Vie 17.01.2003

ESPECTáCULOS

“El teatro pasó a ser un fenómeno paralelo a las asambleas barriales”

El teatrista Carlos Ianni explica por qué está estrenando dos obras en forma casi simultánea. “Lo hago con la idea de no quitar la esperanza y contrarrestar las fuerzas que tiran al desánimo”, dice.

› Por Cecilia Hopkins

Desde hace años director de la sede argentina del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), Carlos Ianni no ha dejado pasar un año sin dirigir teatro. Luego de su Fragmentos de un amor contrariado, sobre textos de Roberto Arlt, y mientras sigue de gira Monogamia, su puesta de 2000, Ianni acaba de estrenar Como si fuera esta noche, de la española Gracia Morales (con Cora Ferro y Andrea Martínez) y espera para pasado mañana el debut de La secreta obscenidad de cada día, del chileno Marco Antonio de la Parra, con Carlos Fernández y Víctor Gola, ambas en la sala que el Celcit tiene en Bolívar 825. A pesar del doble estreno, su actividad continúa: ya se encuentra ensayando Viaje a la penumbra, del chileno Jorge Díaz (con Víctor Hugo Vieyra y Ernesto Claudio) para iniciar la temporada de la Sala Orestes Caviglia, del Teatro Cervantes. En una entrevista con Página/12, el director admite que la decisión de ponerse a ensayar dos obras tuvo que ver con “el descalabro general de fines del año pasado, con la idea de no dejarse quitar la esperanza y así contrarrestar las fuerzas que tiraban al desánimo”.
Las dos obras presentan dos parejas de personajes del mismo sexo. Pero si la dupla masculina de La secreta obscenidad... se caracteriza por un franco histrionismo, el binomio femenino de Como si fuera... plantea lo que Ianni define como “una dramaturgia de energías menores”.
–¿Por qué eligió la obra de Marco Antonio de la Parra?
–El desafío de encontrarle una lectura contemporánea a un texto que fue coyuntural hace 30 años, contestatario, de un humor delirante y teñido por el mundo ideológico de los’ 70. Me pregunté: ¿Cómo serían hoy estos personajes? ¿Cómo volver vigente esta obra sin tocar el texto original y sin desacreditar los discursos de estos personajes?
–Los personajes son, nada menos que Freud y Marx...
–Dos personajes sobre los que hoy pesa la idea de la muerte de las ideologías. Pero la obra no consiste en un regodeo acerca de la vacuidad de los discursos. Aparte, puede leerse como una reflexión sobre la amistad. Porque ellos se aborrecen en principio y terminan encontrándose y desarrollando una actividad común. En el montaje del texto está claro el tiempo transcurrido entre que ellos fueron celebridades y el presente. Freud tiene conciencia de los errores cometidos por sus seguidores fanáticos. Marx no hace una autocrítica porque afirma que él fue un novelista al que tomaron demasiado en serio.
–¿Una cuota de astucia por parte del autor?
–Sí, claro. Marx habla de El Capital como si fuese una novela. Sin embargo, en el momento en que la obra rememora el discurso de Marx durante la apertura de la Primera Internacional Socialista a mí me sigue pareciendo una propuesta política válida, por más desacreditado que esté el marxismo. Algo parecido pasa con Freud, a quien muchos de los que lo toman como algo del pasado, en realidad, no lo conocen bien. Una de las cosas más atrapantes del texto es la ambigüedad con que están presentados los personajes, porque en principio no se sabe si son torturadores o torturados, policías o guerrilleros. También en la obra de Díaz que estoy ensayando hay dos personajes que se encuentran en un paraje misterioso y que tampoco se sabe qué será de ellos. Es una obra de suspenso, en la que es muy difícil anticipar cómo se van a desarrollar los acontecimientos.
–¿La eligió por su parecido con la situación actual?
–(Risas.) Si uno se pone apocalíptico termina imaginando que todo lo que sucederá en el país será en contra nuestro. Es un momento tan incierto... y suceden hechos inéditos, como el accionar de organizaciones de base o la falta total de expectativas frente a las próximas elecciones.
–¿Cómo siente la respuesta de la comunidad teatral ante la crisis?
–Hubo una respuesta muy activa: nuestra sala recibió el año pasado el doble de público que en 2001, y esto no puede atribuirse solamente a unacierto en la programación. Creo que en otras épocas, la gente iba al teatro a escuchar lo que no se decía en cine o televisión. Ahora, creo que la gente va porque siente que forma parte de una comunidad que afuera se está desintegrando. El teatro pasó a ser un fenómeno paralelo a las asambleas barriales, donde la gente reconoce que al vecino le suceden las mismas cosas. Pero por otro lado, viendo en qué se ha venido convirtiendo la escuela pública y la universidad, con tanta deserción escolar, me pregunto dónde se están formando los espectadores de las próximas generaciones. Tenemos que dejar de poner la mirada en la coyuntura de haber contestado a la crisis con la euforia de tantos estrenos y de que el público nos haya acompañado. Hay que hacer una reflexión de mayor alcance.

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