ESPECTáCULOS
El niño que se hizo actor para huir de los fantasmas de la miseria
Michael Caine, que ganó dos Oscar, cuenta que ama el dinero porque alguna vez fue muy pobre, en un especial que emite Films & Arts.
› Por Emanuel Respighi
Michael Caine ha conseguido todo lo que se propuso, allá lejos y hace tiempo, cuando era un chico pobre, muy pobre, en una ciudad de Londres que siempre le parecía fría y ajena. Acaso por el miedo al hambre que lo acosaba por entonces de noche, más de una vez aceptó papeles en películas ridículas: le parecía un disparate que la plata que le ofrecían fuese a parar a manos de otro. En lo material, Caine cosechó más de lo que soñó: ganó el Oscar en dos oportunidades, el Globo de Oro en tres ocasiones y hasta consiguió un premio de la estricta Academia Británica del cine. Además, hace poco, el 16 de noviembre de 2000, fue condecorado con el título de Sir por la reina Isabel, extraño privilegio para un chico de cuna tan humilde. En una entrevista que la señal Films & Arts exhibe esta noche desde las 20, Caine repasa los acontecimientos más relevantes de una vida de características novelescas, entrelazándolos con anécdotas de su paso por el cine.
De padre repartidor de pescado y madre sirvienta, Caine fue el hijo único de una humilde familia de la que fue separado a raíz de los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Huérfano por un tiempo, tuvo que ganarse una beca para comenzar sus estudios. Este descendiente de gitanos y católico protestante resultó educado en un colegio judío. Incómodo en un ámbito que le era ajeno, a los 16 años decidió abandonar los estudios sin saber bien qué hacer. Hasta que la traumática muerte de su padre, víctima de cáncer de hígado, marcó a fuego su futuro. “Murió con sólo 35 centavos en su bolsillo. Esa noche tomé la decisión de lograr algo en la vida. Me costó mucho llegar a ser un actor exitoso. Pasé 10 años muy duros en el teatro tratando de obtener papeles más importantes. Sólo el recuerdo de esa noche me hizo seguir adelante.”
Intentando no repetir la triste historia de su padre, Caine se lanzó de lleno a la vocación que desde pequeño le quitó el sueño: la actuación. “Los pobres no pueden aceptar estar destinados a mercaderías baratas ni a ser tratados como menos. Eso lo aprendí siendo joven, viendo a mi padre. No pueden permitir que los condenen a vivir en la trampa de estar destinados a ser pobres toda su vida”, define el actor de Dos pícaros sinvergüenzas, Vestida para matar y Pequeña voz, entre un centenar de films de todo calibre.
Luego de un trabajoso paso por el teatro y la televisión ingleses, saltó a la pantalla grande a mediados de los ‘60. Su papel en la trilogía compuesta por The Ipcress File, Funeral en Berlín y El cerebro del billón de dólares le permitió protagonizar Alfie, interpretando a un galán que le valió su primera nominación al Oscar. La segunda nominación, aunque otra vez sin premio, le llegó en 1972 por su labor en Sleuth, la película que protagonizó con un maestro de maestros de actuación, Sir Laurence Olivier. Aunque se dice que la tercera es la vencida, su nominación al Oscar por el profesor de Educando a Rita le iba a costar una nueva decepción. “Pero ya sabía qué cara poner si no ganaba”, dispara entre risas.
El tiempo se encargó de saldar esa deuda: en 1987 recibió el Oscar por su actuación en Hannah y sus hermanas, una de las mejores obras de Woody Allen. Sin embargo, cuenta, no se sintió a gusto en el rodaje. “Yo quería hacer un personaje más divertido, pero no me lo permitió. Woody me daba escenas divertidas y me decía que las hiciera a mi manera. Pero luego las cortó”, recuerda. Caine subraya que cree que su mejor interpretación fue la del médico abortista de Las reglas de la vida, por la que ganó su segundo Oscar. “Por protocolo, un actor debe decir que su ultima actuación fue la mejor. Pero no siento eso”, dice. Caine remarca que se considera un actor y no una estrella. “La estrella recibe un guión y se pregunta cómo puede cambiarlo para que se adapte a él. El verdadero actor recibe un guión y se pregunta cómo transformarse para adaptarse al guión. Esa es la diferencia.”