Sáb 23.11.2002

ESPECTáCULOS

La familia ¿es puro teatro...?

El director Rubén Szuchmacher dirige con su habitual buen pulso “Extinción”, revulsiva apuesta del español Iñigo Ramírez de Haro.

› Por Cecilia Hopkins

Con socarrona alevosía y como obedeciendo a un exasperado impulso desacralizador, Extinción –obra del dramaturgo español Iñigo Ramírez de Haro– arremete contra las instituciones tradicionalmente consideradas base fundamental de todo acuerdo societario. Así, la pieza se consagra a describir el sistema de relaciones que encarnan el matrimonio y la familia, concretando un despiadado cuadro de situación, un retrato desafiante de padres e hijos convertidos en grupo de alto riesgo, sumidos en el hastío y la banalidad que alienta un contexto social en franca desintegración. Estrenada bajo la dirección de Rubén Szuchmacher en El Portón de Sánchez, la obra vuelve a la escena local luego de haber participado de los festivales de Otoño de Madrid y Cádiz, con las vigorosas actuaciones de Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Roberto Castro y Pablo Caramelo.
El autor considera que la convivencia familiar transforma las personas en roles fijos y que, en definitiva, la familia, “como todo lo sagrado, es puro teatro”. Y es precisamente a causa de esa cualidad histriónica que el autor le atribuye al grupo que, en su obra, los integrantes de una familia se avienen a tomar la sala de un teatro para exponer la naturaleza de sus vínculos. Una circunstancia que, cabe aclarar, mantiene en todo momento un sabor a juzgamiento y condena. Ya desde el arranque, la obsesión de estar viviendo una crisis sin esperanza de recuperación tiñe el vertiginoso accionar de la pareja compuesta por Luz y Mario, interpretados con vibrante desenfado por Pelicori y Peña. Es que en Extinción, aquel “maravilloso animal de dos cabezas”, tal como definió al matrimonio el novelista Lawrence Durrell, queda reducido a un par de seres desconectados y contradictorios, viciados de hipocresía y mediocridad. Urgidos por salvaguardar los valores que transmitieron durante años, no están en condiciones de procesar la transformación del hijo (Pablo Caramelo) que los arrincona con salvajes deseos de venganza. Justo cuando la situación no resiste más dilaciones, aparece el inefable Oto (Roberto Castro, en destacado trabajo) proponiendo un cambio de dirección en los acontecimientos.
Sin traicionar la cualidad áspera de la pieza, Szuchmacher encuentra la manera de orientar las actuaciones hacia un registro farsesco que deja a la vista las contradicciones más urgentes de los personajes. Además de un acertado despojamiento escenográfico, propone ciertos cambios en el libro original. Dueña de un brioso impulso autodestructivo, la madre prolonga su discurso al asumir aquellos textos –los más cínicos, tal vez– que el autor pensó para proyectar en una pantalla, a modo de conciencia organizadora del caos general. El director también resolvió atomizar en microescenas el largo discurrir de los personajes, usando a modo de separador fragmentos del vals “Salud, dinero y amor” –popularizado por la orquesta de Francisco Canaro en 1939–, recurso que, aunque por momentos se torna repetitivo, tiene el sentido de prolongar los ecos del dislate general.



De Iñigo Ramírez de Haro.
Elenco: Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Pablo Caramelo y Roberto Castro.
Diseño de iluminación: Gonzalo Córdoba.
Ambientación y dirección: Rubén Szuchmacher.
Lugar: El Portón de Sánchez (Bustamante 1034) los domingos, a las 21.

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