ESPECTáCULOS
› 40 MIL PERSONAS EN EL FESTIVAL URUGUAYO
La fiesta del Plata
Luis Alberto Spinetta, Jaime Roos, Antonio Birabent y Fernando Cabrera se destacaron en un encuentro multiartístico que congregó a una multitud entregada al disfrute, sin tensiones ni incidentes.
› Por Javier Aguirre
Con una diversidad a prueba de prejuicios y una cantidad de propuestas inabarcable para cualquier mortal, la cuarta edición de la Fiesta Final de Uruguay reunió a más de 40.000 personas en el predio montevideano del Parque Rodó. La cartelera no omitió ningún género: hubo rock, candombe, folklore, tango, percusión, polka, jazz, música clásica, reggae, ska, blues, electrónica y fusiones de todo tipo y gusto. Y la armonía y el respeto de la multitud que asistió al megaevento ante cada uno de los casi 200 artistas participantes sugirieron la inexistencia de tribus o ghettos musicales. Así convivieron guitarreadas folklóricas a metros de DJs trance, murgas candomberas con cantautores, bandas experimentales con una sinfónica, grupos de reggae con virtuosos amigos de la zapada acrobática.
La avalancha publicitaria que tuvo el evento y lo destacado de su grilla de artistas, posibilitaron una asistencia extraordinaria, mayoritariamente jóvenes y adolescentes. Que poblaron el Parque durante la tarde del sábado y hasta el amanecer del domingo, y combatieron el viento nocturno y helado del Río de la Plata comiendo chivitos en torno de gigantescos fogones, en un acierto más de una organización impecable: el modelo de cuasi kermesse musical de la Fiesta Final, que por cuarto año consecutivo rompió sus propios records de asistencia, se exportaría el año que viene a México.
Entre los conciertos, las dos grandes atracciones estuvieron, como se preveía, en Jaime Roos y el aura de mito de Luis Alberto Spinetta, en escenarios ubicados de espaldas al río. Roos, cuya participación había sido un secreto a voces hasta horas antes al evento ya que también tocaba en Montevideo en la noche previa, se presentó a las tres de la madrugada ante un público multitudinario, con su banda Contraseña, conducida por los hermanos Nicolás, Andrés y Martín Ibarburu. Su lista –que incluyó una dedicatoria a los argentinos presentes– contó con hits como “Los futuros murguistas” y “Cometa de la Farola”, y enmarcó el show con mayor público.
Spinetta, por su parte, brindó un set intimista y etéreo, con la única compañía del tecladista Claudio Cardone. De buen humor, el Flaco regaló canciones como “Los libros de la buena memoria”, “Gricel”, “Vera”, “Ludmila” y “Prométeme paraíso”, compuesta por su hijo Dante. “Es un honor tocar ante ustedes y junto a este enorme río”, dijo en el comienzo de su set. “Espero que las canciones les den abrigo”, comentó en alusión a la gélida noche, y mencionó a la Argentina como “ese bendito y puto país”.
Fuera de los dos grandes nombres de la noche –el tercero, Pappo, se vio perjudicado por tocar al mismo tiempo que Roos–, el otro gran momento fue para Fernando Cabrera, justo dos noches después de su debut en Buenos Aires como invitado de Jorge Drexler en el Teatro Gran Rex. Cabrera, quien en el Uruguay cuenta con una importante adhesión de público, es un compositor fino e impredecible, cuya escena tiene influencias tanto de Dylan como de Serrat, pero con arreglos extraños y recurrentes brisas candomberas. En su repertorio, que contó con canciones de su álbum Viveza, se destacan sus letras poéticas con cierta malicia, como en el verso “los domingos son un adelanto de la Navidad”.
También fue lucido el paso de Antonio Birabent, que presentó un aguerrido formato de tres guitarras, ante mucho público y con muy buena respuesta. Entre los números locales se destacaron Exilio Psíquico y El Cuarteto de Nos. En los primeros, con una propuesta cercana a la de la Pequeña Orquesta Reincidentes –con quienes ya compartieron fechas a ambos lados del Plata– se destaca la carismática presencia de su calvo y excéntrico cantante italianoMaximiliano Angeleri, que inevitablemente tienta a los argentinos al recuerdo de Luca Prodan. El Cuarteto, veteranos de la escena montevideana de los ‘80, consiguieron con sus letras divertidas y su sonido “decadente” uno de los momentos de baile más intenso. También se llevaron buenos recuerdos rockers como Hereford y Cambiá La Biblia.
Más allá de los conciertos, la superposición de horarios y la multiplicidad de escenarios y propuestas invitaron al público a una estadía nómade, de circulación permanente y escalas cortas, que lo llevaba por la pista electrónica en lo alto del cerro del Parque, los escenarios con bandas o los fogones con clima de peña, además de cruzarse con espectáculos itinerantes de murgas, malabaristas y clowns que patrullaban el predio. No fue casual el slogan del evento (“Una noche de paz, tolerancia, diversidad y respeto”), al que no sólo adhirió el público sino también el personal de seguridad, hasta en sus gestos más simbólicos: sus remeras y sus gorras no decían “control”, “vigilancia” ni “seguridad”, sino “tolerancia”. Todo un detalle para que un evento masivo y heterogéneo no haya sido una fiesta sólo en su nombre.