ESPECTáCULOS
› “PAREJA ABIERTA”, UNA OBRA DE DARIO FO Y FRANCA RAME
Caricatura de un juego peligroso
En la versión de José María Muscari, la pieza teatral del Premio Nobel italiano adquiere nuevas resonancias, vinculadas con las desinhibidas actuaciones de Daniel Fanego y Ana Acosta.
› Por Hilda Cabrera
Con algunos ajustes y reescrituras que no desmerecen a los autores italianos, que en sus propias presentaciones –según escribió el mismo Dario Fo– desechaban sobre la marcha lo que consideraban un lastre al momento de enfrentar al público, la puesta de José María Muscari en el Picadilly redescubre, aportando elementos de la revista de cámara, el tono provocativo del artista italiano que desde finales de la década del 50 concretó numerosas obras junto a su mujer Franca Rame (actriz que proviene de una popular familia de artistas ambulantes), convulsionó al teatro en el lejano 1969 con Mistero buffo y recibió, entre polémicas por la decisión, el Nobel de Literatura en 1997.
En todo caso, resultan fundamentales en este montaje de Pareja abierta (obra conformada por escenas breves, en su mayoría cómicas), las desinhibidas actuaciones de Daniel Fanego y Ana Acosta, quienes logran –a veces con una gestualidad excesiva y otras sobria– parodiar situaciones que, al yuxtaponerse, producen en el espectador la ilusión de un tiempo que fluye. Recomponer el rompecabezas de la frustración amorosa de Pío (el marido ingeniero) y de su mujer es un asunto delicado para estos personajes que además son actores (otra vez el juego del teatro dentro del teatro), y que se desprenden inopinadamente de sus papeles para confrontar como oficiantes de escenario. De modo que la ironía y hasta la caricatura modelan a estos seres que hacen de la vida en pareja un reñidero. Quienes los han creado (Fo y Rame) tienen como profesión actuar. Por lo tanto, no es extraño que hurguen en los hechos escénicos hasta detenerlos. En este caso, para describir en tanto autores una situación, esbozarla apenas como adelanto al público y luego “representarla”.
En Pareja abierta este recurso no implica repetición, probablemente por la variedad de climas que la obra impone a los intérpretes y por el escaso tiempo destinado al “relato”. Por lo tanto, aquello que determina la progresión no es lo que se cuenta sino la acción. Los actores se permiten caer en “lagunas”, en tiempos vacíos que dejan de ser tales en cuanto son utilizados como preludio de un gesto desarticulado o de un comentario afín, generalmente disparatado.
Debido a la ausencia de temáticas de corte político (se sabe de las sátiras políticas y del sarcasmo de Fo respecto de las instituciones), el espectáculo queda centrado en lo que promete el título. Esta pareja –que responde a los cánones de un sector de la clase media o media alta– se plantea en medio de una crisis conyugal establecer una relación amorosa más libre respecto de la tradicional. Aquella en la cual la mujer es un elemento pasivo frente a un marido que se comporta como un donjuán sin culpas. La decisión es propuesta y abonada por el marido infiel, luego de varios y escandalosos intentos de suicidio de Antonia. Se trata al parecer de una propuesta de libertad para ser practicada por individuos que en sí mismos carecen de libertad. En este punto, la pieza recoge acuerdos que fueron moda en los años 60 y 70 en los llamados países centrales, y también en Argentina. Consecuencia de una moda o simple reflejo de unarealidad, la obra se inscribió entonces en lo que se denominó teatro de base, destinado a ironizar sobre problemas y tensiones sociales.
La vida en pareja ha sido desde siempre un interesante filón a explorar, sobre todo cuando se descubren en ella factores anestésicos. Muscari, director con experiencia en el teatro alternativo y comercial, conduce esta vez con creatividad a los destacables Acosta y Fanego, quienes dominan a la perfección el lenguaje de los sobreentendidos y el de las rabietas, especie de estallidos que completan con algunas bufonadas de corte acrobático y con réplicas en las que sus personajes “parecen decir cosas nuevas, pensadas en ese instante”.
Muscari subraya el gusto por lo kitsch y la respuesta desproporcionada, acaso para acentuar el contrapunto con el fracaso que empantana la relación de Antonia (una señora a la que le cuesta salir busca de amantes y ser independiente) y Pío, casi una radiografía del hombre débil e irresponsable. En conjunto, la obra atrae: es vistosa, de ritmo ágil y no se desentiende de los espectadores. Los conquista sin recurrir a héroes: bastan los comediantes y sus parodias. Le quita tragedia a los intentos de suicidio y a las quejas de los cónyuges apelando a un arsenal de invenciones y estereotipos que dosifica y trasmuta (un ejemplo es la escena en que Fanego lee el guión del hijo que da consejos a la madre), a la música y el sonido, a veces innecesariamente estridente. En esta versión, sobre la que han trabajado el mismo Muscari y Acosta luego de confrontar diferentes traducciones, la feroz pelea entre el hombre enamoradizo y la mujer no liberada puede parecer hoy anacrónica. Sin embargo, la problemática de la mujer “que no puede disponer de sí misma” subsiste (quizá no en la clase social que retratan Fo y Rame). En cuanto a la comicidad de la obra, es evidente que ésta surge en tanto el resentimiento se transforma en juego: lo demuestra Antonia cuando ensaya movimientos de stripteaser e intenta tomar en solfa su desventura.