Jue 27.02.2003

ESPECTáCULOS

El difícil regreso a casa de un cubano en el exilio

Más allá de su aparente sobriedad, el primer film de Fontaine que se conoce en la Argentina viene a poner en cuestión los vínculos más atávicos. Por su parte, “Miel para Oshún”, del cubano Humberto Solás, ofrece una mirada crítica sobre la isla.

› Por Horacio Bernades

Con Fresa y chocolate (1993), el cine cubano logró dar con una fórmula que le permitía señalar los aspectos más criticables del régimen de Fidel Castro, desde un formato de comedia dramática popular. Con escasas variantes, la fórmula se repitió en Guantanamera (1995) y Lista de espera (2000) y ahora reaparece en Miel para Oshún, como si el cine de la isla se hallara bajo el gobierno de un partido único cinematográfico.
Un elemento esencial de estas películas es la presencia de Jorge Perugorría, cuya buena presencia, llaneza y comunicatividad parecerían una condensación del horizonte estético al que se aspira. Dirigida por Humberto Solás (cuya opera prima Lucía, de 1968, está considerada uno de los hitos del cine cubano contemporáneo), Miel para Oshún presenta a Perugorría en el papel de Roberto, profesor de literatura que de niño emigró a Miami junto a su padre. Ahora, tras la muerte de aquél, Roberto vuelve a la isla. Lo anima la voluntad de reencontrarse con sus raíces, pero porta en sí una disociación esencial, legado de la separación de sus padres: mientras aquél era un anticastrista convencido (nunca queda del todo claro si se trataba de un “gusano” o un simple disidente), la madre prefirió quedarse en Cuba, y allí murió. O eso es lo que Roberto cree, hasta que su prima Pilar le cambia los papeles y el viaje de regreso se convierte en una busca de la madre perdida, a través de toda Cuba.
Como en Guantanamera y Lista de espera, el esquema de película de caminos (combinado con el de película de “regreso a casa”) está puesto al servicio de un relevamiento del estado de las cosas en la Cuba actual. Empezando, claro, por el propio transporte, todo un tema en sí dados los problemas que presenta el parque automotor cubano. Luego vendrán las restricciones del racionamiento, los cortes de luz provocados por la escasez energética, las pintadas revolucionarias, los edificios derruidos. Lo que no muestre la imagen irá a parar a los diálogos o a los soliloquios en off del protagonista, cargados de un estilo literario al borde de cierto kitsch telenovelístico. Proveniente del novelón es también la línea temática (el reencuentro con la madre, que para más datos en algún momento enloqueció y estuvo internada en un psiquiátrico) y un chorreante emocionalismo, que lleva a Solás a detenerse largamente en abrazos, lágrimas, encuentros y separaciones.
Con dos representantes de la clase media intelectual y artística por protagonistas (Pilar es una pintora a la que el oscurantismo gubernamental puso freno), Miel para Oshún debía agregar fatalmente un representante del pueblo cubano, sufrido, solidario y de alto espíritu. Ese rol lo ocupa el chofer de taxi que se sumará a la travesía de Roberto y Pilar y que derrocha comunicatividad y declamación. Todo responde a una intención mensajística y casi periodística, agregándose demás tópicos de la vulgata caribeña: las jineteras y la busca desesperada de un dólar, la omnipresencia del estado en la vida pública, la supervivencia de un pueblo que todavía resiste, la música de la Nueva Trova y los Van Van. Los elementos de comedia y melodrama vienen a cumplir con la función de vestirtodo esto de algo parecido al cine. O lo que se entendía como tal en la Latinoamérica de los años 50, cuando por las calles circulaban esos mismos autos que ahora atraviesan Cuba como dinosaurios de chapa, aceite y nafta. Y celuloide.

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