ESPECTáCULOS
Un cuento de hadas coral, de un director de la Francia profunda
Robert Guédiguian, el director de “Marius y Jeannette” y “A todo corazón”, cuenta en “Al ataque!” otra historia en cuyo centro están los queribles personajes de uno de los barrios pobres de Marsella.
› Por Horacio Bernades
Tal vez como ningún otro cineasta contemporáneo, la obra entera del francés Robert Guédiguian está enteramente dedicada a cantar las alegrías y tristezas de sus vecinos del barrio de L’Estaque, el más popular y populoso de Marsella. Después de Marius y Jeannette (1996) y A todo corazón (1998), Guédiguian vuelve sobre su gente y su credo en Al ataque!, acompañado una vez más por los miembros de la familia artística que encabeza su fiel esposa, la pequeña y sumamente comunicativa Ariane Ascaride. Pequeña y comunicativa es también la película en su conjunto, ratificando la buena sintonía entre el realizador y sus criaturas. Pero esta vez asoman, con más claridad que en ocasiones anteriores, ciertas debilidades, esquematismos y perezas que terminan incidiendo sobre el resultado final.
Como sucedía en Marius y Jeannette, Al ataque! parecería contagiada del fuerte sol de Marsella, de su luminosidad y transparencia. Planteada como un cuento de hadas popular, y tomando siempre como referencia cierto cine francés de los años del Frente Popular (las películas de Jean Renoir y Marcel Pagnol, sobre todo) el protagonismo coral de Al ataque! revela la voluntad colectivista que anima a Guédiguian. Pero las colectividades de Guédiguian son excluyentes. Hay buenos y malos en su cine, y esa condición no surge tanto de lo que los personajes demuestran, sino de un apriori dado por la pertenencia social. Como le señala en un momento el personaje de Ascaride a un pretendiente de otra clase social, entre ellos no puede haber amor, por la sencilla razón de que sus mundos son inconciliables. Y lo que Guédiguian propone a través de sus ficciones no es precisamente una conciliación de clases.
Aquí, los buenos son los integrantes de la familia Moliterno, varias generaciones y ramas familiares de origen italiano y filiación de izquierda, a quienes une el taller mecánico de propiedad familiar. Los Moliterno se hallan al borde del desalojo por culpa de uno de los “malos”, el dueño de una fábrica que les debe mucha plata. Y que, escudado en la recesión y la crisis (la Francia de Guédiguian es como una Argentina que habla en francés) no les piensa pagar. Hasta allí, la ficción realista. De aquí en más, la fábula optimista, el voto del realizador por la utopía. Encajonados entre el cínico deudor y el banco chupasangre, los Moliterno deciden pasar a la acción directa. Primero entran a la casa del dueño de la fábrica e intentan cobrarle, fusil en mano. Después, como una suerte de clan Puccio de los explotados, organizan un secuestro familiar y amenazan con ejecutar al cerdo capitalista, a menos que el banco condone la deuda.
Como es costumbre en Guédiguian, todo esto está narrado con esa alegre, cálida luminosidad marsellesa, que se ve intensificada por las griterías,borracheras y colorido de esta famiglia unita que son los Moliterno. Cuyo patriarca mece al nieto cantándole “Bella Ciao” y otras perlas del cancionero comunista italiano. No es raro que, siendo de origen italiano, los Moliterno se muestren proclives al melodrama operístico y las canciones. Estas dan lugar a incursiones en el cine musical, con bailes y coreografías incluidas. Pero esas incursiones apenas rozan lo esporádico. A diferencia de películas como Los paraguas de Cherburgo o Conozco la canción, la relación entre Guédiguian y el cine musical parecería pasar más por el coqueteo que por una verdadera convicción. Algo parecido ocurre en el terreno metalingüístico, aunque toda la historia de los Moliterno esté planteada como una película dentro de la película. Sucede que los verdaderos protagonistas de Al ataque! son un dúo de guionistas que, entre los apuros de la producción y sus propias cavilaciones, escriben una película política. Y ésta no es otra que la que el espectador ve.
Sin embargo, a Guédiguian parecen importarle mucho más los Moliterno que los guionistas y cualquier reflexión sobre la creación artística. De allí que, a medida que Al ataque! avanza, el propio autor parecería olvidarse de que está filmando una película dentro de otra, eligiendo contarla –más allá de algunos tímidos juegos metaficcionales– como si aquellos guionistas jamás hubieran existido. Si brilla en la cálida pintura de caracteres, el arte de Guédiguian se resiste a complejidades de otro tipo.