Sáb 01.03.2003

ESPECTáCULOS  › EDUARDO GUAJARDO Y CLAUDIO SOSA

Folklore piquetero

Los dos músicos populares cuentan las experiencias que cosecharon en su maratónica “Ruta de la dignidad”, que los llevó a actuar en movilizaciones, piquetes y fábricas tomadas a lo largo de todo el país.

› Por Cristian Vitale

Eduardo Guajardo y Claudio Sosa no están en las grandes ligas del folklore oficial, y tal vez no lo estén nunca. El sentido común de la industria indica que para llegar allí, sus canciones deberían estar en boca de todos, sus discos venderse en gran número, sus figuras aparecer a menudo en TV como parte de algún boom. Lo suyo es otra cosa: recientemente, guitarra al hombro, recorrieron unos 15 pueblos argentinos, de sur a norte, en lo que se llamó “La Ruta de la Dignidad”. El santacruceño Guajardo cuenta que la idea surgió luego de varios encuentros: “Debatimos hasta el hartazgo qué hacer como artistas populares frente a este nuevo panorama de participación horizontal dado a partir del 19 de diciembre de 2001. En cada lugar que pisamos, les explicamos a los encargados de la programación que uno de los objetivos de estos encuentros era romper con el prototipo de los organizadores de festivales, que no íbamos como estrellas nacionales ni éramos el broche de oro de nada, que la intención era actuar la misma cantidad de tiempo que los otros participantes”.
Con “Olor a goma quemada” de Rafael Amor como canción emblemática, el dúo acompañó, en su periplo, piquetes, manifestaciones, movimientos de autogestión, fábricas tomadas por los obreros –Zanon en Neuquén, Renacer en Ushuauaia, etcétera– y cooperativas. En ómnibus y acompañados por la fotógrafa Ana Morán –que registró todos los encuentros y lo plasmó en un importante documento artístico– pasaron por pueblos de Jujuy, Santiago del Estero, Tierra del Fuego, Tucumán y Neuquén. “Fue conmovedor. En Santiago, por ejemplo, conocimos personas brillantes que deberían ser referentes culturales de nuestro país, como ‘La Peti’ –una maestra de los pagos de los Carabajal que domina un quechua perfecto– o los vidaleros de Fernández, que nos enseñaron el camino de la tradición ancestral a través de sus vidalas.” En Tucumán, la experiencia tuvo ribetes más políticos. “En la entrada de la ciudad –explican– se pueden divisar las villas que se forman al costado, esas que el genocida Bussi quiso erradicar y mandar a Catamarca pero que, al no poder, trató de taparlas con una gran tapia.”
–¿Y qué pasó en los otros pueblos?
–Capuchón González –un humorista de Aguilar– definió la realidad de su pueblo en forma brillante: “Somos tan pobres en mi casa, que lo único que podemos prestarle al vecino es la atención”. Esto sintetiza el presente de la gente en los lugares que recorrimos aunque, lógico, cada realidad con su particularidad: los compañeros de Ushuauaia, los obreros de las fábricas tomadas, los vidaleros de Fernández, los trabajadores desocupados, los presos de Jujuy, los tobas del Chaco...
–¿Qué objetivos se propusieron con la “Ruta de la Dignidad”?
–Por un lado, la cuestión de la toma de posiciones claras frente a la solidaridad, una solidaridad que supere la barrera del escenario y el discurso estético del producto. Y por otro, hacia adentro de las organizaciones sociales en lucha, a quienes les reclamamos un espacio de debate de ideas para ser parte de la construcción del nuevo país dejando de lado el rol de satélites de las luchas sociales. Es decir, no sólo somos útiles para entretener la movilización sino que queremos tomar parte de la construcción colectiva, ser sujeto de la lucha por la dignidad.
–¿Lo lograron?
–Creo que acertamos con la metodología y coincidimos con los compañeros en que es necesario encontrarse porque nos necesitamos. El resultado será fruto de la ecuación que estamos tratando de resolver entre todos, hasta que entendamos nuestra única utopía que es la de recuperar la patria.
–¿Qué tipo de información rescataron durante la gira?
–La información está en el espíritu de una búsqueda del nuevo país. Un testimonio de dignidad, el único que nuestro país puede esgrimir. De losotros hablan mejor los datos oficiales, esos que nunca entendí para qué se buscan con tanta precisión, si jamás se opera en consecuencia. Nuestra postura es que el arte popular debe dar un paso que lo ponga a la par del avance de conciencia que desarrolló el pueblo en estos últimos dos años. Sosa y Guajardo son dos trabajadores de la música, está claro. Ambos “sobreviven” con proyectos de autogestión, clínicas y, también, con la venta de sus discos. Guajardo tiene dos, en los que destacan una voz cristalina y generosa en matices: Señales de Vida (1997) y Una Mirada al Sur (2000). “La propuesta de mi trabajo no es comercial en el sentido de que no me siento un vendedor de plástico. Quiero que quien compre mi disco se lleve además de la música, la palabra”. Sosa, su compañero tucumano -nominado a los premios Gardel en el rubro “voz masculina”– editó el año pasado Flores y Ayuno por el sello B&M.
–¿Por qué no editaron un trabajo que cristalizara la experiencia?
–Jamás se nos ocurrió hacer un negocio con esta experiencia. Más bien se trató de una actividad militante de la cual salimos edificados. Estoy convencido de que dignificamos nuestra tarea.

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