ESPECTáCULOS
› “OTRO DIA PARA MORIR”, UN NUEVO DIVERTIMENTO DE LA SAGA DE JAMES BOND
Entre el homenaje y la parodia
A cuarenta años del inicio de la saga cinematográfica más grande e increíble, el nuevo film sobre el agente 007, dirigido por el neocelandés Lee Tamahori, abruma con sus prodigios técnicos y la impactante presencia de Halle Berry, aunque parecen faltarle villanos a la altura de su historia.
› Por Martín Pérez
Los adversarios están frente a frente. Apenas reconocibles detrás de los trajes protectores, los esgrimistas lanzan sus primeros ataques mientras el sensor electrónico anuncia los puntos. Pero una palabra de más, o apenas un gesto, termina con tanta educación. Y entonces los protectores terminan por el suelo, la lucha se hace cara a cara y el entusiasmo se lleva por delante la placidez de centenario club británico del entorno. Con un sable reemplazando la espada, James Bond se defiende y ataca a su adversario de turno, un empresario surgido de la nada argentina, dueño de sospechosas minas de diamante en Islandia, en uno de los mejores momentos del nuevo film del espía más cinematográfico del mundo. Una escena que resume mejor que ninguna otra la naturaleza de la serie, que atropella la flema británica al tiempo que la homenajea constantemente.
A cuarenta años de su debut en la pantalla grande, Otro día para morir es la vigésima película marca Bond. Una firma que ha sobrevivido con glamour vistiendo su smoking desde la época de la Guerra Fría. Un negocio que aún desde mucho antes del estreno del flamante film del neocelandés Lee Tamahori ha anunciado a los cuatro vientos que Otro día para morir es el mejor homenaje posible para un personaje que ha sobrevivido el paso del tiempo, el cambio en la manera de hacer negocios e incluso el envejecimiento y/o fracaso de sus sucesivos 007.
Con Pierce Brosnan tan cómodamente instalado en las suelas del personaje como no sucedía desde la época de Sean Connery, Otro día... busca autohomenajearse y tomarse en serio al mismo tiempo. Algo que logra desde antes de los títulos, como es costumbre dentro de la saga. Olvidado detrás de la única cortina de hierro que aún queda en el mundo –la que separa a la Corea del Norte con la del Sur–, Bond comienza este nuevo film desde el mayor de los fracasos. A pesar de una aparición haciendo surf, un maletín lleno de diamantes y una persecución final entre campos minados, lo importante del prólogo es que –como cantó Calamaro– “un campeón a veces cae”. La caída de Bond es acompañada con un poco de tortura estilizada como para aderezar a las habituales chicas de los títulos, la suficiente incluso para homenajear cierto masoquismo con el que Ian Fleming se encargó de condimentar aquellas lejanas primeras novelas de su personaje.
Una inédita barba y pelo largo con los que parece un beatle emergiendo de un largo encuentro con el Maharishi definen al Bond que sale de su encierro dispuesto a vengarse. Pero lejos de ser rescatado con todos los honores, será acusado de traición e incluso llegan a amenazarlo con un inminente traslado a las islas... ¡Falklands! Aunque semejante caída no llegará tan lejos, y su reivindicación se llevará a cabo gracias a unos viajes un tanto más glamorosos que lo llevarán por La Habana, Londres y finalmente Islandia. A los saltos, con un par de bellezas dejando caer sus faldas ante sus encantos, este Bond es un caballero de momentos, antes que una película hecha y derecha. A tono con los nuevos tiempos Bond incluso es llamado “asesino” antes que “agente secreto”. Pero también ese cambio ha transformado de manera demasiado flagrante su estética en un largo comercial televisivo.
A los saltos, y con más de un homenaje exitoso entre toma y toma, Bond sale muy bien parado cuando se encuentra con sus mejores interlocutores. Como cuando la bella Helle Barry hace de Ursula Andress, con bikini y cuchillo incluidas. O cuando John Cleese encarna al mejor Q a la hora de mostrar al díscolo James sus nuevos juguetitos entre los descartes de otras épocas. Pero entre aquellos mejores momentos también hay un remedo de película, a la que no se le puede achacar demasiado sus idas y vueltas inconsistentes, si detrás de ello hay diversión garantizada.
Cuarto opus en la saga Brosnan de la serie, Otro día... tal vez sea recordado como un film que interesa cuando se toma un poco en serio, así como cuando imagina pequeños escenarios acordes al mito. Que patina cuando el eterno glamour se confunde con cierta inconsistente grandilocuencia, y palidece ante la carencia de verdaderos antagonistas. Porque Zao no es a Brosnan lo que aquel gigante de mandíbulas de acero fue para Roger Moore. Por suerte, eso sí, ahí está Barry para poner las cosas donde corresponden. Una chica Bond con Oscar incluido (toda una novedad), que ni siquiera necesita demostrar demasiada química con el protagonista como para ganarse su propio lugar por mérito propio. Además del cuchillo y la bikini.
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