ESPECTáCULOS
El hombre que sabía hacer reír
El autor, director y productor Hugo Sofovich murió ayer, a los 63 años, víctima de cáncer. Trabajó con Olmedo, Porcel y Moria, entre muchos otros, patentando un estilo basado en el humor liviano y pasatista.
› Por Silvina Friera
Hugo Sofovich (“el ruso bueno” o el Abel, como lo llamaban para diferenciarlo de su hermano Gerardo, el Caín), el hombre de los ojos tristes que cultivaba el perfil bajo y la introspección, murió ayer a los 63 años, víctima de cáncer. Referente de la televisión, el cine y el teatro, como productor, director y autor, hizo reír a varias generaciones. “Me divierto mucho trabajando y cuando no lo logro, se me hace muy difícil seguir; entonces trato de terminar todo muy rápido. Cuando no consigo divertirme me pongo tan mal que somatizo todo. Me sube la temperatura, tengo fiebre... Lo noto en el termómetro”, dijo alguna vez. Fue el guionista del programa “Operación Ja Ja”, escrito junto con su hermano, y le dio letra al recordado Negro Olmedo en “No toca botón”.
En muchas entrevistas, recordó los límites que les imponía la censura, en los años 70, a algunos de sus films, como La noche en que hicimos el hurto (1976), que el inefable Tato, el censor de Isabel Perón, quiso que se llamara La noche del hurto. “En las películas no podía haber divorciados, amantes. Los maridos debían volver con sus mujeres, siempre la moralina.” Sofovich empezó a escribir libretos con su hermano sin sentir jamás que estaba predestinado a vivir del oficio. Frente a la muerte de su padre (Manuel, un socialista que empezó en La Vanguardia, trabajó en La Nación y fue cronista de guerra, además de autor de comedias y obras dramáticas), Hugo y su hermano debieron trabajar para aumentar los ingresos de la familia. Así, los hermanos Sofovich fueron los responsables de éxitos de la TV vernácula como “Balamacina” (en 1963, con Carlos Balá) “Operación...”, “El botón” (precursor de “No toca botón”) y “El ojal”. Estos programas, que se caracterizaban por un humor liviano, espontáneo y rápido, analizados retrospectivamente resultan “adelantados” en cuanto a la dimensión bizarra que ha adquirido la televisión a fines de la década del ‘90. Pero también, parecen hoy grotescos e ingenuos, debido al abuso del recurso del doble sentido, con permanentes referencias al sexo, y una jerga idiomática que hoy suena anticuada. “Al humor hay que saber manejarlo para que no se transforme en grosero o escatológico, sobre todo en el horario en que la gente come”, sostenía el guionista.
Algo similar sucede con sus films, ligeros y disparatados, como Un toque diferente (1977), Custodio de señoras (1979), A los cirujanos se les va la mano (con Jorge Porcel, Olmedo, Susana Giménez y Moria Casán), Así no hay cama que aguante (1980), Te rompo el rating (1981), Un terceto peculiar (1982) y El manosanta está cargado (1987), entre otras, protagonizados por actores cómicos y diversas vedettes de moda. Esta actitud de defender un humor digerible y, a veces, apto para toda la familia, también estuvo presente en la mayoría de las obras de teatro que dirigió (Más locas que una vaca, Más pinas que las gallutas, El último argentino virgen) y que escribió (¿Qué nos sucede, vida? y Bendita clase media), así como también en los sketches televisivos que escribió para el programa de Susana Giménez, durante 1993, o en Basta para mí, un ciclo que mezclaba humor, entretenimientos, reportajes y musicales, del que fue autor, productor y conductor en ATC.
En 1974, después de una discusión por el guión de una película, los odios acumulados erosionaron todo tipo de relaciones artísticas y afectivas entre los Sofovich. “No hay dos hermanos ingenieros, abogados, o lo que fuera, que se lleven bien –explicaba Hugo–. Nos cruzamos poco y, cuando lo hacemos, no nos saludamos. Para mí esta ruptura fue un golpe. Tengo un solo hermano y no me hablo con él.” En los últimos tiempos acercaron posiciones y ayer Gerardo estuvo con él. Otro golpe, que nunca superó, fue la muerte de Olmedo. “Cuesta pensar que el Negro Olmedo no está. Que nunca más me llamó por teléfono, que nunca más nos vimos en el piso de un estudio de televisión, que ya no compartimos la noche. No era alguien especial, fue único”, recordaba. Ese hombre discreto, notablemente tímido (en ese sentido, a años luz de Gerardo) en un mundillo frívolo,sabía de las ironías del arte de hacer humor: “El supremo chiste de esta profesión es que, no importa cuán alto estemos, mañana está siempre la posibilidad de caer”.
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