Mar 10.12.2002

ESPECTáCULOS  › EL ESCRITOR JOSE SARAMAGO PRESENTO AYER DESDE LANZAROTE SU NUEVO LIBRO, “EL HOMBRE ILUSTRADO”

“Absolutamente todos estamos condenados al olvido”

En una videoconferencia, el portugués trazó buena parte de su visión del mundo actual. “No confío en el futuro”, planteó. “¿Cómo puedo saber yo quiénes habitarán este mundo dentro de quinientos años? ¿Cómo puedo estar seguro de que, para entonces, seguirá existiendo esto que llamamos literatura?”

› Por Verónica Abdala

Sucedió en el momento menos pensado. El Nobel José Saramago había estado buscando durante meses la idea que daría inicio a una nueva novela, sin resultados. Eso que los escritores pomposamente llaman “sequía creativa” se había instalado en su vida como una espina incómoda que empezaba a doler, el día en que finalmente, el título del libro se le apareció como una revelación: El hombre duplicado, balbuceó con la cara cubierta de espuma frente al espejo, mientras se afeitaba.
Como otras veces –él dice que sus libros casi inevitablemente nacen de un título pensado de antemano–, ese fue el germen de su duodécima novela (de editorial Alfaguara), que escribió durante el último año, y que él mismo presentó ayer por la tarde desde su casa de Lanzarote, en el marco de una teleconferencia de la que participaron diecisiete países latinoamericanos. En total, cincuenta y siete periodistas de medios gráficos se turnaron ordenadamente para interrogar al escritor portugués, autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo, Memorial del convento, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna y los diarios que componen Cuadernos de Lanzarote I y II, entre otras obras.
El escritor decidió presentarla en el cono sur, antes que en ningún otro lado, como un acercamiento solidario con los países del continente, en virtud de que varios de ellos, como Venezuela o la Argentina, están atravesando profundas crisis sociopolíticas.
El diálogo sirvió para que el autor desarrollara algunas de las claves de su nuevo libro, pero también para que se explayara sobre cuestiones de actualidad, como los perjuicios que ocasiona en el Tercer Mundo la sostenida política económica que impulsan los Estados Unidos, la cuestionada carta del Subcomandante Marcos que numerosos medios reprodujeron en estos días y en la que el guerrillero zapatista se enfrenta abiertamente al juez español Baltasar Garzón, o las razones por las que considera que la palabra democracia fue “vaciada” de sentido.
El argumento de su nueva novela –el protagonista, un profesor de historia, descubre a sus 38 años que en la misma ciudad en que vive existe un hombre que es su copia exacta, y con el que no lo une ningún vínculo de sangre– puede leerse como un profundo interrogante sobre eso que define a las personas como irrepetibles y únicas: su identidad. A la vez que como una reflexión velada sobre la imprevisibilidad de la vida.
El narrador de esta historia no se limita a contar lo que sucede: es parte de ella, se mezcla con los personajes. Casi como Saramago, negado desde siempre a la pasividad de contemplar el mundo sin denunciar sus injusticias.
–Uno de los ejes del libro, son las preguntas en torno de la identidad: eso que hace a cada uno un ser único. ¿Qué puede decirnos sobre este punto?
–Eso que llamamos identidad es más complejo de lo que parece: no creo que ninguno de nosotros sepa quien es cabalmente. Además tenemos aspectos contradictorios dentro nuestro, y eso complica aún más las cosas. Mucho más difícil es saber quienes son los demás. Muchas veces, esa incapacidad de definir al otro lo que nos impide comprenderlo, pese a que nos esforzamos, porque tenemos esa necesidad. Creo que de todos modos el esfuerzo por entendernos los unos a los otros es imprescindible. Incluso por hacerlo con quienes viven lejos o son muy distintos a nosotros: el mundo no termina en mi ciudad.
–El tema del doble es recurrente en la historia de la literatura: se han ocupado de él Edgar Allan Poe, Fiedor Dostoievski, Jorge Luis Borges, entre otros...
–Sí, es mucho más antiguo aún. Se remonta a la mitología griega, a la historia de Anfitrión, que más que la existencia de un doble, pone en escena a un “idéntico”.
–Esa posibilidad se vuelve real ante los avances científicos que posibilitan, entre otras cosas, la clonación...
–No lo sé, pero mi novela no tiene nada que ver con eso. Yo no pensé en la clonación ni antes ni durante ni después de escribir. De todos modos, clonar personas me parece algo muy fuerte: si ya somos seis mil millones de personas en el mundo. ¿Me puede decir para qué sería útil clonar más gente?
–¿Qué influencia tiene la filosofía occidental sobre su obra?
–Hace poco me preguntó un periodista qué diez cosas propondría para torcer la historia, en este milenio. Entre esas diez propuse “Revisar la filosofía”. Creo que eso resume mi postura.
–¿Cómo resuelve esa tensión entre lo narrativo y lo filosófico?
–No sé si la resuelvo. Creo que en mi naturaleza: soy un ensayista que no escribe ensayos. Podría decirse que me conformo escribiendo novelas, o que uso las palabras para decir en realidad lo que veo y lo que pienso, la forma en que me relaciono con las ideas, la cultura, y la política.
–¿En qué medida esta novela puede leerse como continuidad con su obra y en qué punto produce una ruptura, respecto de lo anterior?
