Sáb 01.03.2003

ESPECTáCULOS

Un ritual siniestro, en un internado para mujeres

La pieza de Jorge Leyes, que se presenta en el Payró, habla de un mundo donde la belleza se confunde con las culpas y la violencia.

› Por Cecilia Hopkins

Integrante del desaparecido grupo autoral Caraja-jí, Jorge Leyes (autor de Bar Ada, Tenesy y Long Play, entre muchas otras obras) ha incursionado también en el guión cinematográfico (es autor de Alma mía, con dirección de Daniel Barone) y televisivo (fue coguionista de “Primicias”, entre otras, y sigue siéndolo en “Son amores”). De su autoría se estrenaron con dirección de Roberto Castro las desasosegadas Ruta 14 y Pampa y desde enero El instituto puede verse en el teatro Payró. La entidad que Jorge Leyes describe en su pieza no es una unidad penitenciaria, ni un internado de menores. Tampoco es un instituto de belleza, pero sin dudas es una extraña mezcla de todo eso. En rigor, es un lugar al cual no se ingresa por propia voluntad: reclutadas en las calles, las internas llegan en pleno estado de shock para expiar ciertas culpas. Allí son separadas de sus hijos para cumplir con las estrictas instrucciones del omnipresente Dr. Guiraldes (a quien nunca verá el espectador) a los efectos de alcanzar ciertas metas regenerativas en las que la belleza y los afeites tienen radical importancia.
La reformulación de la identidad de las detenidas se hace posible mediante un siniestro rito de agotamiento y resurrección. El cambio que experimenta la reclusa (Alejandra Rubio) es fruto del tratamiento que la enfermera (Divina Gloria, en notable interpretación) hace cumplir a rajatabla. Sobre el cuerpo extenuado de la recién llegada, este personaje de modales expeditivos y rutinarios impera hasta el abuso. Pero también promueve un afecto primitivo y brutal que de a poco establece entre ellas una relación de identificación.
Portavoz de los rigores de la institución, la enfermera guía a la reclusa hacia su nuevo destino. En ese contexto de dolor y dejadez, la aparición de cosméticos y cremas son pistas que inducen a imaginar la lógica que impera en el establecimiento (es imperdible la escena en la que ambas examinan un set de belleza y el correspondiente catálogo). Sobre el escenario no hay más que dos sillas y un carrito con instrumental hospitalario. Esta sobriedad formal, unida a la acentuada distancia que separa a los personajes, subraya la sensación desoladora que domina los primeros tramos del proceso de reeducación del personaje.

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