ESPECTáCULOS
El Festival de Tesalónica premió al cine asiático
La muestra griega, dedicada al mejor cine independiente, consagró films que celebran la relación del hombre con la naturaleza.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica, Grecia
El cine asiático fue el gran ganador de la edición número 43 del Festival Internacional de Tesalónica, que culminó el domingo pasado. La muestra griega, una de las más importantes dedicadas al cine independiente y de autor, volvió a marcar tendencia con el premio a la mejor película compartido por dos notables films llegados del Oriente más lejano: Mizu no onna (La mujer del agua), del japonés Hidenori Sugimori; y Sud senaeha (Completamente tuya), de un director tailandés de nombre y apellido impronunciables en castellano, pero que habrá que aprender a memorizar para saber por dónde puede llegar a pasar a partir de ahora el mejor cine contemporáneo: Apichatpong Weerasethakul.
Proveniente de una cinematografía sin tradición conocida en Occidente, el film de Weerasethakul ya comenzó a dar que hablar con su aparición sorpresiva en el Festival de Cannes, en mayo pasado, donde participó de la sección oficial no competitiva “Un certain regard”, cosechando los mayores elogios de la muestra. Desde entonces, bajo su título de difusión en inglés, Blissfully Yours (con el que se acaba de estrenar comercialmente en Francia, donde fue saludada como una obra maestra), esta producción de bajo presupuesto y apenas dos personajes centrales, a cargo de actores no profesionales, ha venido generando –sobre todo luego de su paso por Toronto– una reputación cada vez más creciente, que ahora corona Tesalónica.
Resulta difícil, en pocas palabras, dar una idea de un film tan sereno y sensual como Blissfully Yours, capaz de evocar simultáneamente la belleza turbadora de la naturaleza y la melancolía de un amor fugaz y condenado, como quizás solamente lo ha conseguido antes otra obra maestra del cine, Une partie de campagne (1936), de Jean Renoir. En vez de la campiña francesa, aquí el escenario es la misteriosa selva tailandesa, en la que una mujer y su amante comparten unos silenciosos, enigmáticos momentos de felicidad, que la contemplativa puesta en escena de Weerasethakul va esculpiendo parsimoniosamente en el espacio y el tiempo. Este espíritu panteísta, a su vez, no le impide al film, de una manera muy elusiva y sutil, dar cuenta de una candente situación política: la mujer es tailandesa y su compañero en cambio es un inmigrante birmano, que parece estar escapando tanto de la pobreza y la represión de su país como de la situación de ilegalidad a la que está sometido en su nuevo entorno.
Nacido en 1970, con estudios de arquitectura y cine en Chicago (donde aprendió a disfrutar de la obra de los vanguardistas norteamericanos Stan Brackhage, Michael Snow y Bruce Baillie), Weerasethakul tiene detrás de sí un puñado de videos experimentales y sólo un largometraje anterior, pero sin duda un promisorio futuro por delante, que no piensa desaprovechar. Ya está trabajando en su tercer largo, que lleva por título provisorio Tropical Malady (Enfermedad tropical) y que también va a transcurrir en lo más profundo de la selva tailandesa, de donde por ahora no parece querer salir.
Si el jurado presidido por el realizador italiano Marco Bellocchio e integrado, entre otros, por su colega estadounidense Bob Rafelson y por el crítico francés Thierry Jousse, de los Cahiers du Cinéma, eligió compartir el premio principal con La mujer del agua fue quizás porque el film japonés también trabaja en una relación muy particular con los elementos de la naturaleza. Sin embargo, la opera prima de Hidenori Sugimori (la competencia oficial de Tesalónica está reservada, como la del Festival de Buenos Aires, sólo a primeros y segundos films) parece acudir en busca de elementos míticos para su inspiración y refiere el misterioso encuentro de una mujer-chamán, que administra una casa de baños públicos y es capaz de convocar las lluvias más intensas, con un hombre que tiene un oscuro pasado como piromaníaco y que no deja de sentir una fascinación obsesivapor el fuego. Estrenada internacionalmente apenas un par de meses atrás, casi simultáneamente en la Semana de la crítica de la Mostra de Venecia y en el Festival de Toronto, La mujer del agua tiene la peculiaridad de estar protagonizada por una famosa cantante y poeta japonesa apodada UA y cuyas presentaciones en vivo y grabaciones suelen coincidir con lluvias torrenciales.
El premio al mejor director, a su vez, fue para el mexicano Carlos Reygadas por su deslumbrante Japón, una opera prima fulgurante y enigmática como su título, un film de una poderosa respiración narrativa, que sigue la historia de un hombre solitario como un ronin (esos samurais que perdieron la causa por la que luchaban) y que viaja a una montaña remota para suicidarse. El choque con ese paisaje imponente, que Reygadas filma en un extraño formato cinemascope, es tan importante para el protagonista como su encuentro con los escasos habitantes de lugar y particularmente con una anciana más vieja que el tiempo, que parece demorar en el hombre su voluntad de quitarse la vida.
En esa adoración de la naturaleza que parece haber guiado las resoluciones del jurado de Tesalónica, un film gris y suburbano como El bonaerense quedó relegado de la lista de premios, al igual que el excelente La boda de Rana, del palestino Hany Abu-Assad, que transcurre en los tensos check-points que hoy dividen a Jerusalén. Puede parecer una injusticia con dos películas valiosas y valientes, pero el nivel del festival fue lo suficientemente alto como para que la sola participación pueda considerarse un premio.