–Este libro, como todos, es una continuidad de mi pensamiento. No podría ni queriéndolo liberarme de mi manera de ver el mundo. Pero al mismo tiempo es cierto que marca una ruptura, sobre todo por la economía narrativa que me propuse al comienzo. Este es probablemente el menos adornado de mis libros, menos barroco en lo relativo al lenguaje.
–Si fuera probable definir esta historia como una tragedia. ¿En qué elementos diría que se concentra el drama de los personajes?
–Definitivamente, esta es una tragedia. El punto está, más allá de las consideraciones puntuales en que, como nosotros, estos personajes no tienen conciencia exacta de lo que está sucediendo a su alrededor, y mucho menos de las consecuencias, de lo que sobrevendrá. En el libro intenté retratar esa situación de permanente perplejidad en la que estamos acostumbrados a movernos.
–Usted ha explicado muchas veces que el proceso creativo, en su caso, se inicia con la invención del título. ¿También en este caso sucedió así?
–Los títulos son como las botellas: tienes un recipiente y hay que llenarlo con algo. Esta vez, el título se me apareció gentilmente, mientras estaba afeitándome, frente al espejo. Simplemente pensé “El hombre duplicado”: reconocí que se trataba de algo importante porque la aparición del germen de una novela, es siempre una sensación clara. Después empecé a pensar cómo desarrollar ese embrión. Y lo primero que surgió a continuación fue la idea de que, más allá de a quién tenemos enfrente, todos queremos generalmente ocupar el lugar del otro.
–Entre en momento en que terminó su anterior novela La caverna y ese en que nació esta última, atravesó meses de sequía creativa, según usted mismo declaró. ¿Es habitual en su caso que entre uno y otro libro se interponga ese vacío?
–No diría que es una regla, pero en este caso me ocurrió. Por momentos pensé que estaba acabado. Pero sobreviví finalmente.
–Su novela podría leerse como una metáfora de la imposibilidad de convivencia armónica entre los hombres. ¿Cuál es su idea respecto de la armonía que los hombres son capaces de alcanzar en sociedad?
–Simplemente veo que no vivimos pacíficamente, que ese parece haberse vuelto un imposible. Incluso, que la convivencia pacífica no existió nunca. En el libro aparecen dos idénticos que no llegan a entenderse. Pero creo que de algún modo, eso nos representa a todos, que pertenecemos a una misma especie. El hecho de que seamos semejantes, está históricamente comprobado, es insuficiente. Existen la ambición, la envidia, la mezquindad, la intolerancia. Y ni las religiones ni la filosofía, ni laética han impedido que nos saquemos los ojos los unos a los otros. Continuamos haciéndolo.
–¿Cuál fue el criterio por el que decisión incorporar al narrador como personaje?
–Me interesó esa posibilidad de desacralizarlo, de algún modo. Para la academia, el narrador es sagrado, y está al margen de aquello que se relata. Quise romper con ese orden, e incorporarlo a eso que estaba contando.
–El personaje protagónico de este libro es un profesor de historia. ¿Qué opina respecto de cómo se enseña esta disciplina a los jóvenes actualmente?
–Los profesores suelen olvidar u omitir que el pasado sólo puede entenderse a la luz del presente. Es decir, si estudio aisladamente l siglo XV difícilmente pueda hacerme una idea de lo que es el mundo, porque no voy a tener una visión panorámica. En cambio si pienso en la forma en que se manejan hoy los Estados Unidos, y después me pregunto porqué intervinieron en Vietnam, que queda lejos de Arizona, o en Corea, que queda lejos de Texas, o en las dos guerras mundiales, que transcurrieron en Europa, posiblemente entienda que su política obedece a un plan de dominio sistemático, que han planificado y concretado a lo largo de los años. Esas intervenciones sólo podrían ser parte de un plan, cuyo diseño se revela en ese accionar. En hecho de que Venezuela esté pasando por lo que está pasando o que Irak sea enemigo de la primer potencia, también obedece a que son dos de los mayores productores de petróleo del mundo. Su realidad sería muy distinto si no contradijeran los intereses de Estados Unidos. ¿De qué sirve la historia si estas cosas no se explican en la escuela? Si estos hechos no son fáciles de entender de este modo, yo soy idiota.
–¿Cuáles son los escritores del siglo XX qué más admira?
–Me inclino ante Franz Kafka, Borges y Fernando Pessoa.
–¿Cuál es su idea del futuro? ¿Cómo escritor, lucha contra la posibilidad de ser olvidado?
–Eso sería imposible: todos, absolutamente todos, estamos condenados al olvido. Todos seremos olvidados, antes o después. Yo también: no soy más que un hombre. El hombre de Homero puede ser recordado por mucha gente: pero ¿cuántos están leyéndolo en este momento?. Mis contemporáneos si me conocen, y muchos me respetan, soy consciente de eso. Pero también de que si mañana publico un libro malo, todo mi prestigio se desmorona. Lo que pueda ocurrir después, en el futuro, no me interesa. No confío en el futuro. ¿Cómo puedo saber yo quiénes habitarán este mundo dentro de quinientos años? ¿Cómo puedo estar seguro de que para entonces, seguirá existiendo esto que llamamos literatura?
–¿Como escritor, usted siente la responsabilidad de intervenir en política? ¿Considera que como intelectual tiene en este sentido una obligación?
–No creo tenerla como escritor, sino como ciudadano. El escritor no debería tener en este sentido un rol particular, al menos no solamente por su condición de escritor. Como ciudadano, particularmente, siempre sentí la íntima y profunda necesidad de intervenir. De ser parte.

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