ESPECTáCULOS
› “PANDILLAS DE NUEVA YORK”, EL NUEVO FILM DE MARTIN SCORSESE
Cuando no alcanza con ser valiente
El film que retrata el salvaje nacimiento de la ciudad parece víctima de su propio ímpetu, pero también de las peleas entre el director y el poderoso productor Harvey Weinstein. “Las confesiones del Sr. Schmidt” es un agrio retrato de un hombre jubilado.
› Por Horacio Bernades
Un ejército de guerreros primitivos, ataviado con pieles y abrigos, templa sus rudimentarias armas en una gruta, esperando el momento de la batalla. Esta tendrá lugar en la nieve, entre dos patotas que no saben de códigos de guerra ni ninguna otra concesión civilizatoria: sólo quien riegue más sangre ajena será el triunfador, y el vencido deberá sometérsele. ¿Una disputa entre hombres de Neanderthal, una imprevista secuela de Corazón valiente, una batalla de spaghetti western, una batahola entre hooligans durante una final de campeonato? Nada de eso, aunque la escena parecería contener a todas aquellas. El hecho de sangre conducirá, a la larga, a la paradójica refundación de una ciudad mediante el retroceso al más puro salvajismo.
En la visión de Martin Scorsese –posiblemente el máximo cartógrafo cinematográfico con el que cuenta la ciudad de Nueva York– la fundación de la que llegaría a ser la capital mundial de los dos últimos siglos de historia humana fue una mera cuestión de guerras tribales, a mediados del siglo XIX. En una palabra, la Nueva York de Pandillas... no es otra cosa que el embrión de la Manhattan de Calles peligrosas y Buenos muchachos, la otra cara de las intrigas palaciegas que –casi al mismo tiempo y en el mismo lugar– se cuecen en La edad de la inocencia. Proyecto monumental amasado a lo largo de tres décadas, con Pandillas de Nueva York Scorsese tiene finalmente su propia El nacimiento de una nación, su Erase una vez en América, su El padrino II. Como en todas ellas, el artista aspira a refundar su ciudad y su nación, a la medida de su propia visión y desmesura. Claro que, a diferencia de sus predecesoras, la de Scorsese será una obra maestra que no fue.
Resulta imposible discernir con total precisión las razones por las cuales el nuevo Scorsese es algo así como una catedral de formas asimétricas, levantada por los mejores artesanos de la época con materiales disonantes, sobre la base de planos que en alguna etapa del proceso se trastrocaron y traspapelaron. Se sabe que las disputas entre el realizador y el todopoderoso productor Harvey Weinstein fueron de una dimensión que no se veía en Hollywood desde los tiempos en que David O. Selznick deshacía y volvía a rehacer lo que un ejército de directores -sucesivamente destronados– filmaba para Lo que el viento se llevó. El huracán Harvey arrastró a su paso cientos de páginas de guión y kilómetros enteros de celuloide, y tal vez haya que esperar la edición en DVD de Pandillas de Nueva York para enterarse de si, en su origen, el proyecto de Scorsese había nacido, o no, con defectos de fábrica.
Tal como está, Pandillas... parecería un rompecabezas en el que varias capas de relato parecerían pelearse entre sí, con la misma anárquica brutalidad de sus pandillas armadas. El cuento que se narra es uno de venganza, rivalidad masculina y torcidas relaciones paterno-filiales, en el que el joven Amsterdam Vallon (Leonardo Di Caprio) se gana la confianzadel brutal y seductor Billy el Carnicero (Daniel Day-Lewis), para vengar la memoria de su padre (Liam Neeson), al que aquél asesinó para quedarse con el control de las calles. Entre ambos, una ladrona y prostituta, Jenny Everdeane (Cameron Diaz), más una excusa para el enfrentamiento viril que un personaje verdaderamente desarrollado. Debilidad que no es nueva en Scorsese, como lo demuestran las maltratadas Mary Elizabeth Mastrantonio en El color del dinero y Sharon Stone en Casino. Lucha despareja, a su vez, la del limitado Di Caprio y el exuberante Day-Lewis, que parece construir a su Billy como un espejo deformante del ya de por sí caricaturizado De Niro en películas como El rey de la comedia o Cabo de miedo.
Alrededor de ese eje se construye una visión política en la que el nacimiento de América evoca la parábola de Caín y Abel, con Billy el Carnicero forjando su poder ilegítimo mediante una espuria alianza con el Jefe Tweed (Jim Broadbent), político payasesco, corrupto y mendaz. Producto del catolicismo militante de Scorsese, a esa alianza se le opone Monk McGinn (Brendan Gleeson), hombre de fe intachable y finalmente martirizado. El verdadero poder, detentado por la clase dominante, la policía y el ejército, hará su aparición finalmente, con una masacre de dimensiones bíblicas en la que la rebelión de las masas (el hecho está documentado en los libros de historia) resulta aplastada a sangre y fuego. En los tiempos que corren, que el Gran Satán de Pandillas de Nueva York sea un clown que seduce a las masas (y a los espectadores) con su discurso patriotero, belicista y xenófobo, llevándolas al exterminio, le da a la película de Scorsese el carácter de un cañón solitario, tronando en medio de una tierra baldía. Claro que todo se resolverá con un duelo por los muertos que la imagen final de las Twin Towers –surgiendo en el horizonte como si se tratara del mismísimo Paraíso Perdido– no hace más que sobreexplicitar y trastrocar tal vez, constituyéndose en el emblema definitivo de un film que, de tan ambicioso y dispar, parecería no poder contenerse a sí mismo.