete de Los Nocheros parece hablar del gran momento del folklore melódico, pero eso es sólo una parte del asunto. No es en las cifras ampulosas para los tiempos que corren, sin embargo, donde radica el verdadero fenómeno de Cosquín.
Hay una gran lección que dejó esta particular edición del festival: aunque la televisión muestre lo contrario, Cosquín no se alimenta sólo del show armado en la plaza principal, necesariamente pensado en función de la venta de entradas, con una programación que alterna figuras consagradas, nuevos valores y figurones del momento, y que deja afuera a muchos de los mejores exponentes o los manda a tocar a las cinco de la mañana. Cosquín se hace porque hay un número muy grande de artistas y de público que asume ese espacio como propio, demostrando que el folklore está vivo y colea, y no necesita que le pongan un moño para salir a dar lo que pide el mercado. Claro que Buenos Aires no siempre se da por enterado, pero esa es harina de otro costal.
Aquí estuvieron músicos, autores, cantantes, compositores y organizadores de festivales de todas las provincias, junto a una larga lista de personas de una u otra manera ligadas al ambiente del folklore, transitando las calles coscoínas, armando y desarmando proyectos para el año, dirimiendo en encendidas charlas de café los resultados de los premios Revelación y Consagración como si se tratara de un Boca-River. “Esta es una ruta nacional, y no se puede cortar. Lo que estamos haciendo
es ilegal. ¡Somos los primeros piqueteros!”, decía con entusiasmo y humor el músico santiagueño Toño Rearte, uno de los históricos de Cosquín, que se mantiene al margen del circuito oficial del festival. Y es que una de las calles laterales a la plaza principal, que permanente permanece ocupada por la dinámica de la fiesta, es en realidad la ruta nacional 38, que sigue hasta Santiago del Estero.
Hay un tiempo que se detiene en esa y todas las calles que rodean la plaza, como si estuvieran preparadas para que en el encuentro se genere un clima de bohemia en el que todo parece posible. Son los artistas y el público que sigue asistiendo al festival, aunque tenga que escuchar lo que pasa en la plaza desde sus alrededores o elegir una sola de las más de 17 peñas y quedarse allí toda la noche para no pagar más de una entrada, los que sostienen Cosquín. Y los que aseguran que va a seguir existiendo, aunque se haya llegado al límite al que se llegó en esta edición: a un mes de que comenzara no se sabía quién se iba a hacer cargo del festival, después de que Paisajes S.R.L., la empresa manejada por Julio Mahárbiz, Ramón Palito Ortega y Norberto Baccón se negara a pagar el canon pautado por cuatro años y la Comisión Municipal de Folklore les entablara un juicio todavía en marcha. Lo que la edición 2002 demostró es que se puede organizar un gran Cosquín sin el empresario Mahárbiz y sus socios.
Si en la primera mitad de los 90 se vivía una especie de empantanamiento del folklore, con poco bueno surgiendo y mucho malo perdurando, y en la segunda mitad del huracán Soledad para adelante, explotaba el fenómeno del nuevo folklore, el comienzo del siglo XXI parece estar marcado por el decantamiento natural. Pasó el vendaval de las modas,queda lo que tiene algo firme de dónde sostenerse. Entre los mediáticos están Soledad y una carrera en crecimiento en cuanto a calidad artística, el Chaqueño Palavecino y su innegable conexión con el público, Los Nocheros y una propuesta que, más allá de gustos y afinidades y de su elección por la temática romántica, siempre se ha destacado por la calidad vocal y de puesta en escena. Pero al lado de esos fenómenos hay una revitalización del otro folklore, el que suele mezclar calidad y compromiso, que se llenó de premios y aplausos en el calor de la Plaza.
El Festival vino a ser como la consagración final del dúo Coplanacu, que después de un largo camino transitado dentro de los límites del circuito de peñas universitarias cordobesas se perfila como uno de los representantes más íntegros del folklore actual, no desentendido de la problemática social. Lo mismo ocurrió con el joven santiagueño Raly Barrionuevo, que este año se alzó con el Premio Consagración junto al grupo Los Amigos, y no duda en entonar la guajira cubana “Hasta siempre”, dedicada al Che Guevara, en cada una de sus actuaciones. La hora de los premios también llegó para Franco Luciani, un chico de 20 años que toca la armónica con un virtuosismo que recuerda a Hugo Díaz, y que todavía no grabó su primer disco. Luciani, destacado ayer por una nota de Página/12 se alzó con el Premio Revelación, junto a la pareja de baile ObregónCenturión, de Paso de Los Libres.

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