ESPECTáCULOS
El audaz y desconcertante mundo de Takeshi Kitano
En “Boiling Point”, su segunda película, el actor y cineasta japonés estalla en toda su dimensión, mostrándose lacónico y revulsivo.
Por Horacio Bernades
Consecuencia de la crisis y la astronómica disparada del dólar, la posibilidad de acceder al cine que se produce en todo el mundo por fuera de la industria hollywoodense se va reduciendo a cero en la Argentina. En momentos como éste, que un film de uno de los grandes cineastas contemporáneos en actividad se estrene en video debe ser celebrado como un acontecimiento mayor. Es el caso de Boiling Point, de Takeshi Kitano, que por estos días el sello Primer Plano Video hace llegar, de forma casi milagrosa, a todos los videoclubes. Es verdad que no se trata de uno de los films más recientes del autor de Flores de fuego y El verano de Kikujiro, pero, ¿quién dijo que “nuevo” y “bueno” deban ser necesariamente sinónimos? Estrenada en todo el mundo en 1990, Boiling Point es la segunda película de Kitano, ubicada como cuña entre su debut con Violent Cop y Escenas frente al mar, películas conocidas en la Argentina en las peores condiciones de videoproyección.
Atípica y desconcertante, aventurada e idiosincrática, Boiling Point (cuyo título original es 3-4x Jugatsu) puede ser vista como la perfecta fusión entre Violent Cop y Escenas frente al mar. Como si el Kitano contemplativo y anticonvencional de la segunda de las nombradas estuviera infectando ya, con los mejores resultados, al Kitano inicial de Violent Cop, aferrado todavía al canon del film policial y de acción. Demostrando ya en los comienzos de su carrera cinematográfica que no estaba dispuesto a la menor concesión, Kitano contesta al éxito de su primera película con un segundo opus llamado a desorientar a propios y extraños. Para ello, entre otras cosas demora 45 minutos en aparecer frente a cámara, un hecho de la mayor relevancia si se tiene en cuenta que Kitano debe su popularidad inicial a sus continuas apariciones como cómico televisivo (en su versión catódica, Kitano es una especie de Alberto Olmedo con programa diario). Y cuando aparece en Boiling Point, es para encarnar a uno de los más repulsivos monstruos cinematográficos que se hayan visto en mucho tiempo.
Sentado frente a Boiling Point, desde un comienzo resulta imposible para el espectador saber qué película está viendo. Desafiando descaradamente la ansiedad del público por determinar con precisión qué, cómo y hacia dónde, hasta bien avanzada la película Kitano no da pistas ni claves de interpretación, mostrando una sucesión de hechos aparentemente nimios y apenas tenuemente conectados, narrados por una cámara tan lacónica como el propio Takeshi. Durante un partido de béisbol en medio de un descampado, un tipo impasible hasta lo intolerable (una especie de Buster Keaton desprovisto de todo carisma) se suma, como quien no quiere la cosa, a uno de los equipos. No sólo es un desastre sino que además parece no importarle. No habla con nadie, camina con desgano en lugar de correr y la ve pasar sin mover el bate ni un milímetro. Sus compañeros se lo quieren comer crudo.
La misma actitud que Masaki tiene para jugar al béisbol, la tiene en el taller mecánico donde trabaja. Un cliente le reclama el auto que dejó para arreglar, y Masaki se lo entrega tal como lo había dejado, sin saber decirle siquiera si tiene nafta en el tanque. El problema es que el cliente es un yakuza, un mafioso, y rápidamente se pone a amenazar a todo el mundo, además de pegarle al inaguantable Masaki. Cualquier tipo sensato recularía ante eso. Masaki no: va y le pega, convirtiéndose de inmediato en el hombre más buscado por la yakuza japonesa. De allí en más, el “héroe” de Boiling Point seguirá haciendo todo mal. En deuda con un hampón que lo protege, se ofrecerá a viajar hasta Okinawa, junto con un amigo tan inmutable como él, para conseguir unas armas que aquél anda necesitando. Allí es donde hace su aparición Kitano, encarnando a un matón que manda al frente a sus subordinados, le corta un dedo a uno de ellos para satisfacer a un superior enojado, le parte una botella en la cabeza (¡dos vecesseguidas!) a un parroquiano, obliga a su segundo a acostarse con su novia, lo viola después de hacerlo y después se pasa el resto de la película pegándole a la novia, por haberse acostado con el otro. Enigmática y absolutamente divertida, ingenua y atroz, encantadora y capaz de sumir al espectador en una incomodidad intolerable, llena de gags y de inmundicia, Boiling Point es, claramente, la película de un cineasta decidido a llevar al espectador a su propio terreno. Un terreno resbaladizo, fangoso, radicalmente fascinante.