Dom 08.12.2002

ESPECTáCULOS

“Los cineastas tenemos una gran deuda con la realidad”

El argentino Alejandro Chomski trabajó con Kusturica, Jarmush y Spike Lee. En el 2000 volvió a Buenos Aires sin plata, sin casa y sin proyectos. De ese vacío surgió “Hoy y mañana”, la película que está rodando en estos días.

Por Guido Herzovich

Son casi las diez de la noche en Godoy Cruz y Costa Rica, plena zona roja. En cada esquina se repite en la realidad la escena que el realizador Alejandro Chomski filma en la ficción: dos prostitutas buscando clientes. Una de ellas es Antonella Costa, la protagonista de la película, que hace su debut en la profesión enfundada en minifalda negra diminuta, medias de red, zapatos de taco y campera de cuero. Dos cartoneros cruzan el “set” con los ojos clavados en las chicas. “¿Puedo salir yo también?”, le pregunta uno al camarógrafo. Se escuchan gritos, chiflidos y una danza de celulares que intentan coordinar la llegada del auto que levante finalmente a Antonella y a Romina Ricci. “Es una escena complicada –explica Chomski–. Toda una coreografía.” Mientras los técnicos terminan de iluminar la cuadra, el director conversa con las actrices. Desde lejos se la ve a Romina abrirse el saquito de hilo una y otra vez con un cigarrillo apagado en la mano y probar caras sexies. “¿Estamos?”, pregunta alguien unos minutos después, y todos dicen que sí. Chomski los frena: “La fotógrafa está en cuadro”, dice, y le hace señas para que se corra. Ahora sí: alguien pega un grito y sólo queda el murmullo del tránsito.
–¿Cómo surgió la película?
–Después de estudiar en el American Film Institute, me quise quedar en Estados Unidos pero no tenía papeles, así que volví con una buena formación profesional, pero sin conocer a nadie, sin tener trabajo, sin plata. Volví a vivir en lo de mi mamá y fue muy difícil, porque yo ya no era un chico. Ahí me dije: soy artista ahora o no lo seré nunca. Y surgió el guión. Es el primero que escribo completamente solo y nació de mis entrañas. Diría que, hasta ahora, fue el único momento epifánico de mi vida a nivel artístico. Salió como un vómito: estuve encerrado diez días sin hablar con nadie, escribía hasta caer molido y sabía que tenía que hacer eso en ese momento.
–¿De qué trata?
–De todo esto. De la dificultad para conseguir tu propio proyecto, tu independencia, vivir de lo que te gusta. Es el sueño de nuestra generación, y con “nuestra” me refiero a gente de clase media con formación artística o profesional y con proyectos. No estoy hablando ni de la clase media lúmpen ni de la mayor parte del país, a los que ni siquiera se le cruza por la cabeza plantearse algún proyecto porque están más ocupados en sobrevivir día a día. Me parece más honesto que cada uno hable de lo que conoce, y esto es lo que yo conozco. Lo otro lo veo en las calles, en la televisión y en el diario.
–¿Es una película más generacional que argentina o viceversa?
–Me parece que es una película que sólo se podría filmar en Argentina, porque debe haber pocos países donde la debacle de una clase media tan fuerte haya sido tan brusca. En muchos otros lugares de Latinoamérica siempre fue clara la brecha entre ricos y pobres. Pero el conflicto de no saber qué hacer con tu vida en la juventud es universal.
–¿En qué lo marcó la vida nómade?
–Viajar me dio una capacidad de observación que me permite ver desde afuera una situación y a la vez disfrutarla. No quiero ser un vampiro de las relaciones humanas, que espera información para escribir historias. Pero es bueno poder comparar cómo son los vínculos o los lazos afectivos en un lugar y en otro y elegir qué relaciones quiero para mí. Por otro lado, siempre me costó adaptarme, porque era un recién llegado en todos lados, o ya me estaba yendo. Me costó ser aceptado, ser querido. Por eso estoy contento de tener un pequeño lugar para trabajar acá en Argentina.
–¿Tiene un condimento especial que su debut sea acá?
–Estoy muy orgulloso de que mi primera película se filme en el lugar donde nací. Creo que es muy bueno empezar a expresarse en el lugar donde uno conoce bien los códigos. Pero me considero un ciudadano del mundo, y voy a tratar de hacer películas donde surja la posibilidad de contar historias. Ahora es acá, pero no sé qué va a suceder en el futuro.
