Mar 04.02.2003

ESPECTáCULOS  › MOTP: EL ARTE CONTEMPORANEO EN MAR DEL PLATA

El galpón tomado por una bacteria

Breve historia marplatense de un nuevo espacio gestionado por artistas jóvenes y dedicado al arte contemporáneo.

Por Araceli Cora García *

Un antiguo saber oriental agrupa el sentido de la vasija, el de una habitación y hasta el de la rueda. En Occidente recién nos lo advirtieron el siglo pasado: “Un pote de miel siempre está vacío”. Quizás en nuestro país se podría aplicar esa fórmula a los galpones, desde que venimos transcurriendo de recesión en recesión. Porque en este contexto paralizado a la fuerza y a la vista, bajo el vestido raído de un Estado quebrado, acontece algo movedizo que obliga a rehacer el mapa nacional de la cultura. Múltiples propuestas jóvenes, una producción artística que se disemina con pensamiento y lenguajes contemporáneos como si hubiese sido afectada por una nueva bacteria para la cual no existe vacuna.
Y sucedió en Mar del Plata que tres artistas “infectados”, Gerardo Echevarría, Ariel Etchegoyen y Amadeo Azar –en esa suerte de caldo de cultivo que son las Clínicas de Producción y Análisis de Obra de la Fundación Antorchas–, hallaron un galpón y señalaron su vacío convocante. Lo llamaron MOTP y abrieron su espacio para mostrar lo que se está haciendo en arte.
Por toda la república hay galpones que se convierten en talleres y los talleres en lugares de intercambio, en virtud de la gestión independiente de sus artistas. Allí se reúnen a dialogar, organizan clínicas y debates, o montan exposiciones informales. Son proyectos alternativos que están generando nuevas circulaciones, creando condiciones de visibilidad para las obras actuales, ampliando su llegada a diferentes públicos y, sobre todo, asumiendo el protagonismo en una suerte de red en construcción.
Mientras, la iniciativa privada multiplica asociaciones y fundaciones que se hacen cargo de promover el arte en el nuevo escenario, aunque no resulta suficiente. Pero si hay algo no es como si nada, y el apoyo se hace sentir en sus efectos, cuando quienes han recibido formación en programas de estas instituciones asumen por sus propios medios la gestión de proyectos. De modo que muchos de estos emprendedores no son ni desconocidos ni subterráneos, porque ya fueron seleccionados en convocatorias a becas y subsidios. Los medios tampoco los ignoran, aunque se refieran a ellos como si fuesen curiosidades o emergencias, cobrándoles el ingreso a un campo que ya tiene jugadores consagrados.
El proyecto MOTP se abrió al público el 20 de octubre de 2001, con la generosa disposición de artistas de reconocida trayectoria nacional e internacional, y de origen marplatense. Fueron Daniel Joglar, que participó con una instalación meditativa de papel y madera cuidadosamente aplicados; Rosana Fuertes, con un friso impecable de pinturas de la serie con Mickey Mouse, y Daniel Ontiveros, con dos telas impactantes. El estreno incluyó un fotoespacio en la galería de ingreso, donde se montó la obra de la joven Claudia García Lorente, quien recientemente había participado de una Clínica avalada por Antorchas.
La auspiciosa apertura señaló con fuerza centrípeta el nuevo espacio, animando a los artistas más jóvenes a habitarlo. Como Mariana Rodríguez, que expuso sus inquietantes objetos blancos, y Verónica Gabastou, su instalación emplumada. Muestra a muestra, la sala –de 8,40 por 10 por 7,20 metros– fue revelando sus posibilidades de albergar propuestas diversas. Como el montaje de grandes televisores en lo alto donde presentó sus videos hipnóticos Alejandro Yamandou. Así siguieron Valeria Gopar, que intervino los muros con grafito dibujando cubos enormes en perspectiva, con Margarita García Faure con sus pequeñas estructuras modulares pintadas al óleo con rayitas.
Todas colectivas, las exposiciones reunieron artistas locales e invitados de la zona o de la capital, que aceptaron el desafío de compartir el espacio de a dos, tres o más, decidiendo el reparto de los muros y los recovecos, el piso y los rincones, o que intercalaron sus imágenes como cartas mezcladas en el mazo, en una curaduría compartida. La cuarta muestra reunió a Alejandra Mettler –recién retornada al país– y su obrade pulcra resina atrapando materiales textiles, con Paula Toto Blake –de Tandil– y sus instalaciones espinosas de roja masilla epoxi.
Entonces MOTP tuvo la inmensa suerte de ser elegida como escenario local para montar Sortilegio, exposición circulante (gestada con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes) de diez artistas notables reunidos por su talento aplicado a la creación de obras no narrativas, en una muestra impecable y poéticamente curada por Patricia Rizzo.
En la siguiente confluyeron dos artistas marplatenses: Inés Drangosch, empapeló una pared de carbónicos tipiados con corrector, y Matías Duville, con fotografías intervenidas y extraños dibujos con la trama corrida. Fue la muestra más visitada, se diría que el vacío estaba lleno.
Con esa trayectoria, MOTP fue invitado a participar de la sección Nuevas Expresiones de Arte, en ARTEBA 2002. La Fundación ARTEBA afirmaba su iniciativa de 2001, cuando crearon Espacio Abierto para dar lugar a las galerías jóvenes como Duplus, Belleza y Felicidad, Lelé de Troya o Sonoridad Amarilla, entre otras. Estar en la vidriera sorprendió a los de MOTP con más ventas de las que imaginaban.
La siguiente muestra fue de Cristian Segura, sus objetos de ajuar apócrifo y otras envolturas; Mariano Farinaccio, su ecológica psychotropy; y Claudio Roveda, con objetos de vidrio pintado de canto que dan bellos efectos luminosos. El evento Videoemergencia también eligió a MOTP como espacio, con la curaduría de Graciela Taquini y Producción de Pilar Altilio, para exhibir los videos de Gabriela Golder, Ricardo Pons, Gabriela Larrañaga, Graciela Yeregui y Silvia Rivas junto a 18 artistas más, “En torno al arte del video”.
Si la consigna de este espacio era “que el arte no se quedara encerrado en las muestras de siempre”, se estaban acercando. La novena muestra incluyó a Nora Calzaferri con instalaciones poéticas, Pipo La Torre que montó en aluminio un sobrio friso monocromático pintado con texturas, y Alejandro Pocco con fotografías; la décima reunió el color estridente del artista figurativo Marcelo Merino, con las pinturas equilibradas de Desobediencia, de Magdalena Jitrik. Y así llegamos a los meses de enero y febrero, con la presentación de la primera muestra individual en este espacio: se trata de la obra reciente de María Inés Raiteri.
El vacío deviene escenario cuando los artistas se ponen en juego, donde las cosas que pasan son inevitablemente contagiosas, como si hubieran contraído una nueva bacteria. Y la bacteria muta inventando nuevos modos de un mismo jugar.

* Psicóloga, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Publicó numerosos textos sobre arte en medios alternativos.

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