–¿Qué cine le gusta?
–Me gustan los filósofos: Buñuel, Cassavetes, Truffaut, Tarkovski. Son tanto modelos de directores como modelos de vida, porque para mí lo que aparece en la película y lo que sucede en mi vida están completamente integrados. Justamente con esa idea, estamos haciendo con Santiago García Isler, que era compañero mío del colegio, un documental que se titula “¿Quién es Alejandro Chosmki?”. Surgió por esto de entrar y salir del país muchas veces y que mucha gente se preguntara: “¿Quién es este chico que dice que trabajó con Jarmush, Kusturica, Spike Lee?”, “es una mentira”, o cosas así. Los únicos que sabían que era verdad son mis amigos. El resto, un poco por envidia, no pensaban que pudiera pasarle algo así a un argentino. El rodaje consiste en recorrer las ciudades donde viví buscando a toda esa gente del pasado y generar nuevas situaciones en el presente. El concepto es que tenemos todo el pasado por delante.
–¿Cómo fue trabajar con esos pesos pesados?
–De cada uno fui tomando cosas interesantes: la manera de filmar, de encuadrar. Yo estuve en pedacitos de rodaje con ellos, nunca estuve en el rodaje completo. Así es imposible darte cuenta cómo trabajan, pero sí te das cuenta de que hay una mirada muy firme sobre lo que están haciendo y de que no tienen dudas sobre lo que están contando. En realidad, la duda es parte de esa firmeza: cuando ves a Jarmush pensando “¿la hacemos desde acá o desde allá?”, se nota que es una búsqueda para encontrar algo que ya tiene claro. Jim es un tipo encantador, muy egocéntrico. Es como un argentino: le gusta el fútbol, es competitivo, nos agarrábamos a piñas en joda. Quizá sea una de las personas más increíbles que conocí en mi vida. Es de una filosofía zen, una calma absoluta, quizá porque está ya bordeando los cincuenta. Y su cine refleja esa búsqueda existencial, su cine es él. Es una persona bellísima.
–¿Cómo ve el cine argentino actual?
–Veo un fenómeno ascendente. Recién ahora me parece que es correcto hablar de un miniboom argentino: distintas películas de distintos géneros y distintos presupuestos, pero todas contando situaciones de acá o de allá. Eso es lo que construye un nuevo cine. Tanto en la Alemania de posguerra como en España después de Franco, tomó muchos años reconstruir ese tejido que en el mundo del cine es fundamental y a la vez muy difícil de regenerar. Creo que recién ahora, tanto tiempo después de la represión, se lo pudo recomponer en Argentina. Ahora ese tejido está armado para que en los próximos años surjan las mejores películas. Creo que todavía nuestro cine es muy costumbrista, tiene una deuda pendiente con la realidad. Esa me parece una buena frase: los cineastas tenemos una deuda con la realidad y no nos animamos a meternos con la ciencia ficción, por ejemplo. La realidad es tan brutal que es difícil alejarse de ella.
–¿Qué lugar ocupa su película en ese panorama?
–Creo que va a tener un rasgo que la va a diferenciar: una puesta en escena muy vertiginosa, de mucho ritmo, que no es común en las películas argentinas. Todas están filmadas a la manera clásica: plano, contraplano y el master. Esta no: es un recorrido del personaje por la ciudad, cámara en mano. La puesta es muy moderna, muy ágil, con elipsis en el montaje como los de Contra viento y marea, de Lars Von Trier. Y por otro lado es un tema social: una chica que se prostituye porque no puede pagar el alquiler. Creo que esas características la van a convertir en una película única.
–¿Ya no piensa en cambiar el mundo?
–No es que haya abandonado las ganas de hacer algo para que el ser humano esté mejor, pero ya no tengo la omnipotencia de creer que puedo cambiar el mundo. Durante la juventud, la sensación es que uno tiene que hacer una empresa enorme que refleje sus ideales. Y a veces uno se olvida de su propia felicidad, que es la base para hacer algo positivo que llegue a otros.

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